Entre la poesía y el ensayo se mide el abismo que encierra un salto ciego en la creatividad de aquel que intente hacer de su ensayo una entidad poética y de su poesía una cualidad ensayística, porque en realidad el abismo que los separan es sólo una impresión de los prejuicios. Esto es algo que conocía muy bien Robert Desnos como nos demostró con respecto de El Destripador, una recopilación de textos periodísticos sobre Jack El Destripador que publica Errata Naturae ilustrada profusamente por David Sánchez.
Desnos, como haría el propio destripador, nos va haciendo una representación quirúrgica de los hechos con una contención explicativa que, a pesar de su brevedad, no deja un atisbo de duda en ninguno de los aspectos. Esta lectura, clarificadora en comparación con los farragosos textos clásicos sobre el asesino, se dirige entre puntillas entre los interregnos de los ataques para situarse en lo auténticamente importante: el desarrollo de los asesinatos. El ambiente que nos retrata, dejando con las vísceras al aire la atmósfera de la época, es de un miedo palpable, casi decadente, donde no cabe algo más de una tensión naturalizada, casi prosaica; no fabula ni hiperboliza el terror que se respira, sino que se limita a dar cuatro trazos sobrios con respecto del terror. Lo cual cambiará radicalmente cuando hable de los acercamientos donde tratará a Jack como un galán, un seductor de aires à la Rodolfo Valentino, capaz de conquistar el corazón de cualquier mujer sin ser capaz de intuir las oscuras intenciones detrás de sí. De éste modo practica un contraste clarividente entre una atmósfera cargada, periodística, y una descripción de los asaltos que salta directamente hacia la pura prosa de ficción alternando así entre una realidad patente y una realidad posible.
Pero cuando El Destripador saca a pasear el filo de su hoja es cuando Desnos da todo de sí para conseguir que su pluma vuele sobre nuestra piel como un oscuro conjuro que nos haga sentir en la piel desgarrada bajo el cuchillo. Siguiendo las descripciones que hicieron los periodistas en su día con una precisión quirúrgica, va desparramando la vivisección de sus víctimas con una prosa florida que nos hace ver la situación a través de los ojos de un asesino poeta. Como si pudiéramos notar la sangre caliente bajo nuestros dedos, cosa que se amplifica gracias a las explicitas ilustraciones de Sánchez, se va abriendo con agilidad cada nuevo corte narrativo ante nuestros ojos como un doliente estigma del pasado; retrata cada herida como si fuera digna de tener su propio poema para sí. Y por eso es glorioso el retrato de Desnos, porque consigue aunar el horror más absoluto con la belleza, unir en comunión el asesinato y el terror con la más fina de las artes y, por supuesto, consagrar la vida del ensayo periodístico en honor de una prosa poética que extirpa los prejuicios de la mente de cualquier lector advenedizo. El auténtico escritor es un destripador de la prosa que extirpa, remienda y se queda tan sólo aquello que desea ignorando cuales son las condiciones que debería asumir como propias.