Группа крови, de Кино
A partir del encontronazo de las Pussy Riot con la dinámica propia del capitalismo tardío parece ser que el mundo Occidental se ha percatado, como quien se levanta con una terrible resaca la cual se pospone ad aeternum, que aquel que parecía ser un discreto colaborador de la fiesta ha resultado ser otro envenenador de las actitud; el descubrimiento de que Putin está lejos de ser un ejemplo de virtuosismo no debería ser sorpresa para nadie, pero sin embargo parece que así ha sido. Esto no debe extrañarnos desde el mismo instante que Rusia, en tanto periferia nunca demasiado afortunada pero siempre fuente de una cantidad ominosa de particulares problemáticas, siempre ha sido la hermana fea de Europa: se admite a sus hijos más afortunados como ejemplos para sus primos occidentales, pero al resto se les oculta sistemáticamente debajo de la alfombra. Y si esto ocurre así en la cultura, pues nada conocemos de los rusos que vaya más allá de los clásicos de la literatura, sería ingenuo pensar que de hecho esto resulta diferente en la política o en la sociedad. Ahora a todos nos preocupan nuestros hermanos eslavos pero, ¿qué dicen ellos sobre su propia situación?
Aunque nos guste vernos como salvadores, como fuente última de toda lucha que permitirá canonizar los arrebatos pugilísticos de los más bravos cercanos orientales que requieren de nuestra aprobación para conocer así la legitimidad misma, la realidad es que Rusia jamás ha tenido problema en entronizar su propia selección de héroes nacionales a través de los cuales definir su propio contexto de batalla; las Pussy Riot no aparecen de la nada como una inspiración revolucionaria punk de aires occidentales sino que, de hecho, no dejan de ser otro ejemplo más de la lucha imbricada en un país que nadie presta atención hasta que hay alguna clase de interés por ello. Para la fortuna del ruso medio no necesitan mirar hacia los descafeinados devaneos revolucionarios punk ‑como sí, de hecho, el género hubiera tratado alguna vez sobre alguna clase de acto político y no precisamente de un acto de despolitización radical (y he ahí que el pronosticar su fracaso es una gilipollez)- cuando puede mirar a sus propios clásicos del rock más combativo, donde se podrían incluir a los ínclitos Кино.
Éste grupo nacido en el Leningrado de los 80’s, aunque relativamente desconocido fuera de Rusia, tuvo una importancia radical entre los jóvenes que vivieron la etapa más tardía de la URSS: ante el tambaleante gigante rojo, ya bien asentado sobre las cada vez más obvias filtraciones occidentales, hacía falta erigir nuevos héroes de una juventud deseosa de matar al Papá Estado. A partir de ahí no sólo era necesario la creación de ídolos juveniles al estilo capitalista, la creación de starlets aneuronales ‑o reducidas a la aneuronalidad por el sistema y su control de los medios, ¿verdad, Kurt Cobain?-, ya que también era necesario erigir alguna clase de fuerza que aunara las particularidades propias de la cultura rusa (una férrea tradición literaria y la imposibilidad de expresar literalmente ninguna forma de disidencia) con las formas radicales de una suerte de mesías atemporal. Y eso es justo lo que apareció con Кино.
Toda esta necesidad se vería encarnada en la figura de Viktor Tsoi, vocalista y líder de Кино, el cual conocería una muerte trágica en la cual se sospecharía de la propia KGB por lo peculiar de la propia muerte ‑un accidente de coche en una carretera prácticamente vacía, Tsoi completamente sobrio; sospecha necesaria- lo cual, a su vez, propiciaría una fama inmortal que ya alcanzó en vida. Esa fama ya alcanzada con Группа крови se daría no sólo por las sencillas melodías que a oídos extraños suenan tan familiares pero alienadas, dicho esto vaciado de toda connotación política, sino también por su capacidad para transmitir las singularidades de la disidencia contra el poder: Tsoi no sólo era el músico favorito de la juventud, también fue el más radical poeta de su descontento. Esto lo demostraría ya desde la canción homónima del disco, Gruppa Krovi (Grupo Sanguíneo Группа крови), donde su estribillo se definiría a partir de una de las más radicales afirmaciones del rock contemporáneo: mi tipo sanguineo está grabado en mi pulsera, mi número ordinario está grabado en mi pulsera, (…) no me quedaré en éste campo de verdor, deséame ahora que tenga suerte; la primera lectura posible es como de hecho es un preso político que va a acabar en prisión marcado por su tipo sanguíneo, su número ordinario, pero también podríamos leerlo como el soldado que va hacia la lucha dejando todo atrás para tener un lugar donde volver: todo acto revolucionario es como una prisión desprovisto de todo lo que amamos, la verde hierba o nuestra amada, pero que lo hacemos porque de hecho está en nuestra sangre, es algo necesario.
¿Es la lucha entonces la única posibilidad? Jamás para Tsoi: prefiero quedarme aquí contigo sólo para quedarme aquí contigo; sin embargo, una estrella que está en lo alto de los cielos me ha dado la ruta. El no quiere el pecho de alguien caído debajo de su pie ni ganar a cualquier precio, porque lo que realmente quiere es quedarse con todo aquello que ama aun cuando no es posible. Su camino, su destino funesto al estilo de la tragedia griega, es encontrar ese camino al cual le guía su (buena o mala) estrella a través de un mundo en ruinas como único modo de prevalecer al lado de aquellos que ama; si el mundo se destruye, si el héroe desoye su llamada y todo se acaba, ¿habrá merecido la pena haberse quedado con los suyos cuando ya no quedará nada para ellos? No. He ahí que su tipo de sangre, aquello que le hace él mismo y que puede ser tanto que le haga un preso político como un revolucionario es lo único que se interpone entre un futuro para aquello que ama y el más funesto de los destinos; no hay mundo posible después del fin.
Por supuesto es inviable que nos guiemos sólo por esta canción, aun cuando ya es suficientemente explicativa por sí misma, cuando podemos acudir a otro prodigio de la clarividencia que parece querer ser el golpe sobre la mesa definitivo después del grupo sanguíneo: Zakroj za mnoj dver” ya uhozhu (Cierra la puerta detrás de mi, me voy Закрой за мной дверь, я ухожу). La canción comienza, como es natural en Tsoi, de la forma más contundente posible al sentenciar que ellos dicen que no pueden arriesgarse porque tienen una casa explicitando ya de entrada el binomio clásico entre las formas ociosas que temen ya no la revolución sino incluso la desobediencia y aquellos que ríen despreocupados ajenos de represalias — no sé exactamente quíen tiene razón, en la calle me espera la lluvia, a ellos les espera la cena. Porque y si de repente te aburre tu luz cariñosa, tienes un lugar con nosotros, hay lluvia para todos lo cual está muy lejos de ser malo, a pesar de que nos empapemos y nunca tengamos la seguridad de cuando la cosa acabará por ser demasiado para nosotros, porque allá, detrás de la ventana, nuestra risa. La catarsis no se dará por aquellos que prefieran cenar en su casa que salir a la risa que se desata bajo la lluvia, hacia aquellos que cuando llueven se refugian bajo sus cómodas casas para comer hasta que la lluvia asuma mayor tranquilidad como para que sea seguro seguir jugando en la calle; en la calle se juega cuando lluvia, incluso hasta el diluvio, no cuando es seguro hacerlo.
¿Quién está detrás de la ventana, tras la risa? No nosotros, no una Europa y una EEUU abotargadas en mirarse su ombligo en unas defensas inanes hacia una Rusia que combate sin necesidad de que otros le vengan a decir lo vistoso que es su combate, Tsoi ya les dejó claro hasta que punto lo es. Es por ello que ya es hora de dejar la cena en los platos y salir ahí fuera, hacia la lluvia, donde nos vienen todas esas risas mientras diluvia sobre nuestros tejados. Cierra la puerta detrás de mi, me voy…