La mente de un asesino es por definición incognoscible no tanto por asesino, como por poseer una mente. No existe mente transparente. Aunque pueda parecer lo contrario, ni siquiera para aquel que hace uso constante de ésta como medio a través del cual pensar el mundo; nuestra propia mente no es algo a lo cual tengamos un acceso privilegiado, por más que la conozcamos mejor que las demás mentes. Por eso tiene poco o ningún interés la auto-biografía como un método de adentrarse en las pulsiones profundas de aquellos considerados como extraordinarios: éstos no son necesariamente conscientes de aquellos elementos que han definido aquello que son. Ni siquiera en el caso de los asesinos en serie, o de los escritores. No hay nada en las auto-biografías que no encontremos en las obras, si es que no en los actos, de aquellos que dejan alguna clase de huella en el mundo, ya que todo lo que son se ha forjado en niveles de la mente más profundos que la consciencia.
La peculiaridad de James Ellroy es como lleva su subconsciente a flor de piel. Como escritor, no da la sensación de tener ningún interés en engalanar con imaginación matricida todo aquello que su biografía le ha dado como posibilidad narrativa: si bien los personajes de sus novelas tengan obvios paralelismos con su persona —juventud de bouyerismo, estancias en la cárcel, madres asesinadas por un entorno que es caldo de cultivo para el sinsentido — , no es tanto biográfico como que su ficción emana desde y hacía él. No hace falta conocer su biografía porque ésta es una parte de su propia ficción. Si pretendemos auscultar la mente de Ellroy, como si a través de aquello que pudiera ser biográfico pudiéramos extraer alguna conclusión sobre éste como escritor o persona, nos encontraríamos con una verdad desagradable: como todo gran artista, no habla de él: habla de nosotros.
¿Qué es El asesino de la carretera si no un retrato del hombre americano, de la búsqueda del sueño americano? Es una road movie protagonizada por un hombre hecho a sí mismo que impone su ley hasta el mismo acto final; pura masturbación americana, pero también un acto poético que enraíza con el imaginario masculino en su totalidad. En sus peores momentos, Michael Martin Plunkett no pasa de ser un asesino inconstante de dudoso valor ético; en sus mejores momentos, podría ser el Alejandro Magno de los asesinos en serie.
Siendo una historia de poder, Ellroy nos presenta el mundo desde la óptica de un hombre excepcional, que no por excepcional debe tener ninguna cualidad que pudiera definirle como virtuoso en lo moral. Quizás la mayor de las particularidades de Plunkett es como necesita aferrarse en alguna clase de figura de poder que le sirva de guía: la fuga psicogénica que supone Sombra Sigilosa, el personaje de cómic pulp de tintes BDSM —y por el cual bautiza a su coche Muertemóvil—; o el sargento Ross Anderson, el cual se representa como la figura de poder que él admira en tanto emanación de poder. La figura que se representa en su mente como aquello a seguir. Todo ello no deja de ser un reflejo de ese poder que anhela, que nace de sí mismo, pero refleja en otros en tanto siente no poder capturarlo para sí. Su interés sexual, con el voyeurismo en particular, lejos de cuentos de vieja freudianos, son un reflejo del poder proyectado al sublimar su deseo sobre los otros: si satisface sus deseos, de matar y de follar, a través de la sombra, de la oscuridad, es por aquello que tiene de conquista de un poder superior. De hacerse invisible.
Su vouyerismo es una representación de su necesidad de figurar como ostentador del poder desde una perspectiva que no ostenta, sino asume privada. Desea el poder pero no lucirlo como oficialidad, saberlo privado, como de soslayo. Como Batman, lo que busca es reafirmar su autoridad no a través de los cauces que la sociedad ha impuesto como legítimos —lo cual se refuerza con la idea del voyeurismo, que es una expresión del deseo ilegal; bajo tal perspectiva, resulta poco inocente la inspirada indumentaria BDSM del hombre murciélago — , sino a través de sus propios códigos. Su búsqueda va más allá de lo que imponer su poder le puede conceder, busca una conexión que va desde y hacia las sombras; sólo difiere de Batman en que no busca retribución a su daño, sino placer.
Las conexiones de Plunkett con lo oculto son evidentes, aunque sólo una explícita. Su primero fascinación y después ataque a Charles Manson tiene una única motivación: demostrar que su posición como bestia es más feroz. Más consistente. Para eso inventa toda una idea al respecto del honor, del honor del asesino, que va más allá de cualquier concepción ética o moral razonable, o siquiera que él mismo pueda asumir, para justificar hasta que punto está por encima de éste: toda voluntad debe emanar de uno mismo, un hombre vale lo que su capacidad para hacerse valer. El paralelismo con Aleister Crowley se hace aquí evidente. Siendo que Plunkett vive obsesionado con la idea de volverse invisible, con las cualidades místicas del sexo y pudiendo apropiarse sin problemas de la máximo más conocida de El Libro de la Ley, «hacer tu voluntad será el todo de la Ley», ambos quedarían conectados por una filosofía vital que iría más allá de lo mágico. Incluso la críptica ley de thelema «amor es la ley, amor bajo voluntad», cobraría sentido práctico en Plunkett: el amor es bajo voluntad porque se impone a través de la voluntad férrea del otro —justificando el amor romántico que siente hacia Anderson — , pero en tanto el amor es la ley se perdona incluso que flaquee la voluntad —cuando éste le vende al ser descubierto, sigue amándole de igual modo — . Su visión cercana thelémica se puede presenciar de forma evidente en el ataque contra Manson:
Sé que hay gente que mata y se lleva lo que quiere y nunca la detienen; y si la detienen, no justifica su fracaso con palabrería mística para seguir siendo grande y no echa la culpa a la sociedad porque reconoce el libre albedrío. Y sé que hay gente que mata con sus propias manos, que no manda a hippies colocadas a hacer lo que ellos no se atreven. Sé que la verdadera libertad es cuando lo haces todo tú mismo y está tan bien que no necesitas contárselo a nadie.
Basándose en su filosofía, su único destino es el más suntuoso: conseguir la invisibilidad a la par que consigue estar presente en todas partes. Porque hacerse invisible no significa no poder ser visto, sino que sus efectos estén siempre presentes —su ritual para hacerse invisible sería ese hacerse presente: comete decenas de asesinatos, pero sólo se sospechan que todos esos asesinos en serie pueden ser uno sólo cuando se deja capturar — , que pasen desapercibidos en tanto parte inherente del mundo; Jack El Destripador o Zodiac no son invisibles por no haber sido nunca atrapados, sino por crear un estado mental que ha generado tanto seguidores e imitadores como leyes y climas. Sabiendo eso, ser capaz de destruir la vida y las convicciones de un hombre desde la cárcel demuestra, al menos, dos cosas: que ya ha conseguido la invisibilidad y que se ha convertido en pináculo de la humanidad. Nada existe por encima de él.
¿Qué es la perfección, si no el objeto de todo sacrificio?¿Qué es el sacrificio, si no un acto de amor? Ésto no es una historia de violencia, es una historia de amor. Sobre la libertad inherente al acto de amar, aun cuando sea matando. Lo es en tanto toda búsqueda de poder se basa para su protagonista en un movimiento oscuro: la sublimación del poder como efecto, y no como objeto, del deseo. Actuar como si el deseo no naciera de uno mismo, sino como toda emisión o recepción del deseo fuera uno mismo.