Beyond the Black Rainbow, de Panos Cosmatos
Una de las problemáticas consustanciales a nuestro tiempo, que además encuentra profundas ramificaciones hasta más allá de lo que podemos imaginar, es la reducción de todos los valores existenciales que acontecen en la realidad hasta el límite poder ser cuantificables dentro de un cálculo meramente científico, lo que ominosamente llamamos cientificismo. Esto, que no deja de ser un absurdo en sí mismo, es una apuesta incansable que sucede delante nuestro con la normalidad de los artículos capaces de jurar con una insistencia agotante que el amor, el arte o la historia se pueden conocer de un modo objetivo más allá de la apreciación subjetiva del sujeto; la ciencia no puede explicar todo, por ello es necesario para nosotros un discurso estético-extático: el discurso de la noche, del sinsentido, de aquello que sólo se puede conocer a través de la más pura subjetividad. El problema es que algunos insisten en llevar esto hasta su extremo radical, el caso en el cual la noche se convierte en la estetización absoluta de lo real que nos lleva hasta el otro punto imposible: la completa ausencia de sentido de lo real más allá de sus valores extáticos.
Entender la estetización a través de Beyond the Black Rainbow es particularmente simple, precisamente, en tanto esta basa todo su contenido a partir del hacer copular los diferentes cánones estéticos absolutos de una cierta noción de realidad en sí: la película de Panos Cosmatos es el fruto de una orgía de todo el cine de ciencia ficción más alucinado y preciosista de los 70’s y los 80’s. Las influencias desde Stanley Kubrick hasta Ken Russell pasando por la nueva carne de David Cronenberg es la base teórica y, muy especialmente, estética que fundamenta el sentido último de la película; todo cuanto contiene dentro de sí es precisamente la forma sin fondo de todos esas películas. La acumulación constante de guiños, la estética por la estética y un mensaje que se diluye en su propia ausencia —porque, de hecho, la forma de todos y cada uno de los directores que referencia de un modo directo ya contiene un mensaje que impregna su estética pero que, de hecho, queda deshilachado como una fantasmagoría en esta reapropiación de su estética— son las bases regidoras de una película que funciona como éxtasis puro, como imágenes sin mayor hilación que la pretendida búsqueda constante del placer de lo sublime en el espectador.
Cuando uno de los protagonistas de la película parafrasea a Nietzsche aludiendo como el abismo le devolvió la mirada, y lo lleva más allá, aludiendo al hecho de que éste le ha elegido, no deja de caracterizar la esencia misma de la película: el abismo/película es la estética sin dimensión racional de lo sublime que busca a los portadores de esta que sean capaz de encontrar ese éxtasis absoluto en lo que carece de sentido de forma alguno. O lo que es lo mismo, la película carece de un mensaje o sentido último más allá de la propia belleza que preconiza ella misma como forma última de su mensaje. No hay plasmación sobre una realidad inherente que pueda ser aprensible por el hombre, sino que crea un sentido de nueva estética al cual sólo puede aspirar aquel que esté completamente sumergido en la noche hasta el punto de hacerse uno con ella, volatilizando la posibilidad de entender el mundo como algo más que una concatenación de belleza infinita en el proceso.
El problema de Beyond the Black Rainbow es que, más allá de su belleza impositiva, queda vaciado de cualquier mensaje especular que se quiera ver en él más allá de una pretendida noción de la belleza por la belleza que se fuga de forma constante en su discurso. Es por ello que podemos ver que, de hecho, tiene una belleza cuasi infinita en lo que corresponde a su forma pero no encontramos a su vez un discurso equivalente al cual atenernos. Si los grandes referentes de los que bebe lo son de facto más allá de convencionalismos de género es porque ejercieron una reflexión profunda, cuando no directamente radical, de los cánones de la ciencia ficción y lo real más allá de la propia estética cultivada dentro de su propio seno; el triunfo auténtico del viaje a la noche no es extraer que sólo podemos conocer el sinsentido absoluto del mundo, sino conseguir que ese sinsentido complemente nuestras visiones de aquello que sí conocemos con sentido a través de la razón. Porque si reducimos todo el discurso de lo real hasta la estetización no estaremos dejando más que las mismas vanas esperanzas que cuando esa reducción va en dirección al cientificismo, construyendo una imagen de lo real que especula con el papel completo vacío (por maquínica o por estética) de la existencia en sí.
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