Igla
Rashid Nugmanov
1988
Existen cultos espurios generados por ideas equívocas o razones simplistas que, a la hora de la verdad, no reconocen la auténtica dimensión detrás de ciertas obras. En el caso de la película de Rashid Nugmanov ocurre eso en tanto su culto nace no por la película en sí, sino por su protagonista: Viktor Tsoi, líder del grupo de post-punk Kino —Кино́ para los amigos y quienes sepan ruso. Su valor, en verdad, trasciende la mera mitomanía.
En tanto noir con las drogas como eje regidor, casi un cliché en la época, su interés radica en su capacidad para violar todas las premisas esenciales del género: apenas hay diálogos o violencia y el subtexto se alimenta tanto de la estética cartoon —con un uso esplendoroso de líneas de acción al estilo del cómic, 20 años antes (y de forma más rústica) que Speed Racer y 22 años antes que Scott Pilgrim, y el uso de efectos sonoros en los combates heredados de los dibujos animados, sin por ello restarle dramatismo alguno — , como del teatro italiano clásico. Todo fluye a través del subtexto mítico. El protagonista es «El Héroe», trasunto del Man with no name, que intenta salvar a «La damisela en apuros», adicta a la morfina, cuyo problema nace del «villano» Pantaleón, cuyos actos no nacen de la codicia, sino del amor. Narrado todo ello a través de diálogos extradiegéticos extraídos de obras de teatro, películas, canciones y programas de televisión, para, al final, conformar un todo mitologizante narrado a dos niveles: quien quiera puede ver sólo una historia neonoir perfectamente hilada, pero hay mucho más.
Si la película fuera alemana o francesa la habría visto hasta el indigente mental más despegado del cine, por más que fuera de culto; como es rusa sólo la conocen los fans de Kino que, si bien no pocos, sitúan a la película en la incómoda posición de tener un culto basado en motivos extracinéfilos. Esa es la pena: aunque Viktor Tsoi no desmerece como actor y la música del grupo le agrega una dimensión añadida, quedarse con que apenas sí es la obra echa a la medida de una estrella de rock es un error.
Siendo el Drive ruso 23 años antes de Drive, pudiendo encontrar un paralelismo evidente entre Driver y Moro, entre Gosling y Tsoi, seguir ignorando su importancia nos priva de conocer un momento importante del culto contemporáneo. Su visionado, no tan amable como la película del danés, nos conduce por referentes que pueden resultar ajenos y una estética tosca para lo que estamos acostumbrados, pero no tiene sentido no rescatarla ahora cuando parece que es posible hacer cine «comercial» que coja el testigo de lo que ya hizo Igla —Игла para los amigos y quienes sepan ruso — , con muchos menos recursos, hace ya más de dos décadas y media.