Yûkoku
Yukio Mishima
1966
La patria del hombre está allí donde su corazón reside. Creer que amar no es un acto político, cuando se han perseguido y ensalzado personas por ello, o que la política no conoce de amor alguno, cuando sus mayores sacrificios han sido clamorosos actos románticos, es no haber entendido la intrincada relación existente entre ambos aspectos de la vida; si la política es la ordenación de la vida junto al otro, entonces el motivo más próximo ha de ser, por necesidad, el amor.
Aunque siempre se saca a coalición el furibundo fascismo de Yukio Mishima, fascismo que quizás no pasa de conservadurismo —creía en la santidad del emperador y el poder de los samuráis; si por eso fascista, debería serlo quien creyera en la virgen y los almogávares — , su gran interés fue el amor romántico. Su única producción de cine, Patriotismo (憂国 Yūkoku), nos demuestra hasta que punto es así: un joven soldado de una sociedad secreta renuncia al golpe de estado que acometerán sus compañeros, suicidándose con su mujer para marchar juntos ocurra lo que ocurra. Suicidio ritual, seppuku, siguiendo los dictados del bushido, que ejecutaría del mismo modo Mishima cuando fracasara con aquel golpe de estado que sabía jamás triunfaría; donde en ficción por amor pudo cortarse la cabeza para ahorrar dolor a su mujer, después no pudo hacerlo en verdad obligando a otro soldado a ahorrarle el sufrimiento. No es el suicidio un método de fuga para el sufrimiento en él, sino el método a través del cual anidar en la posibilidad de un final a la altura de aquello que anida en el pecho: un gran amor, tengamos por patria a una persona, una nación o una idea, requiere no permitir que sea capturado, realizar un sacrificio a su altura.
Los jóvenes amantes, hermosos, se miran, silenciosos, se aman, durante largo rato, para acabar en suicidio que es sólo prólogo, descarnado, de un amor que se nos demuestra en los faldones ensangrentados de la mujer orgullosa de morir sobre el pecho de su amor, infinito. ¿Qué es el patriotismo? Besar la carne de la persona amada hasta su último recóndito rincón antes de sajarse la propia ofreciéndola al mundo como tributo de lo visto y de lo que no se respetará, aunque el mundo esté tan vacío como para considerar que ningún sacrificio es demasiado pequeño como para no ser considerado excesivo. ¿Quién no desea morir en los brazos de una gran historia, un gran ideal, un gran amor? Incluso el más misántropo de los hombres piensa «¿es mi último acto uno digno para ser recordado?».
Sacrificar una vida entera por un momento de amor verdadero no es un desperdicio, es el acto de un alma noble, engrandecida por la transcendencia, consciente de que no hay precio a pagar por tal valor: el del acto significativo de una vida, extendiéndose como una katana por la garganta de la existencia de aquello que llamamos patria.
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