La escoba del sistema, de David Foster Wallace
Si seguimos lo que dice el segundo Wittgenstein al respecto del lenguaje nos encontraremos con que tenemos entretejida la perfecta trama para una novela: el significado de las palabras está en su uso. Es por eso que si preguntamos cual es la parte esencial de una escoba primero deberíamos preguntarnos cual es el uso que quisiéramos darle, pues es muy poco efectivo romper ventanas con las cerdas o limpiar el suelo con el mango, pero no así al revés —como de hecho bien sabía Lenore Beadsman. Ahora bien, esta condición del lenguaje se vuelve confusa, pero quizás incluso más rica, cuando esta pretensión se dirige hacia una persona: ¿Qué es Wittgenstein? Para el común de los mortales, un filósofo analítico; para los popperianos, un perturbado que gusta de amenazar con atizadores; para Lenore Beadsman, la personficación del mesías de la filosofía. Pero del mismo modo que aquí paramos de responder la pregunta, en realidad eso no llena de significado el término Wittgenstein en tanto no conoceremos cual es su fundamentación de verdad hasta que no hayamos agotado, por agotados conocidos, todos los usos lingüísticos del término; no hay entonces una verdad ontológica esencial, sino que ésta se da en el escurrir constante entre los dedos del tiempo de la existencia.
Siguiendo con el problema de los nombres propios, nos encontramos con el callejón sin salida de que en un cierto momento dado es imposible conocer un yo que se defina como tal: si toda palabra remite a una verdad que se da en su uso, el yo es dependiente de lo que los demás pretendan interpretar de nuestras acciones. Esto es sólo un problema si establecemos que no hay un nivel ontológico, que no hay una existencia que permite un entendimiento a partir del cual se establece una reflexión interpretativa sobre mi propia existencia, no sobre el yo; es un problema artificial por eliminado, por obviar la superación del cartesianismo, pero real en el ámbito de cierta lógica — hagamos como si fuéramos unos lógicos (muy) poco puestos al día.
Lenore Stonecipher Beadsman no es Lenore Beadsman, pues la primera es bisnieta de la segunda, pero las condiciones del yo de la primera son indistinguibles de la segunda a partir de una caracterización mínima de sus usos (tienen el mismo nombre, están obsesionadas con Wittgenstein, sus simpatías y antipatías son comunes, comparten árbol familiar, etc), pero sin embargo se pierden según ahondamos en ellas (una tiene 24 años y la otra más de 80; una tiene temperatura basal y la otra no, es esencialmente un lagarto; una está en desaparición y la otra está desaparecida); son semejantes pero en tanto sus usos lingüísticos cambian, en tanto su red de relaciones lingüísticas difieren, no son la misma. Lo mismo podríamos decir de la primera con respecto de Rick Vigorous: aun cuando en tanto novios, amantes, algo, son en efecto lo mismo (no hay distancia real en un plano de referencia general; se ve mejor en el mundo anglosajón: la mujer casada cambia su nombre por el de su marido, por lo cual ella es extensión de él —y, en un nivel más cruel, posesión de él según Hegel (explicado para que pueda entenderlo incluso Nervioso) — , en realidad son efectos diferentes porque como entes tienen una serie de rasgos que difieren entre sí que no pueden entenderse como una misma entidad. Son sólo dos sinónimos parciales entre sí.
El joven ¬DFW, también conocido como No (es) David Foster Wallace, creía que vivir era esencialmente ser narrado, lo cual implicaba que cuando uno pretendiera establecerse como una existencia lo hiciera siempre dándonos, al menos, dos proposiciones: 1. Ser es ser parte de una historia, 2. Ser es ser un personaje. El problema de esta interpretación es que la primera proposición arranca hacia otras proposiciones, como el hecho de que si se es parte de una historia se es una entidad narrada {1.1. Ser parte de una historia implica ser narrado; lo cual a su vez tendría otras consecuencias lógicas, como el hecho de que ser narrado implica estar narrado [1.1.1. Ser es estar atrapado en el fatalismo] o que ser narrado implica ser interpretado [1.1.2. Ser es ser interpretado; lo cual a su vez implica que somos pensados por otro externo a nosotros (1.1.2.1. Ser es ser interpretado por alguien) en tanto no podemos pensarnos a nosotros mismos (1.1.2.2. El entendimiento no puede interpretarse a sí mismo]}, lo cual en la segunda de ellas no abandonaría en el hecho de que en tanto personaje no tenemos voluntad más allá de lo que los demás interpretan [1.2.1. Soy lo que los demás interpretan que soy; lo cual a su vez nos deja en la situación de no tener libre albedrío (1.2.1.1. No puedo ser aquello que los demás no creen que sea) y, lo que es peor, produce que estemos atrapados en los demás (1.2.1.2. Ser es ser atrapado en la interpretación de otro) que sin embargo es sólo en otro (1.2.1.3. Ser es ser en la interpretación de un otro que es interpretado) por lo cual se elimina el solipsismo de forma pragmática (1.2.1.4. Puedo ser lo que devengo ser, porque el ser que me interpreta depende de lo que interpreto de su propio ser)]. Finalmente el joven ¬DFW no tuvo en cuenta aquello que ni la lógica ni el pragmatismo pueden derrotar, y es la inviolabilidad del círculo hermenéutico.
¿Cual es el problema entonces de ser La escoba del sistema? Que depende de todas las posibles interpretaciones que queramos darle, porque tan escoba del sistema es aquella que se utiliza para limpiar el sistema (la fibra, la policía, el aceite) como aquello que se utiliza para destruirlo (el estreñimiento, los terroristas, el óxido). Todas ellas son funciones de ser la escoba del sistema. El elegir una sobre las demás y dedicarle un especial esfuerzo interpretativo no demuestra que eso sea esencialmente La escoba del sistema, sino que define una de las posibilidades que de facto es La escoba del sistema pero de hecho no agota en sí misma en tanto interpretación de ésta. O, lo que es lo mismo, que una palabra no se agota exclusivamente en uno de los significados de su uso, sino que depende de cartografiar todos los posibles usos que podamos darle de forma efectiva.
Eso es La escoba del sistema; eso intenta retratar David Foster Wallace: el solipsismo, como estamos encerrados en el lenguaje, como una interpretación nunca se agota en el autor o en la obra porque el entendimiento ajeno siempre se sitúa en unos usos lingüísticos ajenos a los propios. Eso es ser la escoba del sistema.
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