Todas las historias deben tener, necesariamente, un principio y un final, o al menos deben tenerlo si es que desean poder considerarse historia y no un turbulento ahora. Eso hace necesario que, en toda tradición secreta, exista un traidor que obligue a desmantelar la asociación para así que un cronista futuro pueda acotar los efectos telúricos que produció en el mundo. Esto es lo que ocurre con los shandys en Historia abreviada de la literatura portátil de Enrique Vila-Matas.
La conspiración shandy, también conocida como sociedad secreta de los portátiles, se trata de un heterogeneo grupo de artistas cuya toda obra puede ser contenida en los delimitados espacios de una maletín que pueda ser siempre transportado con ellos. De esta ingeniosa organización han sido los más diversos sujetos, pero todo aquel que fue alguien a comienzos del siglo XX con una escritura que rompiera con la tradición catedralicia del siglo anterior perteneció a ellos. Así nos presenta Vila-Matas un ensayo ficcionado tan peculiar como ligero para los cánones del género; lejos del farragoso estilo propio del estilo ensayístico común el autor adopta un estilo afrancesado para la ocasión llevándolo hasta el extremo. Si los franceses son conocidos por la ociosa afectación que imprimen en sus ensayos, llegando hasta la divagación poética fatua, es éste último hecho el que abraza con fervor el escritor barcelonés. Aun siendo una magnifica recreación lo más precisa posible de una realidad ficcionada de tintes periodísticos, prácticamente gonzo, su fin último es su bellísima prosa.
Durante toda la historia sobrevuelan en una genealogía de los hechos que nos llevan por los más recónditos rincones de la historia. Quizás nunca fue lo que nos narra pero perfectamente podría haber sido al recrear meticulosamente, con cierto tono jocoso, las disposiciones propias de cada uno de los autores embaucados en esta travesía imposible. Cargados de una magia especial, ya no sólo por la presencia de Crowley, sus personajes se ven apesadumbrados por la doble carga que en su vida sostienen: la pereza y la creación. Las ansias de creación invocan a los odradeks, una suerte de doppelgänger kafkiano, que les producen una angustia vital tal que lentamente les lanzará hacia las manos de la desidia y el opio. Pero en ésta sólo encontrarán los desaires del lujo, de la palabrería vacua en un esperar a la nada lejos de sus enemigos capitales pero también lejos de sus propios deseos. Como máquinas deseantes deben aceptar el hecho de que sus deseos, por portátiles que sean, siempre conllevarán esa tragedia de dos caras: para conseguir el objeto de deseo hay que confrontar los infiernos de nuestras decisiones tomadas.
Una conspiración portátil es, por definición, un intento de huir de los capciosos grandes destinos que deparaban y eran soñados en el seno mismo de la modernidad. En la contemporaneidad, donde los grandes proyectos sólo han muerto en apariencia, el cambio del doppelgänger al odradek no ha cambiado la intensidad de las consecuencias del deseo, sólo se tergiverso su nombre. Quizás el mundo esté lejos de permitirse las catedralicias figuras del pasado presente, pero el presente futuro nos exige el ser capaces de luchar entre los vómitos de una majestuosidad nunca perdida.