si mi memoria tiene fecha de caducidad, que sean 10.000 años…

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El amor, co­mo la ener­gía, no se crea ni se des­tru­ye sino que se trans­for­ma. Cuando un amor se aca­ba no es­ta­mos an­te un fi­nal tan­to co­mo an­te un nue­vo co­mien­zo en el cual de­be­re­mos an­te re-ordenar nues­tros sen­ti­mien­tos pa­ra po­der sa­tis­fa­cer tal de­man­da amo­ro­sa. Esta se­ría la po­si­ción de los per­so­na­jes de Chungking Express de Wong Kar-wai.

La his­to­ria se di­vi­de en dos ac­tos: la his­to­ria del po­li­cía 223 y la del po­li­cía 633. Como dos go­tas de agua se van de­sa­rro­llan­do en una cier­ta mí­me­sis de tras­fon­do que los aú­na en una cier­ta igual­dad. Ambos son aban­do­na­dos por las mu­je­res que aman y pa­ra in­cu­rrir en el aca­bar ese amor per­di­do geo­gra­fi­zan en el es­pa­cio fí­si­co sus sen­ti­mien­tos. Mientras el po­li­cía 223 com­pra la­tas de pi­ña con fe­cha de ca­du­ci­dad el día 1 de Abril ‑día de su cum­plea­ños pe­ro tam­bién nom­bre de su amada- el 633 ha­bla­rá con sus pe­lu­ches co­mo mé­to­do de se­guir sin ol­vi­dar aque­llo que fue pe­ro ya no se­rá. Sólo cuan­do se co­man las la­tas de pi­ña o la en­tro­me­ti­da Faye re-ordene to­da su ca­sa po­drán con­ti­nuar con sus vi­das; al cam­biar el es­pa­cio fí­si­co re­pre­sen­ta­cio­nal eli­mi­nan la pro­yec­ción de un amor ca­du­co pre­pa­ra­dos pa­ra un nue­vo amor. No hay per­di­da al­gu­na, el amor no des­apa­re­ce de la me­mo­ria que se­ría ese pun­to co­mún pa­ra am­bos po­li­cías ins­ti­tui­do en el ke­bab al que van siem­pre so­los a co­mer. Allí, en esa me­mo­ria cam­bian­te, se es­ta­ble­ce la sal­va­guar­da de aque­llo que siem­pre per­ma­ne­ce inal­te­ra­ble y só­lo cam­bia­rá cuan­do és­te mis­mo es­pa­cio cam­bie; el amor que cam­bia de for­ma o pro­ta­go­nis­tas pe­ro nun­ca desaparece.

Los per­so­na­jes a tra­vés de la me­mo­ria de los es­pa­cios que re­co­rren en­cuen­tran nue­vas for­mas de amar si es que no en­cuen­tran di­rec­ta­men­te aquel amor que se creía per­di­do. Y es que no im­por­ta cuan­to tiem­po pa­se, el ol­vi­do ja­más es un es­pa­cio que le sea co­no­ci­do al co­ra­zón ena­mo­ra­do. Siempre aca­bo en el lu­gar don­de el amor que ha­bía via­ja­do mu­cho me encontró.

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