1986, de Kavinsky
Si pretendiéramos hacer una genealogía auténtica de la antropología filosófica en un sentido profundo, que visite de una forma pormenorizada los vericuetos existenciales que desarrolle en particular cada época presente ya pasada del hombre, entonces tendríamos que servirnos de un análisis metódico de los motivos que se repiten de una forma más constante, ya no de las obras artísticas más populares de una época dada tanto como en los movimientos en sí en los cuales estas han sido circunscritas; los intereses radicales que estructuran el ser humano en el hombre de cada época se mostrará sólo en la repetición de ciertos rasgos comunes del pensamiento de su época.
A éste respecto, una de las cantinelas que se oyen con más viveza, repetición y pulcritud es esa que afirma que los 80′s —o, en general, cualquier época ya no tanto pretérita (aunque no los parezca) como de un pasado inmediato— están muertos y enterrados. Que los 80′s se fueron y nunca volverán es algo tan obvio que no es necesario decirlo, pero pretender que una época se pueda enterrar de una forma radical y absoluta es irrisorio; los ecos del pasado siempre están llegando hasta nuestro presente: esto nos beneficia de forma notable, sólo en tanto precisamente en esa reminiscencia siempre constante en su haber podemos explorar de un modo profundo no sólo los restos arqueológicos del ser pasado —que también, pues sin ellos difícilmente podríamos saber que de hecho son ecos reminiscientes de ellos lo que abordamos en nuestro presente — , sino también los efectos de su presente. Ésto está especialmente presente en el ámbito de la música, donde la vuelta hacia el pasado reciente es una constante propia de nuestro tiempo, ya que entre grupos herederos del sonido, otros influenciados por su música y los siempre presente nostálgicos que no permiten que muera un estilo no sólo de música, si no de vivir la vida, es lógico que podamos encontrar huellas en forma de eco sonoro de lo que suponía ser humano en los 80’s. Esto se ve con más claridad aun con el revival de música ochentera que hemos vivido hasta muy recientemente y que, además, tuvo de punta de lanza ya hace cinco años, una auténtica eternidad para la música p0p, en el genial Kavinsky.
Arrastrando una larga lista de EP’s tras su espalda, sin tomar un paso decisiva hacia la siempre delicada tarea de hacer un primer langa duración digna de una leyenda forjada entre el underground y el reconocimiento popular, su primer asalto de las pistas de baile y los corazones de los espíritus ochenteros fue a través de un prodigio de la orfebrería archivística de alto nivel: 1986. Número cercano a lo funesto, y por ello ya asimilado, por el 1984 de Orwell y más funesto, aun en cuanto prodigioso, por el mítico anuncio de Apple que abriría a su vez el coto de veda a la propaganda contemporánea —o publicidad, si prefieren no remitir al tan odioso como fácilmente aceptable en su odiar Bernays—; he ahí su piedra de toque, su lógica instrumental: no es sólo un retrato de unos 80’s que ya eran plenamente conscientes de su propio espíritu, es un retrato de la idiosincrasia idealizada que se transmite a partir de cierta idea colectiva desatada en los 80’s en si.
En tanto fabulación de los 80’s sería atrevido afirmar que Kavinsky es 80’s, especialmente partiendo del hecho de que su denominador común esencial es el contemporaneísimo electro house del cual hacían gala en los 00’s los franceses como punta de lanza de su juvenil cultura musical, pero en tanto ilusión, extrañamiento de sí, consigue sonar 80’s; sólo en tanto no intenta sonar como sonaban los grupos de la época, sino que procura imitar la idea global que recorrió la época, consigue que su música sea auténticamente genuina. Nada menos podríamos encontrar en el tránsito concupiscente que se da entre frenéticos flangers y los bamboleos electro que nos sacuden de forma constante en Wayfarer hasta que, de improviso, nos lanzan a las fauces de la fiera que supone el pisar a fondo en un viaje mortal de pura adrenalina en Testarossa; cuando llega ya hasta Dead Cruiser, auténtica voz del deje europizante de la locura, todo se viene abajo en una elíptica y pausada fuga en tono road movie evocando así la forma pura de la supervivencia. ¿Para qué este viaje? Para acabar con la onírica, si es que no suicida, Grand Canyon donde, como en los que serán los créditos de la propia existencia de Jean-Claude Van Damme, se reverencia el limpio trabajo del absurdo equilibrio mantenido que parece afirmar como el deceso será sólo un momento más del viaje. Es la odisea de destrucción frenética donde 80’s y 00’s copulan, donde un presente-pasado se ve capturado por nuestro propio presente: los 80’s no se entienden por lo que fueron en sí, sino por lo que entendemos de ellos desde nuestra perspectiva.
Ahora bien, en último término debemos considerar que Kavinsky es la pieza perfecta para ir conduciendo con una Testarossa por carreteras secundarias sólo entrando en pueblos para fardar y machacar algunos niños pijos en carreras suicidas, ¿por qué? Porque ese es el espíritu Kavinsky, el espíritu de los 80’s: el avance hacia el abismo más oscuro sin pensarlo en favor de una idea de invencibilidad letal, la necesidad de petarlo a cada segundo, el ansia de estar siempre más allá de la vanguardia y la catástrofe precognizada por todos —y que de hecho llegó, pero eso ya fue problema de aquellos que vivieran los 90’s. Es en ese sentido de archivista-antropólogo en el cual el francés no sólo demuestra ser un músico sublime, capaz de cristalizar el espíritu de una época específica dentro de un sentido musical muy determinado, sino que además se demuestra como un brillante hijo de su tiempo; su explicación musical del espíritu de los 80’s no sólo expone como vivía el hombre de esa época, sino que también explica como hemos llegado a ser lo que hoy somos.
El proceso suicida que supusieron los 80’s, una auténtica carrera de ratas hacia la destrucción en el cual se formarían el rey de las ratas que hoy nos gobierna con carnoso puño envejecido sobre el vencimiento de hipotecas basura, fue tan violento en sus efectos (y en sus afectos) que su honda expansivo aun llega a afectar las formas contemporáneas de la existencia. Y si lo hace es precisamente porque la cultura sigue atestiguando que no estamos aun tan lejos de esos tiempos maníacos, prácticamente suicidas, en los cuales el valor de un hombre valía lo que valía su capacidad de acaparar poder en su persona; si de aquellos polvos vinieron estos lodos, de aquellos psicóticos 80’s han nacido estos ahorcados 10’s.
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