Nadie consigue ser gran maestro sin ser emanación del mismo. En las artes marciales existen maestros, pero de cada una sólo existe un gran maestro: los mejores maestros, los que personifican con mayor fecundidad el arte que esgrimen, son los únicos que disponen del honor de hacerse llamar por este título. Pocos son los elegidos. Pcos porque no basta con hacer gala de un estilo impecable, paradigma de su arte, sino que también deben mostrar esa adecuación existencial a la propia filosofía del arte; no existe ningún gran maestro que no fuera un ejemplo vivo del camino ético a seguir por sus discípulos. De haberlo habido, no sería una gran maestro, porque el mayor de los maestros sólo puede ser aquel que consigue compenetrar en su figura tanto el virtuosismo del cuerpo como el del alma. Aquel que hace del arte amanecer y ocaso de su vida.
No es una posición cómoda contar la historia de Ip Man; en tanto historia de un gran maestro de wing chun conseguir verosimilitud sin parodia se torna complejo, lo cual aumenta en complejidad al haber sido plasmada en numerosas ocasiones; es difícil abordar la vida de un gran maestro sin caer en lugares comunes. Lugares comunes que son consustanciales a su vida. Wong Kar-wai asume esta posición incómoda, incómoda en tanto toda comunicación se ha de dar más por hostias que por palabras, con el estoicismo del artista: para trabajar no existen materiales innobles; la plasticidad sutil de cada acción, acto o movimiento, le permite plasmar la totalidad de sus intenciones: esquivar un golpe cacareando la superioridad propia al hacerlo rozando el rostro del otro es pura bravuconearía marcial —aunque no sólo, también retrata la insolencia juguetona de Ip Man: epata, pero tiene una función narrativa — , pero no sólo: también sirve para suscitar la idea de un beso insinuado. Toda acción es correlato personal en su interior.
Del mismo modo que carga de simbolismo los puños, carga los objetos. Cada uno representa no sólo un personaje, sino pretensiones particulares de cada uno; igual que una esquiva puede simbolizar un amor naciente, un abrigo de bisón que se compra o se vende nos acerca hacia el valor o pérdida de otro amor: hostias y objetos son significantes asociados a personas; hostias y objetos son acciones en potencia.
No existe distancia entre una hostia, un objeto o una palabra: en tanto invocados como acto de la intención, son una evocación del espacio interior. Plasmación del espacio interior en el espacio exterior. La película carece de monólogos o conversaciones que expliciten por qué acometen sus actos, sino que permite que éstos hablen por si mismos; la elocuencia de cada acción es válida por sí misma, sin necesidad de narrarla. He ahí la genialidad de Wong Kar-wai. Carga de significado cada gesto, cada acto, cada objeto. Pretender entender la película sólo por lo que dice, en vez de por lo que muestra, será traicionar el significado de sus actos: sería hacer anécdota del arte.
La historia trata el romance entre Gong Er e Ip Man con sutileza, pero el auténtico disparadero del conflicto es la guerra. Cuando Japón ocupa China, el pueblo sufre. No sólo el pueblo, sino también sus ideales: el conflicto abierto que se origina entre Gong Er y Ma San no es sólo por el derecho del wing chun de la Familia Gong, sino también un conflicto ideológico. Se busca imponer una postura política. Por eso Gong Er, para quien pesa más la familia que el interés particular, confronta a Ma San, para quien pesa más el interés familiar más que la familia —y recordemos que, en tanto comunidad, un país no es más que una gran familia — , en la búsqueda de desvincular el wing chun de unas injerencias políticas indeseables. Las artes marciales deben liberar y unir a los hombres, no destruirlos; Ma San es indigno de seguir el legado del wing chun no porque no sea el mejor, que tampoco, sino por algo que parece ajeno al concepto mismo de arte marcial: su quebrar las raíces socio-políticas, filosóficas en suma, del mismo. En tanto se convierte en hanjian, traidor en tanto colaborador con la ocupación, no es digno de atesorar secreto familiar alguno.
Existe, a su vez, un paralelismo entre el deseo de venganza de Gong Er y su negativa a la enseñanza del arte que ostenta propio, una derivación familiar del wing chun: en tanto lo considera contaminado, sólo cuando haya conseguido la venganza y, por extensión, recuperado la tradición según sus valores, podría enseñar. Ni siquiera entonces lo hace. Asume su tradición como lápida, permitiendo que se pierda ante la consciencia de haber sido contaminado más allá de cualquier purificación posible.
A través del arte compartido, incluso un enemigo puede convertirse en un hermano; o incluso un arte conocido, convertirse en una enfermedad por conocer.
Aun con todo, lo más significativo de la venganza es la no-acción que se emprende en la misma: Gong Er decide no matar a Ma San, basta con arrebatarle su legado. De matarlo caería en la misma excreción que combate. No habría nada noble en su búsqueda. Consigue apoderarse del conocimiento, del título de guardiana del arte de la familia Gong, al derrotarlo en combate singular por demostrar no que su herencia es más legítima por ser hija del maestro, sino que lo es más en tanto su wing chun es más poderoso del que él es capaz de desplegar. Más puro. No existe más razón; quizás no sea realista que un hombre que tiene un carácter traidor respete las reglas de un combate de honor, pero debemos aceptar las reglas de la narración dictada: ese respeto es un acto simbólico más, el acto de devolver un conocimiento ganado y perdido en combate.
Del mismo modo, todo cuanto rodea al personaje de Ip Man anida en esa búsqueda de un sentido ulterior profundo: comienza practicando desde niño —que también sirve como un pequeño paralelismo con el final, a través de sendas fotos: él será gran maestro como lo fue antes su maestro, y él será maestro de aquel que también ya desde niño anidó con él hacia la gloria: Bruce Lee—, haciendo del aprendizaje del kung-fu el sentido de su vida. Su sentido se esgrime a través de lo comunitario: sólo un hijo auténtico del maestro puede heredar su trono. ¿Qué es un hijo? Por hijo podría entenderse ser aquel con quien se comparte genes, incluso aquel con cual se comparte sangre; si vamos más allá, comprobaremos como Ip Man es tan hijo de Chan Wah-shun como lo es Gong Er de Gong Yutian —gran maestro y maestro de wing chun, respectivamente — , quién es sangre de su sangre: en tanto es capaz de representarle con orgullo como si fuera él mismo, en tanto su arte es perfecto como el de su maestro, no es menos hijo de su sangre que cualquier otro que pudiera hacerlo. Y lo sería más que cualquier otro que no pudiera hacerlo, incluso cuando compartieran genes.
Ip Man no es protagonista único de su historia —nadie puede serlo de la suya, ya que los demás siempre son parte consustancial de lo que somos — , aunque supongamos que lo sea: las artes marciales, el destino del wing chun, es la auténtica historia aquí narrada: como consigue articularse como modo de vida, aunque eso signifique que el wing chun de la familia Gong tenga que desaparecer, quedando sólo entonces sólo el que auspiciaba el gran maestro Chan; es también historia del nacimiento de un gran maestro: Ip Man no consigue llegar a ser un gran maestro sólo por un talento inconmensurable o una práctica constante, sino por perseverar en materializar el arte en su persona Sólo en tanto logra personificar en potencia y acto, en filosofía y acción, todo lo que representa el wing chun, puede declararse auténtico gran maestro de la disciplina.
Todo acto es no sólo consecuencia o potencia de otro cualquiera, sino personificación de aquello que se es. Es imposible renunciar al despliegue sentimental que cada acción compone: no somos lo que pensamos, somos los actos que llevamos acabo. Incluso cuando respondemos con incoherencia.