Cuando las particulas de roca se disgregan conforman una cantidad casi obscena de diferentes conformaciones físicas con unas delimitaciones estrictamente claras entre sí; sólo las partículas que se delimitan en el espacio exacto entre los 0,063mm y los 2mm es lo que comúnmente denominaríamos arena. Los desiertos adecuados se comportan como mares de arena ya que, por su particular baja densidad, se comportan como una especie de mar: la arena fluctúa en olas mientras se circunscribe en flujos divergentes que devienen perpetuamente hacia el infinito. Aunque parece que el destino de la arena es, finalmente, conquistar el mundo a través de su proceloso abrazo salado no hay nada más lejos de la realidad, en último término la arena, como todo en éste mundo, se afianza en conformaciones aun más pequeñas como el limo (partículas de los 0,063mm hasta 0,004mm) o en compactaciones de partículas como la arenisca. La arena, como el hombre, sólo puede depender de estar en una eterna mutación que le permita estar siempre en movimiento o desaparecer en la conformación de un todo mayor que sí mismo del cual es indisoluble a priori. De esto trata justamente “La mujer de la arena” de Kobo Abe.
Un joven profesor de colegio y entomólogo aficionado, Jumpei, se toma unas breves vacaciones para buscar algún tipo de escarabajo, su particular especialidad, que no haya sido catalogado nunca antes. Para su desgracia en un remoto pueblo costero sus habitantes le engañarán quedando encerrado en lo más profundo de una sima en una casa donde habita una temerosa mujer. La relación sexualmente tensa y sus continuos intentos de huida irán cristalizándose cada vez con más fuerza según compruebe la aterradora verdad: nadie le busca. Como un grano de arena voló con las corriente de arena lejos y, sin explicación alguna, nadie necesita saber que viajó porque así lo quería y se le permitió. No hay razones, sólo un eterno devenir en cambio o arenisca.
Todo el libro está salpicado por la arena donde, muy kafkianamente, está encerrado Jumpei. Sin posibilidad de salir se aferrará a la idea de la huida y a la violencia (física, sexual o emocional) hacia la mujer ‑que, a su vez, parece aceptar de muy buena gana la mayor parte de ocasiones- en una especie de juego sadomasoquista perpetuo donde no hay posibilidad de parar nunca el juego. Por eso sus reiterativos intentos de huida siempre son infructuosos: el está tan profundamente aunado a la arenisca que lo ha reclamado para sí como lo sería de ser uno de los muchos granos de arena que debe trabajar cada uno de los días en el lugar. Como una heterotopía socialista donde todo lo básico está saciado a través de la cooperativa a través del trabajo duro que supone retirar la arena que podría derribar sus hogares pero, a su vez, es la fuente de riqueza del pueblo se conforma una comunidad socialista tan perfecta como tramposa. Nadie puede escapar de éste sistema burocratizado de la vida porque no sólo se da en un trabajo alienado, sino que también se compone a través de la alienación absoluta de la vida.
¿Y qué ocurriría si alguien consiguiera huir? Que acabaría en las arenas movedizas, literal o metafóricamente. Nadie puede escapar en tanto la vida se aliena hasta tal punto que no se puede concebir una vida que no sea a través de ese trabajo; dota de un sentido profundo y primero a la vida obliterando cualquier noción de necesidad, de deseo, que no sea primaria. Las personas se van destruyendo lentamente, quedándose sin deseos ni personalidad, para quedar finalmente subyugados como granos de arena a la arenisca donde son piezas conformantes necesarias del conjunto pero vaciadas de todo valor como piezas únicas en sí mismas.
Por eso la huida de Junjei no tiene sentido, ni tendrá sentido jamás, aunque consiga huir él ya no es parte más que de un conjunto social, una cultura y pensamiento, que ha obliterado toda necesidad y deseo de su interior; vive exclusivamente como un mecanismo de la sociedad. Por eso el socialismo utópico se cierne necesariamente como un monstruo terrible que destruye cuanto existe en la sociedad: requiere de un trabajo quirúrgico-cultural para arrebatar los deseos, algo necesariamente constituyente del hombre, para que pueda ser parte de un todo absoluto sólo a través de la satisfacción de sus deseos primarios, sin posibilidad (ni necesidad) de trascendencia. Por eso no importa que alguien huya de la villa de la arena, pues necesariamente acabará volviendo, la imposibilidad de vivir exclusivamente conforme a los deseos esenciales del hombre les destruirá. La arena es como el hombre deviniendo siempre en cambio para evitar constituirse en la arenisca que lo destruirá.