Toda premonición de futuro es siempre considerada desde la oscuridad, desde el turbio punto en el cual se descontrolan la totalidad de los logros fantásticos que nos han llevado hasta una nueva época. Si es que no se nos dan ya descontrolados. El que toda presunción de futurabilidad siempre sea vista como un ejercicio de caos no es una casualidad, pero tampoco es una pretensión apocalíptica común entre el grueso de los artistas: si los avances futuros no crearan conflictos de alguna clase, no habría nada que narrar al respecto de ellos —salvo, quizás, la prolija masturbación imaginativa de su autor al concebir fantasías aproblemáticas; nadie está interesado en personajes que disfrutan de una maravillosa vida utópica sin «pero» — . Por eso si el futuro no se concibe como un lugar rayano lo apocalíptico, sino superado éste, se hace desde la posición de sus conflictos plausibles más comunes; nos interesa ver como confrontan los personajes sus conflictos, como los superan o hincan la rodilla ante ellos: en el presente o en el futuro, las historias se desarrollan siempre en el intento de conseguir algo, porque toda existencia es el intento de conseguir algo —un «algo» que es, en último término, un sentido auto-fundado — . Porque las historias, como las vidas, sin contenido no son más que anécdotas.
Lo fascinante de Neo Tokyo es como tres autores con unas particularidades muy marcadas consiguen, contra todo pronóstico, crear un espacio común de inquietudes que inciden en un futuro factible como idea, como posible lugar donde se funda un particular sentido de la existencia —pero no así en lo estético: ni en lo técnico ni en lo narrativo demuestran tener ninguna afinidad — . Es por eso que es imposible extraer de ellas una idea común sin antes transitarlas por separado en su particular zeitgeist, sin olvidar su unidad ideal; sólo es posible entenderlas como una sensible variación de un tema común, de ese Neo-Tokyo que tan poco «Neo-» parece ser en último término.
Comenzando con Labyrinth labyrinthos, la cual tiene ciertos paralelismos comunes con Box de Takashi Miike —el circo como espacio para lo tenebroso, las cajas misteriosas, las referencias poco veladas a la Alicia de Lewis Carroll y los colores saturados de tonos apagados; aunque en la de Miike, con una búsqueda más próxima al terror metafísico — , tenemos un principio estéticamente fuerte que desluce el conjunto: Rintarō, más obsesionado por la forma que por el fondo, nos ofrece una fiesta de color que, en último término, no pasa de ser eso: tan bello como insustancial —al menos si obviamos el subtexto general, el hecho de declararse como una «danza macabra», con todo el contexto simbólico que ello aporta — . Como corto que, además, sirve de hilo conductor para los otros dos, su baza consiste en un intento de cohesionar el conjunto a través de una idea común. La muerte como signo último de toda acción, como cabalgata festiva que se nos da en su puro exceso, parece resultar el lugar donde acaban desembocando necesariamente los héroes de las otras dos historias: el laberinto de la existencia, que comienza metiéndose (literalmente) en el tiempo, donde sólo se sale ya hacia la nada.
§1 Running Man se nos presenta, tanto por lo estético como por lo argumental, como una locura ultra-kinética de puro exceso concentrado: §2 Yoshiaki Kawajiri asume como suyo un gran hálito literario, incluso pudiendo aproximándose al equivalente audiovisual del fraseo incombustible de un William Faulkner en sus descripciones del tiempo; §3 un ejercicio de estilo hiper-estético sobre la vida y muerte de un piloto de carreras, completamente ausente de sentido primario, que a través de una perfecta progresión dramática y un narrador sabiamente comedido —lo cual, además, es su acercamiento hacia una forma de animación más literaria— se erige como una reflexión al respecto de los límites de la búsqueda de un sentido vital último personal. §4 ¿Qué sentido tiene la existencia si uno no puede acabar con ella para conseguir cumplir su objetivo último, por diáfano y extraño que éste resulte a los demás? §5 Su pulcredad existencial, definida en cuatro trazos, se nos presenta equivalente a su pulcredad estética en un relato épico repleto de significación —que, además, definiría el código estético de ese milagro contemporáneo llamado «Redline». | §1 Katsuhiro Ōtomo, con The Order to Stop Construction, elige la inactividad como proceso del movimiento último: §2 un relato kafkiano al cual le da la vuelta, con un personaje que lejos de establecerse como el caballero de la resignación absoluta —habiendo interesantes paralelismo entre las dos K’s: Kafka y Kierkegaard— se presenta como un auténtico trabajador capitalista: §3 alguien sometido a unos mecanismos de trabajo que nos resultan completamente paradójicos y sinsentido, representados en unos robots que son incapaces de comprender los cambios en las instrucciones primarias que les dieron —dando así un paralelismo con el presente: la gente no comprende el cambio de paradigma que supone la crisis — . §4 ¿Qué sentido tiene la existencia si uno puede acabar con ella al convertirse en una entidad incapaz de relacionarse con el mundo a causa de la obsesión de un pensamiento ya dado? §5 En último término lo explosivo de la acción que nos presenta Otomo no deja de ser la combustión que nace del interior de cualquier trabajador alienado, de cualquier hombre que esté condicionado por su completo existir fuera de su propia existencia. |
El conjunto se define entonces por su condición de fijarse en lo que, para el siglo XX, ha sido lo determinante en el descubrimiento del hombre: el ser y el tiempo. Por eso todas estas narraciones se circunscriben como un impassé temporal en el ámbito de la subjetividad, mostrándonos así como la percepción de la propia existencia cambia a partir de la lógica temporal que ésta asuma; la niña se aproxima a la vida y la muerte como si fueran un juego, el héroe erradica todo tiempo para fundar la posibilidad de su propia existencia y el trabajador lo estanca para no tener que vivir en ella. Tres momentos de un futuro (Neo) del espacio (Tokyo) que en realidad, es nuestro presente. Porque no existe obra que hable del futuro que, en realidad, no nos esté hablando si no del presente, al menos sí de esas verdades universales que siempre han acompañado en las más reflexivas noches del hombre.
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