Los límites de los géneros son como los límites de la lógica, lo divertido es jugar y pervertir esos límites hasta alcanzar el zenit donde se han estirado hasta casi romperlos en mil pedazos. A esto juega Junko Mizuno con su manga Pure Trance.
En un mundo posterior a la 3ª Guerra Mundial la gente se alimenta exclusivamente de píldoras llamadas pure trance las cuales producen un grave problema de hyperorexia. Así que Keiko Yamazaki, la directora del hospital donde transcurre gran parte del manga, sea adicta a las manzanas líquidas que le producen alucinaciones no es extraño. Las enfermeras a su cargo, todas debidamente vestidas con ropa fetichista, se ven continuamente maltratadas o, incluso, asesinadas ante el mínimo error que cometan. Ante esta orgía de dolor y muerte una enfermera, Kaori Suzuki, decide huir con un grupo de niñas hasta el mundo inferior, un lugar al cual está prohibido bajar y donde la vida salvaje sigue en pie.
Esto, contra todo pronóstico, es un shōjo. La ultra-violencia, el fetichismo, el BDSM y el sexo son comunes entre personajes kawaii hasta el extremo pero cuya figura es convenientemente sexualizada. La adicción a las drogas, los problemas alimenticios o la, no necesariamente auto, mutilación es una cuestión constante en un manga que juega a cada segundo con las premisas de su genero. La fetichización de los personajes, existiendo en un mundo sexualizado y consumista hasta el paroxismo, nos enseña un reverso tenebroso, que roza muy a menudo el exceso, de nuestra realidad. El consumismo llevado a todos los campos de la vida cotidiana produce la aberrante sociedad de ultra-violencia sexual kawaii de Pure Trance.
Todo se comba y retuerce hasta convertirse en una grotesca y paródica mueca de una realidad que vivimos día a día a través de hacer lo mismo con la premisa de una obra de shōjo kawaii. En un mundo de belleza y dolor la felicidad se encuentra abandonando lo sentimental, abrazando lo ingenuo.
¡Qiué fuerte me parece! Aún así, parece que mola (L)