A Snake of June, de Shinya Tsukamoto
Vivimos bajo el reluctante dominio de constructos sociales que interceptan las formas no sólo de nuestro vivir, sino incluso la propia orografía profunda de nuestro cuerpo; nuestra piel y órganos, en un sentido tanto metafórico como pretendidamente literal, son construidos por aquellas imposiciones sociales que se desatan en el mundo en sí mismo. ¿Qué ocurre en esta construcción espuria, producida desde el exterior de los individuos mismos? Que se nos construye como una cárcel en la cual se nos impone de forma manufacturada condiciones ajenas a las realidad fáctica en sí del individuo, haciendo que necesariamente el comportamiento deba acotarse dentro de los estrechos límites que concomitan con lo inaceptablemente irreal: los hombres no pueden tener sentimientos del mismo modo que las mujeres no pueden desear los placeres sexuales. Y esto es así, en una perspectiva social, ya no por la construcción en sí de los eventos ‑que es imposible, porque de forma natural es imposible que haya construcciones que vayan contra las dimensiones naturales esenciales de la humanidad- sino por el hecho mismo de intentar imponer unos límites interesados que convengan a quienes pueden imponerlos como hechos generalizados de lo real. La paradoja está en el hecho de que, del mismo modo, se insta a ambos sexos a satisfacer las necesidades contrariadas del otro.
La primera mitad protagonista de A Snake of June es Rinko Tatsumi, una joven treintañera con casa propia y un trabajo como consejera en una linea telefónica en un centro de salud; su marido, Shigehiko, es un exitoso hombre de negocios mayor que ella que, lejos de ser el arquetipo de salaryman borracho y putero, es un hombre tímido, amable y bueno que siempre subordina sus deseos a los de ella: la construcción de la pareja protagonista es la idea de una vida idealizada según los cánones de la burguesía capitalista, propósito que no podrá mantenerse ni un instante sin ser puesto en duda por el maestro japonés de la carne y el acero. Esta arcadia capitalista para amas de casa insatisfechas sin vida Disney se irá al infierno cuando Rinko reciba una misteriosa carta donde hay una serie de fotos obscenas suyas que serán reveladas a su marido si no hace lo que este sujeto anónimo le pida. ¿Pero se puede destruir la felicidad de un hogar que nunca fue feliz? Esta parece la pregunta que recorre la mente de Shinya Tsukamoto al escribir el guión de su película más aparentemente alejada de la nueva carne ‑y es importante remarcar el aparentemente, pues seguramente es donde explora con más ahínco las premisas de la carne. Aquí la nueva carne es la encarnación de la carne, la nueva carne se construye como la carne en sí misma reencarnada como necesidad presente.
Tsukamoto nos muestra en todo momento como el matrimonio se sostiene bajo una farsa creada a través de constructos sociales que dictan lo que los personajes deberían desear y sentir de su compañero sentimental, todo ello de forma independiente de sus auténticos deseos o sentimientos que se han de ver subordinados a la idea de lo que deben ser según la sociedad. Rinko anhela una figura paterna que la respete, cuide y proteja de todo lo que pueda dañarla lo cual llevará a dessecualizar la figura de su marida en tanto no hay aquí una pretensión de deseo hacia la figura paterna -sorry Freud, you’re not a winner-, pues a la feminidad sólo corresponde el acto performativo de lo sensual mientras Shigehiko es un obseso de la limpieza que se ufana en proteger de un modo obliteratorio la inexistente fragilidad de Rinko mientras se abotarga en la necesidad impuesta de jamás desvelar sus sentimientos; cada uno de los personajes representa un papel en una obra de sombras chinescas, en una parodia de su auténtico ser, en el cual se amoldan en una profunda insatisfacción que les impide constituirse en un amor profundo: uno no puede convenirse en el otro, porque de hecho su carne es sólo el plástico manufacturado del capital. Así el caos producido por Iguchi, el voyeur acosador, les obligará a salirse de los esquemas sociales que persiguen como necesariamente positivos para construir sus propios constructos en los que edificarse para pretender edificar su propia búsqueda de la felicidad. Y con ello, muy lejos de destruir sus vidas, conseguirá arrasar con todo lo que hay de falso en sus existencias, con toda condición esencializada de los construcciones sociales que le han sido impuestos.
La figura de Iguchi se nos presenta como un catalizador de la subversión, como un productor de la nueva carne, precisamente cuando obliga a los protagonistas a disruptir sus ideas preconcebidas de lo que deben ser arrojándoles al extremo de los puntos que ellos desean connotar. Rinko verá su sexualidad expuesta en público de forma radical, Shigehiko verá la vulnerabilidad de su amada en una agresión rotunda de sus sentimientos; toda acción emprendida por Iguchi está en la pretensión de liberar la sexualidad de una y los sentimientos del otro, es la pretensión de derribar cualquier convención social que les obligaba a arribar en unas falsas pieles que oprimían su auténtico ser. Como las serpientes en Junio, los personajes se deshacen de su antigua piel para constituirse en su nueva carne que es sólo la carne auténtica de la que están hechos en sí.
La escena final donde Rinko y Shigehiko hacen el amor de forma apasionada, donde ella disfruta de cada placer mientras él no puede contener en un momento dado las lágrimas, sintetiza toda la esencia del discurso de Sakamoto: la nueva carne es renunciar a las falsas plastificaciones de la carne que nos llevan hacia creer como propio aquello que nos resulta completamente ajeno; la nueva carne es constituirse como lo que se es realmente, como la carne que se es en sí mismo que se sobrepone sobre los cánones sociales. Es por ello que el amor de ellos dos sólo se ve explotado, completamente afianzado, cuando pueden liberarse de las cadenas que hacen que ella deba estar dessexualizada y él dessentimentalizado, produciendo que en la libre aceptación de su ser, en la libre aceptación de su (nueva) carne, pueden conformarse en uno sólo al comprender de forma profunda al otro, al constituirse en el lugar del otro. Esto es así porque las condiciones mismas de masculino y femenino son unas construcciones sociales inútiles incapaces de recrear la condición existencial única de cada persona, de cada pareja en particular que buscan ser uno a partir de dos singularidades particulares. La elección de los roles sociales no debería ser jamás condicionado por un hecho biológico, sino sólo por la construcción existencial buscada por cada par de individuos que se pretendan en construcción.