es nuestro deber preservar y tegiversar las tradiciones

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Cuando una prin­ce­sa es se­cues­tra­da lo tra­di­cio­nal es que al­guien va­ya a sal­var­la, al igual que es tra­di­cio­nal que ese al­guien que la ha­ya se­cues­tra­do sea al­gu­na cla­se de mons­truo. Algo de es­to y de co­mo ha­cer un buen pla­ta­for­mas en el si­glo XXI nos ha­bla Monsters (Probably) Stole My Princess.

La pre­mi­sa es sen­ci­lla, ir de ca­sa en ca­sa de ca­da uno de los mons­truos pa­ra co­ger­les in­fra­gan­ti ha­cien­do la­bo­res del ho­gar y que hu­yan ate­rro­ri­za­dos de no­so­tros. A par­tir de aquí to­do es una ver­ti­gi­no­sa es­ca­la­da en la cual va­mos sal­tan­do de una pla­ta­for­ma a otra in­ten­tan­do gol­pear con un do­ble sal­to has­ta en tres oca­sio­nes al mons­truo pa­ra de­rro­tar­lo… y que la prin­ce­sa es­té en otra co­sa. Claro que, di­cho así, es ex­tre­ma­da­men­te fá­cil to­do se com­pli­ca cuan­do ca­da vez que pi­sa­mos una nue­va pla­ta­for­ma va­mos ha­cien­do un com­bo que se des­ha­ce si vol­ve­mos a pi­sar una pla­ta­for­ma so­bre la que ya pu­si­mos los pies con an­te­rio­ri­dad. Así, con es­ta sen­ci­lla in­clu­sión del com­bo de los braw­lers en el mun­do de las pla­ta­for­mas se ha­ce de un jue­go sen­ci­llo, es­tú­pi­da­men­te sen­ci­llo, un re­to du­ro y con en­jun­dia que nos ten­ga ata­dos al man­do. Todo mien­tras va­mos des­cu­brien­do con iro­nía en ca­da nue­vo lo­gro con­se­gui­do, en ca­da nue­va me­da­lla ob­te­ni­do, más tru­cu­len­tos da­tos de la mal­dad de nues­tro per­so­na­je. Y es que, por ejem­plo, si el gi­ro fi­nal de Braid era sor­pre­si­vo aquí es evi­den­te y nos lo dan de en­tra­da. Los mons­truos no son mal­va­dos, es so­lo que el bueno del con­de es una me­ga­lo­ma­nia­co que se cree un hé­roe va­na­glo­rio­so que de­be sal­var a su dul­ce prin­ce­sa. La tra­di­ción del vi­deo­jue­go, co­mo en­ti­dad de uno de ellos, le ha po­dri­do el ce­re­bro co­mo a un Don Quijote que, no es que vea gi­gan­tes don­de hay mo­li­nos de vien­to, sino que ve mons­truos don­de so­lo hay gen­te in­ten­tan­do ha­cer su agra­da­ble y sen­ci­lla vida. 

Mediante la per­ver­sión de los có­di­gos, siem­pre des­de el más ab­so­lu­to res­pe­to e iro­nía, se con­si­gue el efec­to de­sea­do, un es­tu­pen­do pla­ta­for­mas que con una me­cá­ni­ca sen­ci­llí­si­ma y un ar­gu­men­to anec­dó­ti­co nos en­se­ña que es un buen vi­deo­jue­go. ¿Qué es videojuego?¿Y tú me lo pre­gun­tas? Videojuego… eres tú.

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