Child’s View, de Nobukazu Takemura
Aunque toda primera obra de un artista es un hecho fascinante por la singularidad primera que supone en sí misma, en el caso de Nobukazu Takemura este interés está supeditado al hecho de conocer su (prolija) obra anterior al debut en largo. Eso no le exime, si no más bien al contrario, de despertar una particular fascinación en esta primera obra canónica; toda primera obra es un canon definitorio que pesa (sobre) y aúpa en la misma medida la voluntad del artista. Por eso el que Takemura eligiera hacer un disco donde todos sus tics quedaran reflejados perfectamente en una investigación profunda de los mismos, es definitorio de su estilo.
Con un estilo que deberíamos definir como electrónica camaleónica su música está en un eterno devenir errante entre todos aquellos géneros que le parecen interesantes. Quizás por ello no sea dificil rastrear toda clase de micro influencias, pequeños homenajes y destellos de otros, que lejos de ensombrecer o castigar la originalidad del conjunto lo ennoblece con voluntad propia. Jamás hay algo que nos deje de sonar familiar, cercano y cálido, pero aun con todo siempre nos deja la sensación con que esto es algo esencialmente nuevo. Semejante propósito lo consigue con una base cercana al acid jazz mientras se va entrometiendo en las bases esenciales de su música con las formas propias de un niño que explora los límites de su mundo, cuanto le rodea, por primera vez; desde todas las variaciones del jazz hasta el hip-hop pasando por la bossa nova o la electrónica experimental nada escapa de la curiosidad, de la necesidad de jugar constantemente, con cada una de las piezas del rompecabezas.
Porque, si quisiéramos definir el debut de Takemura, pero en general toda su obra, deberíamos hacerlo desde la connotación de ser un enorme, y no menos exquisito, campo de juegos. Él trastabilla los géneros, los confunde e híbrida con estilo hasta que encajan, sin reparo aparente, en una nueva forma imposible de ser pensada antes. Su sonido se define por una perpetuación constante de la novedad.
Por eso el título del disco, Child’s View, pero también en los samplers de voces infantiles que usa, es una elegante declaración de principios básicos tanto de este disco en particular como de toda su obra artística: todo ello es, en último término, un baúl de juguetes donde Takemura juega, destroza y reconstruye cada una de las piezas en su interior; deconstruye y reformula las formas propias del juego que supone el arte, la música. Y con ello no sólo consigue la noble voluntad de desmarcarse de sus coetáneos, sino que consigue iluminar su obra desde una perspectiva que es ajena del mundo adulto contemporáneo. A él no le interesa la mirada aburrida, tremendamente lastrada de una cultura inoperante, de los adultos sino que asume la mirada siempre lampiña, despierta al descubrimiento y al juego como uno sólo, y que no hace diferenciación de entre el Yo y El Mundo del niño. Por eso la música de Takemura jamás pierde su estricta vigencia, siempre se redefine a sí misma desde la perspectiva de no dar jamás nada por hecho, de suponer que con un juguete sólo se puede jugar de las formas que nuestros mayores nos dicen que se puede jugar.
Es por eso que siempre que uno se acerca a la obra de este brillante japonés lo debe hacer siempre con la idea de que la creatividad es la fuerza imperante ‑trastabiladora de la cultura (in)operante, incluso- en la misma. Como el juego torpe, algo inconsciente de su propia condición, de un niño hilvana un carácter fresco como si de una constante mirada del futuro se tratara. Ya que, parafraseando la segunda canción del disco, From Tomorrow, esta es una música que nos llega desde el mañana. Y el mañana siempre será en el futuro.
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