La literatura nazi en América, de Roberto Bolaño
Si todo está inventado, la pistola Chéjov será el dulce cliché que auguré el final de nuestra decadencia. Como por fortuna no hay mayor cliché que decir que todo está inventado, como si de hecho cada iteración con respecto de un tipo anterior no sea algo «nuevo» —siendo lo nuevo no la novedad absoluta que se reviste en no haber existido nunca antes, pues entonces lo «nuevo» no existió ni cuando aun faltaba todo por inventar, sino el saber ajustar una nueva posibilidad de lo «antiguo» — , acudir al maestro Chéjov sólo nos resulta aun lícito en el marco de la pura ficción; la novedad no está en los fenómenos, sino en los ojos que asisten al mismo. Es por eso que negar que no existe nada nuevo, demuestra una ceguera absoluta del mundo. Quien ve en todo lo mismo, quien no es capaz de apreciar las diferencias sutiles que cada época va arrancando para sí, acabará sumido en la más profunda amargura de desconocerse completamente alejado del ser, del mundo, de la verdad: sólo es ciego aquel que nada nuevo puede ver.
Hacer un libro sobre novelistas que nunca existieron no subraya ninguna clase de novedad, porque estos ya nos son de sobras conocidos. El Pierre Menard de Borges era un estafador de tomo y lomo que, sin embargo, se nos muestra en su propia invisibilidad; tan estafador era Pierre Menard, que incluso su existencia se debía al de su estafa: Cide Hamete Benengeli escribió El Quijote, salvo porque lo hizo un manco guasón. Incluso asumiendo el referente más inmediato se nos remite a uno anterior que, además, llevó esa ficción hasta incluso pretenderla hacer pasar por realidad. Escribir sobre novelistas que nunca existieron, no suscribe novedad.
¿Cual es entonces el valor de una obra como La literatura nazi en América que consiste, precisamente, en subrayar algo que ya hemos presenciado como ausente de toda originalidad? Aunque resulte un contrasentido, su valor radica en su originalidad —que no sólo, pues también cabría resaltar una serie de atributos nada desdeñables: su fuerza estilística, su fino sentido del humor, su sentido narrativo nacido de una fragmentaridad enciclopédica. Si valoramos las cosas por la idea esencial que sirve como motor primero de su creación, ya nada nunca será original a nuestros ojos: toda novela de misterios trata de resolver un crimen, las de terror pretenden asustarnos y el erotismo no es más que una búsqueda de la excitación de uno u otro modo; entender que la novedad radica en como se presenta esa idea básica, es esencial para poder comprender el mundo. Lo importante no es el núcleo básico de la idea, sino todas las ideas subsidiarias que la sostienen. Si bien existen innumerables casos de novelas sobre escritores inexistentes, si bien no es «original», el valor de la novela de Roberto Bolaño radica en todo lo que rodea a la idea «novela sobre escritores que nunca existieron»: son autores nazis americanos.
Partiendo del hecho de que la novedad de la obra se encuentra en las ideas subsidiarias y no en el núcleo mismo de ésta, entenderíamos por qué La literatura nazi en América, tan poco original para los ciegos, es una obra de una originalidad profunda: aborda el nazismo —en todas sus formas, entendiéndolo como totalitarismo— como una clave literaria y humana, piensa un mundo alternativo que se conecta entre sí como por casualidades e imagina situaciones imposibles que en nuestro mundo resultarían demasiado extremas para poder ser reales —incluso cuando sabemos que la realidad es capaz de superar la ficción más trasnochada. Es interesante porque aborda temas que si bien entonces ya habían sido pensados, nunca habían sido pensados de esa forma: como una causa global, común, polimorfa y conectada en sus acontecimientos.
Lo interesante no son los escritores que nunca existieron, que perfectamente podrían haber existido, sino el como se nos presentan como un revelador espejo deformante de nuestro propio mundo. Como toda gran obra de ficción, lo realmente interesante de La literatura nazi en América es que se puede leer en dos sentidos que, además, se encuentran correlacionados: construye un mundo autónomo al nuestro y ese mundo autónomo al nuestro nos habla de nuestro mundo.
En ese sentido Roberto Bolaño nos piensa a través de unos personajes caricaturescos, extremos, demasiado embebidos de la violencia y una falsa belleza auspiciada por el deseo de trascendencia que les lleva a creer en grandes ilusiones: el arte, la vida, el nazismo. Tres ilusiones que poco tienen que ver entre sí, ni siquiera son igual de peligrosas las tres —¿alguien duda acaso de que el amor y el arte son más peligrosos, ya no digamos deseables, que el nazismo? — , pero no por ilusiones carentes de toda verdad, pues a través de ellas puede cambiarse, incluso entenderse, el mundo; lo que ve Bolaño en cada uno de estos artistas torturados, rotos, remendados a través de bastos trazos, es todos los literatos que ha conocido que han buscado un cierto sentido particular de sus vidas; escritores que se han perdido en el amor, la literatura, el comunismo o las drogas nos parece algo común (y respetable) en el siglo XX, ¿por qué no juzgar tal disposición desde el contrapunto que supondría el otro lado, el lado de los que perdieron en el pensamiento? Esa es la originalidad de La literatura nazi en América, la búsqueda imposible de todo aquello que somos a través del distorsionado reflejo de nuestros indeseados vencidos.