Paprika, de Yasutaka Tsutsui
La interpretación de los sueños es uno de los ritos más comunes conocidos en el seno de prácticamente todas las culturas humanas a lo largo del tiempo que han pretendido, a través de éste, poder conocer el futuro o el auténtico espíritu de las personas. Los sueños, que sólo devienen cuando dormimos y parecen esconder algo que normalmente no está ahí de forma consciente, son un elemento sugestión en tanto parecen estar siempre ponderando a través del enigma, de aquella pregunta que se nos presenta como un secreto intelectual que esconde la verdad última de nuestras dudas. Es por ello que alguien como Sigmund Freud no dudaría en usar los sueños como un canalizador adecuado de las hipotéticas psicopatías de sus clientes/pacientes para así poder tratarlos en aquello que, según él, deviene todo mal: en una idea enquistada de forma radical en el subconsciente profundo de la persona. Por ello aun hoy el estudio de los sueños tiene una cierta preponderancia en nuestra sociedad al ser visto como el posible lugar donde se oculta aquello que permanece latente en el tiempo a través del subconsciente, aquello que aúna todo lo que no puede ser expresado, con la basura informacional que acumulamos en el día a día por igual.
El problema de todo esto es que no podemos ver los sueños tal cual, sino que dependemos de la frágil memoria de las personas que los poseen. ¿Qué ocurriría sin embargo si fuéramos capaces de ver, grabar e incluso manipular los sueños en tiempo real? En resumidas cuentas, ¿qué ocurriría si tuviéramos acceso directo sobre el subconsciente de los demás? Para Yasutaka Tsutsui, doctor en psicoanálisis además de reputado escritor de ciencia ficción, está claro que todo cuanto ocurriría sería la posibilidad de curar enfermedades hasta hoy crónicas como la esquizofrenia. Si fuéramos capaces de penetrar y modificar el subconsciente de la gente, podríamos re-ordenar los pensamientos que resultan conflictivos para así poder construir una realidad mental saludable. Y esto es tan peligroso como suena a priori.
Aquí tendríamos, al menos, dos grandes problemas que deberíamos poder atajar antes de pensar que esto es seguro: la posibilidad de que éste tratamiento no pueda usarse para hechos criminales y que no pueda ser utilizado para modificar el modo de pensar de la gente más allá de aquello que los hace inhábiles para sí mismos. Lo primero es algo que es imposible de calibrar, pues como ya nos demuestra el personaje que da nombre a la novela, Paprika, el primer uso que se da de la máquina es el ilegal, pues ella cura a grandes dignatarios que no quieren que se haga público que han sido tratados de una enfermedad mental ‑y, aun en tanto suponemos que es una heroína, ya nos presenta el principio problemático básico de algo así: su uso, aun cuando controlado, puede ser usado para ser explotado en favor de una minoría para ser capitalizado en las sombras. Ahora bien, el segundo de los casos no es aun menos problemático, porque de hecho nadie nos dice que no pueda ser usado para inducir comportamientos indebidos en los enfermos mentales pues, ¿quién decide qué es un enfermo mental? La clasificación de enfermo mental ha variado de forma constante a lo largo de la historia y, por ello, toda manipulación del subconsciente podría ser considerada una vulneración de la mente de las personas. Independientemente de la seguridad de algo así esto nos propone unos graves problemas éticos con respecto de su uso.
Ahora bien, dejemos de lado al menos de momento esta problemática, hemos de tener en cuenta que esto sería así sí y sólo sí pudiéramos dilucidar que alguien como Freud, que al fin y al cabo sólo puso sus pulsiones como realidad universal en una teoría, tuviera razón en tanto tal y, necesariamente, este tratamiento se convertiría en algo eminentemente sexual. Esto parece satisfacer al picante Tsutsui cuando se recrea de forma grandilocuente en escenas donde Paprika/Atsuko Chiba se dedica a tener sexo (en sueños) con sus pacientes como un método para curar sus diferentes enfermedades; en el caso más extremo incluso ella deviene en pulsión sexual desatada, convirtiéndose en una enferma en sí misma padeciendo de un incontrolable deseo que va más allá de su auténtico deseo: el amor por Kōsaku Tokita. De éste modo Tsutsui va confundiendo constantemente cuales son los auténticos deseos de los personajes (el amor por Tokita) y cuales son producto de una enfermedad mental, de la inducción de pensamientos y de sueños ‑de, en definitiva, lo subconsciente propio o ajeno‑, dentro de su propia vida (el deseo sexual desatado sin razón) para llegar a la conclusión más terrible que Freud podría imaginar: la enfermedad mental no existe en tanto tal más que como hipérbole de toda relación social.
En tanto unos se conectan al cerebro de otros sus mentes, deseos y sentimientos se van influenciado entre sí, del mismo modo que lo harían si simplemente interactuaran de un modo común, pero sin el cortapisas de tener que traducir lo que el otro piensa a través de lo que nos dice; al conectar todos los personajes de la novela sus mentes entre sí la diferencia realidad-sueño/tú-yo se van difuminando lentamente hasta llegar a una completa confusión del individuo y el mundo. He ahí la enfermedad mental. Lo que Freud llama enfermedad mental no es un deseo incumplido que se nos muestra enquistado en el subconsciente, sino que es la relación profunda con un deseo, un objeto o el mundo tan profundo que se entrelaza con y en el Yo hasta formar un todo único indistinguible distorsionando el mundo en sí mismo. Los esquizofrénicos de la novela que sueñan con una muñeca de porcelana que hace un saludo romano se sienten tan identificados con ella, se sienten tan ella, que sólo pueden reproducir su gesto de forma maquínica vaciados de toda expresión humana normalizada. La enfermedad mental pues, en último término, es el hacerse uno con la infinidad de arquetipos que pueblan nuestro inconsciente.
¿Y qué hay de Paprika y todos los que le rodean? Pues que en tanto se van conectando entre sí se van sumergiendo a la vez entre el sueño y la vigilia, entre el mundo real y el mundo inconsciente, entre el uno y el otro, hasta conformar un todo indistinguible donde todo es real por sí mismo en tanto todos están en todos. No sabemos ni podemos saber si el mundo es real o soñado, o que partes del mundo son sueño y cuales realidad, porque necesariamente el autor necesita narrar desde una mente humana ‑habitualmente, penetrando en los pensamientos de los personajes. Y en tanto necesariamente ha de mediar con mentes que han ido progresivamente infectándose de las demás, no nos importa si es realidad o sueño: todo cuanto ocurre en Paprika en Paprika se queda.
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