Souvenirs d’un autre monde, de Alcest
No existe en el mundo una realidad uniforme que satisfaga toda necesidad de orden absoluto pretendida por el hombre, sino que incluso en éste debiéramos siempre considerar que existen infinitos mundos para ser explorados dentro del mismo. Uno puede encaminar su paso en cualquier dirección, y si camina lo suficiente en una deriva subterránea sin mayor sentido que su propio proceso de pérdida, descubrirá que lo que el pensaba que era el paisaje natural del mundo no es más que uno de los paisajes posibles dentro de éste ‑pues no hay nada que no esté firmemente anclado dentro de la fuerza de la costumbre: en tanto es lo que vemos normalmente, lo cosificamos como realidad absoluta en tanto inmediata. Es por ello que no deberías extrañarnos que, una vez embarcados en éste devenir desconocido, podamos encontrar cosas que nos resulten familiares en un contexto completamente ajeno; si yo viajara lo suficiente podría reconocer árboles iguales que los que yo conozco en mi tierra que están, sin embargo, en un paisaje completamente diferente del mío. Quizás esto pueda parecer una obviedad estúpida, sin ningún sentido o valor ulterior, pero pensar eso sería un error.
Cuando nosotros nos dirigimos a otro paisaje no suponemos que ese es algo ajeno a nuestro propio mundo sólo porque sea diferente, pues es necesario algo más que una reconfiguración nueva de los elementos que constituyen nuestro mundo para que sea otro mundo; si cambiamos la disposición de los elementos de nuestro mundo no estamos transformando el mundo, estamos cambiando el paisaje. Esto que pueda parecer obvio en términos mundanos, es algo que en la cultura en general y en la música en particular jamás es contemplado. Es por ello que constituimos los géneros como todos inamovibles a través de los cuales sólo se puede transitar como un paso entre diferentes mundos pero, además, reduciéndolos a meras convenciones paisajísticas: el uso que se hace de los géneros musicales como clasificación es equívoco por su condición de reduccionismo del mundo al paisaje. Así podríamos entrar en el caso del black metal donde se suele interpretar que Alcest no hace black metal porque, de hecho, se acerca peligrosamente hacia sonidos que no suenan como el black metal, que para el profano están más cerca del shoegaze. Y esto es, precisamente, confundir el paisaje con el mundo.
Antes, pongámonos en situación: Neige, guitarrista del famoso grupo francés Peste Noire, a finales del milenio pasado decidió crear su propio grupo, Alcest. Lo que comenzó como algo así como lo que se debiera entender como black metal ortodoxo ‑signifique lo que signifique eso, si es que de hecho significa algo- rápidamente evolucionaría hacia una paleta de colores que resultaban ajenos a lo escuchado hasta el momento en el género. Es por ello que pronto se le tacharía de haber traicionado el género al fusionarlo con géneros más populares ‑particularmente el shoegaze, pero también algunas pinceladas de post-rock y post-punk- por parte de aquellos fanáticos del género más puristas. El descubrimiento por parte de la prensa especializada llevó definitivamente a ese oscuro camino en el que, definitivamente, se le consideraría fuera del black metal. Aun cuando nunca ha dejado de serlo.
Ya en el inicio arrollador e inmensamente bello de Printemps émeraude se nos presagia todo aquello que está por venir en un huracanado torbellino que produce una deliciosa mezcla entre una sutil guitarra melódica que y las brutales guitarras distorsionadas clásicas del black metal que definirán el conjunto hasta el momento: no hay cambio, hay evolución del paisaje; esto es black metal, sólo que otro black metal. Es por ello que cualquier ataque que se haga al respecto está condenado al fracaso como lo estará, de hecho, cualquier intento de ver en el resto de los instrumentos un deceso del espíritu oscuro. Es por ello que no nos resultaría dificil afirmar que el bajo que se desata en la canción bebe de reminiscencias post-punk pero eso, además de mentira, sería una soberana estupidez en tanto el black metal siempre se ha definido a través de bajos pesados y fuertes que enmarquen bien el sonido afilado de las composiciones; Alcest hace de lo oculto presencia y por ello la gente lo confunde con una traición al género en sí. ¿Irá la cosa a menos? No, de hecho en Souvenirs d’un autre monde, auténtico corazón del disco, encontramos una concatenación de estos riffs propios del género que simpatizará con una batería seca que dotará del tribalismo clásico del género al sonido global del grupo. Y entre todo ello también encontraremos blast beats, atmósferas rehogadas y devaneo de folk de tinte nórdico, puro espíritu blacker.
En Alcest encontramos de una forma exquisita todos los elementos que le consideramos connaturales al black metal, sólo que recontextualizados para poder practicar una evolución radical dentro del género; no hay un cambio de mundo, hay un cambio de paisaje. El mundo (el black metal) se deconstruye cogiendo cada uno de sus elementos básicos y re-ordenándolos de forma primaria en una disposición completamente diferente para disponerlos de otro modo, para conformar un paisaje completamente diferente del que teníamos antes. Es por ello que si antes podíamos afirmar que Mayhem constituía un paisaje (el del black metal clásico) y Burzum otro (el del black metal atmosférico) entonces deberíamos entender que el proceso que hace Alcest no es ir más allá del black metal, alejarse de él, sino que lo único que hace es re-disponer los elementos que a éste le caracterizan para conformar un nuevo paisaje dentro del mismo mundo. Es por ello que no podemos decir que Alcest no sean black metal y que de hecho son otra cosa porque, de facto, debemos considerar que sólo han creado un paisaje nuevo para un mundo activo y rico en paisajes.
Como declama desde el mismo título del disco el propio Neige, este disco no es más que una concatenación de regalos desde otro mundo; el disco es una deconstrucción y montage de los elementos propios del género, del mundo, que a su vez se han visto aumentados al ser añadidos elementos ajenos que le son propios a otros mundos: aun cuando puede haber algo ajeno al género está integrado como parte de él mismo. Alcest nos transporta a otro mundo sin salir de nuestro mundo, nos lleva a un lugar familiar que sin embargo nunca hemos visitado, porque de hecho no hay nada en él que no conociéramos ya de antemano mejor que a nosotros mismos. Ese es el regalo de otro mundo que nos concede Alcest, el poder ver como nuestro mundo crece infinito hacia la eternidad de paisajes devorando el vacío a través de su propia (re)construcción.