Pueden descargar los subtítulos de la película traducidos por mi al español (de España) tal que aquí.
Los sueños, como aquello que deseamos, son una parte constituyente determinante de nosotros mismos; son una cosa personal, absolutamente intransferibles, y que incluso carecen de sentido si se sitúan fuera del contexto mitológico del individuo en particular que los sustenta. Por eso son algo interesante que abordar, pues son uno de los más determinantes ‑aunque, a su vez, uno de los más complejos- rasgos a la hora de definir la identidad de un individuo dado. Es por eso que un sueño no se puede compartir, o no literalmente, ya que el otro, el que no soy yo, no puede comprender porque eso es especial para mi: carece de mi bagaje para entenderlo. De éste modo, en apariencia, el viaje hacia el cumplimiento de los sueños es algo solitario, siempre renegando de “el otro”, como forma de encontrar una identidad de mi yo presente-futuro. Pero, como nos enseña Redline de Takeshi Koike, los sueños sólo se pueden cumplir cuando me resguardo en el entendimiento de los otros que son como yo; que son yo.
Redline nos cuenta la historia de un torneo mortal de aerodeslizadores que se celebra cada cinco años. Este año, además de unos participantes particularmente dementes, se suma la amenaza del gobierno de Roboworld de boicotear de forma violenta la carrera si insisten en que se celebre en sus tierras sagradas. De éste modo se entrecruzarán las vidas de JP, un entrañable piloto de tupé imposible, y Sonoshee, una joven que tiene por sueño ganar la Redline. Primero como amigos y después como rivales intentarán, respectivamente, salvar a sus amigos y conseguir cumplir sus sueños.
La mitología que inunda toda la película es muy evidente y se basa, básicamente, en dos puntos básicos: la animación, con especial predilección del anime, de carreras y los videojuegos. Las carreras, un auténtico cúmulo visual de imposibilidades, despliegan una estética anime llevada hasta el paroxismo, parodias continuas incluidas, llevando hasta el extremo todas y cada una de las situaciones. Y es que, desde los valores de producción hasta el uso de continuos guiños hacia el medio, todo se conduce hasta el paroxismo. Todo es brutal; todo va siempre más allá. Pero cuando empiezan las carreras todo nos recuerda a los F‑Zero o los Wipeout, con unas carreras frenéticas llenas de trampas y uso de armamento pesado para ganar la carrera. La velocidad adrenalítica y la sensación de estar siempre al filo de la navaja lo emparenta con otros híbridos contemporáneos de cine que bebe indisimuladamente de unos referentes videojueguiles ya mitológicos. Como una respuesta anime a Speed Racer, pero aun más extrema.
Pero detrás de todos esos referentes y ese continuo exceso brutal se esconde un mensaje bien simple: la importancia de la amistad y, por extensión, del amor. El noble JP hace todo por sus amigos, incluso hacer las cosas mal, lo cual le lleva siempre hasta el límite; Sonoshee es su absoluta antítesis: renuncia a cualquier clase de sentimiento con tal de ver cumplidos sus sueños. Estas dos formas radicalmente distintas de ver la vida chocan al final en una respuesta común: si Sonoshee quiere cumplir sus sueños tiene que permitir que JP la ayude y, con ello, que los vínculos entre ellos se estrechen. El otro, el que no soy, quizás no pueda comprender jamás porque es tan importante para mi el hecho de cumplir un sueño específico, de dejarme llevar por la seducción de una situación, pero es capaz de dejarse arrastrar por los sentimientos que nos involucran, por los flujos que nos unen, con tal de conseguir que yo cumpla ese deseo. Y es así porque ese otro ‑ya bien sea mi amigo o, a otro nivel más profundo, mi amante- no es un otro, sino que es una persona que a través de aquello que nos une, esa profunda amistad, es capaz de ponerse en mi piel; de ser yo mismo personificado en sí.
Por eso el final es tan excesivo y grandilocuente, como una pantalla final de Game Over al acabar un videojuego: al concluir el mensaje que pretendía transmitirnos, la razón última de su aventura, no hay razón para que continúe. No es importante que ocurre con JP y Sonoshee, porque ya sabemos con certeza que es lo que nos han pretendido decir. Ellos, en tanto entidad metafóricas, trascienden la necesidad de contar una continuidad y, por ello, se conforman con contarnos como consiguieron alcanzar sus sueños. Los sueños no se pueden alcanzar jamás sin confiar en aquellos que son capaces de ponerse en nuestro mismo lugar.