Las relaciones amorosas entre mujeres son la historia trágica peor entendida de la historia del arte. Visto siempre desde un punto masculino o, peor aun, desde un punto de vista masculinizante de la mujer la representación se vuelve una tendenciosa mirada definitoria de género. Sin embargo, en los orígenes antes de la existencia del yuri ‑género lésbico por excelencia- un desconocido Takahashi Makoto se atrevió a abordar un triángulo amoroso entre tres jovencitas en The Rows of Cherry Trees.
En el colegio de señoritas Sakura la belleza desborda cada milímetro del lugar pero si algo apasiona a estas jóvenes sobre todas las cosas es el torneo de ping-pong anual. Al final del mismo tres son las competidoras, la preciosa chica de tercero Maki Chikage y las dos chicas que competirán por hacerse con su corona y su corazón; la víbora Sunayama Ayako y la cándida Nakahara Yukiko. Nuestra dulce Yukiko derrotará sin miramientos a Ayako, que se retirará furiosa, sólo para caer ante ensimismada ante la gran capacidad de de Chikage para el juego. Y es aquí donde Ayako se dedica a difundir el rumor de Yukiko se ha dejado ganar por estar enamorada de ella. A partir de aquí todo son flashbacks de la tierna relación que surge entre Yukiko y Chikage hasta el final donde hay una revancha donde esta primera vuelve a perder pero, esta vez, se recompone y, feliz, admite su derrota. Y aquí, justo en este momento, es cuando podemos entender que acepta de un modo preclaro lo que siente por ella; no pierde por fascinación o amor, pierde por ser peor jugadora de ping-pong que ella. Pero lo importante es el amor, la amistad tan profunda y turbadora que hay entre ellas que cristaliza como un amor auténtico, absolutamente puro.
Pero la fascinante sensibilidad de Takahashi Makoto no es lo único interesante de este manga, y es que su juego de lápices también es una hermosísima rara avis. El trazo es sencillo y limpio lo cual, sumado a unos fondos que tienden al vacío, dan una sensación muy minimalista al conjunto del dibujo aun cuando en contraposición se recrea con sutileza en cada pequeño detalle de los personajes y los objetos de su alrededor. Y el color le sigue el juego. Con un predominio absoluto del blanco los demás colores siempre juegan en unas tonalidades pastel cálidas, dulces, que nos da la sensación de que cada dibujo es un pequeño cuadro re-inventando en un entrañable ejercicio de dibujo manga. Lo cual no cambia en las paginas bicolor que no se limitan al clásico b/n sino que tenemos algunas paginas en violeta, otras en azul y otras en verde dando una sensación de cambio y evolución entre cada una de las partes aun cuando realmente no existe una equivalencia de temática con color. Todo esto sumado a una composición única, aprovechando todo elemento posible y un viñetado que, aun hoy, se consideraría vanguardista, hace de este manga una obra revolucionaria aun hoy, tanto en su tratamiento de las relaciones sentimentales como de los aspectos formales del cómic.
Si no se nace mujer ni se debe llegar a serlo quizás sería redundante hablar de relaciones amorosas entre mujeres pero como la sociedad apenas si puede aceptar el amor entre géneros, sería absurdo exigirles ya que se olvidaran de la existencia misma de géneros. De este modo The Rows of Cherry Trees, aun con toda su candidez e inocencia, sigue siendo una mirada crítica y contemporanea que se escapa con mucho estilo y pasión de cualquier visión, por liberal que esta sea, comúnmente aceptada. En las ruinas del género sólo queda la intacta verdad del amor.