Bambi Meets Godzilla
Marv Newland
1969
La tensión imposible que logra Marv Newland con su obra seminal, para más de uno seminal en sentido literal al sentir que le han eyaculado encima al terminar de verla, consiste en alargar un chiste hasta cambiar de forma flagrante el objeto del chiste: ya que se nos promete desde el título lo único que acontecerá, decide crear el efecto humorístico a través del suspense. Durante cerca de dos minutos no vemos más que pasar créditos donde se repite una y otra vez el nombre de Newland, creando en nosotros dos posibles efectos: frustración (violenta) o frustración (humorística). Los créditos son, por tanto, parte integral de la película en tanto mecanismo interno de la misma: hace gracia porque se crea un ambiente tenso, aburrido, que hace penetrar al gag de un modo violento por su ausencia.
La película en sí, no podría ser más sencilla: una escena, un único plano, donde aparece Bambi pastando mientras esperamos que ocurra el acontecimiento que se nos ha prometido en el título, elucubrando sobre qué ocurrirá; «quizás en realidad ni salga Godzilla» —podríamos pensar como interesados en la obra de Samuel Beckett, pero Godzilla no es Godot por más que compartan partículas en su nombre: aparecerá. Mientras ocurre el evento, por la mente del espectador pasarán preguntas tales como «¿por qué cojones estoy viendo semejante estupidez… por tercera vez?» o «¿cómo he acabado escribiendo un artículo sobre esto?». Su genialidad radica en ese mismo acto, en hacer al espectador cómplice al contemplar la nada como un acto de creación por ser vendido como tal, y por tanto definiendo su valor cinematográfico en tanto se le supone cine: el chiste es que lo gracioso ocurre fuera del chiste. La película se ríe con o del espectador sólo según éste decida que lo hace; el espectador es el reflejo especular de la película.
Eso no significa que se nos prive del momento de catarsis, del encuentro final de ambos elementos: Godzilla aplasta a Bambi. Fin. Después, uno se pregunta cosas de un calado metafísico encomiable: «¿cómo se limpiara las plantas de los pies Godzilla, si con sus bracitos no llega hasta ellas, todo aquello que no pueda quitarse rascando contra el suelo?»; su monumentalidad radica en la mirada del espectador: cualquier cosa que se pueda decir o pensar sobre Bambi Meets Godzilla será una completa gilipollez y por ello, quizás, cómica: posthumor. Porque la propia película es una gilipollez.
O quizás sólo sea una gilipollez sin mayor fundamento, no sé, dejadlo estar: el tío loco éste os está contando unas milongas aterradoras, no sé, está fatal de la cabeza el Godzilla éste de la crítica.
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