De ser posible una fenomenología de los colores entonces deberíamos pensar que los colores nos condicionan de un modo determinante a la hora de relacionarnos con el mundo. Cada color, cada pequeño matiz, provocará claras diferencias en nuestros modos de actuar con respecto a los demás si esto fuera cierto. Y, aun cuando sólo era un jovencito de 19 años, Truman Capote no dudo ni por un segundo que fuera así en su excelente relato Las paredes están frías.
Una jovencita caprichosa de buena familia ve como la fiesta que hizo para sus amigas se ha transformado súbitamente en algo excesivamente molesto para sí, incluso aun más con la llegada de un grupo de jóvenes marineros. Todo se tornará más interesante cuando nuestra anfitriona coquetee descaradamente con el más atractivo de los marineros, un joven de Mississipi, con el cual jugará perseverante; cambiante. Así lo que era toda pasión en su interior, deseosa de un hombre de verdad lejos de los cánones afeminados de la juventud, acaba por transformarse en los colores fríos de su habitación en el rechazo y expulsión de su amante. La pasión se torna verde en el seno de su habitación, cuando sus cuerpos entran en contacto; cuando la realidad se manifiesta patente es cuando las sensaciones del color nos envuelve. Por ello se alejará indiferente, con cierta frustración, durmiendo en la cama de su madre rodeada de las calurosas paredes que le rodean; la frustración roja se manifiesta en las configuradas formas de una joven condicionada. No importa lo rojas que estén tus mejillas o que tu color de pintalabios sea un tono más fuerte del debido, un ambiente frío siempre propiciará una reacción endotérmica de los cuerpos.
Lo que parece volubilidad adolescente, quizás incluso femenina, no deja de ser la condición misma del efecto de los colores sobre la realidad proyectada sobre las conciencias. El amor jamás nacerá entre las paredes frías de igual modo que la indiferencia nunca se dará entre los apasionados muros calientes; la condición tras ellas siempre deberán ir acompañadas de sus colores. Y si no acompañan los colores, quizás los flujos jamás fueron en la dirección predestinada.
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