Space Invaders Extreme, de Taito
¿Qué es Space Invaders Extreme, qué aporta con respecto de su hermano mayor, adusto pero tierno, que pueda interesar a una nueva generación de ludópatas en ciernes de adictivos parches de disolución de la realidad? Pura nostalgia revestida con una fina capa de novedad, una tan frenética como pura oda de amor por el pixel que destila pasión por los videojuegos a cada paso que da. Es posible que sus mecánicas no hayan evolucionado en absoluto en más de veinte años, apenas sí unos power-ups que dan un tono (muy) diferente a las mismas, pero el frenetismo sigue como su apuesta principal: hay una constante apuesta por el más rápido todavía, por mantener el ritmo constantemente. Por ello no es extraño que a través del techno que nos acompaña sin cesar conjugamos un esperpéntico espectáculo de luces, colores y sonidos dignos de la mas sórdida rave noventera inglesa, y de eso se trata: el juego nos arroja de una forma constante en medio de un delirio psicotrónico más cercano al de la catarsis de la fiesta que al de la masacre sistemática de enemigos; la auténtica catarsis del hombre no se da en la muerte, sino en la negación de la misma en la fiesta. Pero en esencia no deja de ser Space Invaders, el eliminar a los alienígenas anónimos lo mas rápido y eficientemente posible antes de que te maten, antes de que la fiesta se enquiste diluyéndose en la tragedia ‑no pensar, actuar antes de que podamos vislumbrar ese pensamiento. Aunque eso nos cueste la vida.
Goodbye to Romance, de Melody Club
Actitud pop, aptitud rock. La composición anterior podría ser el lema de Melody Club ‑y el cual, de hecho, debería ser su cántico oficioso a partir de ahora- el cual se ve bien atestiguado por quinta vez en este Goodbye to Romance. Después de un comienzo excesivamente azucarado, incluso para los elevados cánones del grupo, empieza el auténtico espectáculo: letras dignas de Young Romance, un uso de sintetizadores que nos retrae hasta la new wave mas hortera y un vitalismo desbordante que resulta agotador. Todo esto asumido en su habitual parafernalia de los ochenta ‑imitación del David Bowie más glam, una Debbie Harry desatada y un Liechestein clásico ad nauseam- que conforma un conjunto afable que no aporta en realidad nada sustancialmente nuevo a un grupo que jamas ha aportado nada sustancialmente nuevo a la música que imitan; cantan sobre el amor, sobre la juventud y sobre la sin razón de la existencia: sobre la felicidad que se permuta desde la huída de las preocupaciones, del pensamiento, de la felicidad de la inmediatez perpetua adolescente. Pero Melody Club son sinceros, solo quieren hacernos bailar (Do You Wanna Dance) y contarnos sus historias (Oh Candy Call Me) y teniendo pequeñas joyas de pura diversión (Girls Don’t Always Wanna Have Fun) y bajo este contexto, siempre temporal, nunca perpetuo, ¿a quien le importan lo que hay más allá del rosa chicle del cielo pop?
The Zimmers, de The Zimmers
Existen personas, grandes virtuosos en las condiciones de la existencia, que se salen de los cánones de su generación, rompen con el tiempo en sí mismo y acaban estando mas cerca de las concepciones existenciales de generaciones futuras que de la suya propia. Esa gente que es capaz de romper con los grilletes de lo que debe ser en favor de volar libres hacia el querer ser, aquellos individuos capaces de permanecer en un estado de mente abierta como para abrazar los conceptos de las nuevas generaciones, merecen la adoración que sólo se puede sostener ante el objeto exquisitamente kitsch. Esta es la adoración que procesamos por The Zimmers, una banda inglesa de más de cincuenta miembros donde la edad media se sitúa en torno a la de Alf, su vocalista, que tiene 90 años. Estos abuelos-jóvenes, espíritus libres de todo condicionamiento temporal que les ate a ciertas conformaciones del mundo, re-visitan algunos de los clásicos indiscutibles modernos del rock como My Generation, Fight For Your Right (To Party) o We Will Rock You; re-contextualizan el valor de las obras al dotarlas de un espíritu revolucionario que el mainstream ha borrado de su contexto al presentarlas revitalizadas a través de sí. Es por ello que desde aquí, desde el foro público, queremos reivindicar que, efectivamente, los viejos rockeros nunca mueren porque Firestarter de The Zimmers es el momento culmen del punk nonagenario, y del punk en general. O no será.
Deja una respuesta