Movimientos (totales) en el arte mínimo (XVI)

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Bambi Meets Godzilla
Marv Newland
1969

La ten­sión im­po­si­ble que lo­gra Marv Newland con su obra se­mi­nal, pa­ra más de uno se­mi­nal en sen­ti­do li­te­ral al sen­tir que le han eya­cu­la­do en­ci­ma al ter­mi­nar de ver­la, con­sis­te en alar­gar un chis­te has­ta cam­biar de for­ma fla­gran­te el ob­je­to del chis­te: ya que se nos pro­me­te des­de el tí­tu­lo lo úni­co que acon­te­ce­rá, de­ci­de crear el efec­to hu­mo­rís­ti­co a tra­vés del sus­pen­se. Durante cer­ca de dos mi­nu­tos no ve­mos más que pa­sar cré­di­tos don­de se re­pi­te una y otra vez el nom­bre de Newland, crean­do en no­so­tros dos po­si­bles efec­tos: frus­tra­ción (vio­len­ta) o frus­tra­ción (hu­mo­rís­ti­ca). Los cré­di­tos son, por tan­to, par­te in­te­gral de la pe­lí­cu­la en tan­to me­ca­nis­mo in­terno de la mis­ma: ha­ce gra­cia por­que se crea un am­bien­te ten­so, abu­rri­do, que ha­ce pe­ne­trar al gag de un mo­do vio­len­to por su ausencia. 

La pe­lí­cu­la en sí, no po­dría ser más sen­ci­lla: una es­ce­na, un úni­co plano, don­de apa­re­ce Bambi pas­tan­do mien­tras es­pe­ra­mos que ocu­rra el acon­te­ci­mien­to que se nos ha pro­me­ti­do en el tí­tu­lo, elu­cu­bran­do so­bre qué ocu­rri­rá; «qui­zás en reali­dad ni sal­ga Godzilla» —po­dría­mos pen­sar co­mo in­tere­sa­dos en la obra de Samuel Beckett, pe­ro Godzilla no es Godot por más que com­par­tan par­tí­cu­las en su nom­bre: apa­re­ce­rá. Mientras ocu­rre el even­to, por la men­te del es­pec­ta­dor pa­sa­rán pre­gun­tas ta­les co­mo «¿por qué co­jo­nes es­toy vien­do se­me­jan­te es­tu­pi­dez… por ter­ce­ra vez?» o «¿có­mo he aca­ba­do es­cri­bien­do un ar­tícu­lo so­bre es­to?». Su ge­nia­li­dad ra­di­ca en ese mis­mo ac­to, en ha­cer al es­pec­ta­dor cóm­pli­ce al con­tem­plar la na­da co­mo un ac­to de crea­ción por ser ven­di­do co­mo tal, y por tan­to de­fi­nien­do su va­lor ci­ne­ma­to­grá­fi­co en tan­to se le su­po­ne ci­ne: el chis­te es que lo gra­cio­so ocu­rre fue­ra del chis­te. La pe­lí­cu­la se ríe con o del es­pec­ta­dor só­lo se­gún és­te de­ci­da que lo ha­ce; el es­pec­ta­dor es el re­fle­jo es­pe­cu­lar de la película.

Eso no sig­ni­fi­ca que se nos pri­ve del mo­men­to de ca­tar­sis, del en­cuen­tro fi­nal de am­bos ele­men­tos: Godzilla aplas­ta a Bambi. Fin. Después, uno se pre­gun­ta co­sas de un ca­la­do me­ta­fí­si­co en­co­mia­ble: «¿có­mo se lim­pia­ra las plan­tas de los pies Godzilla, si con sus bra­ci­tos no lle­ga has­ta ellas, to­do aque­llo que no pue­da qui­tar­se ras­can­do con­tra el sue­lo?»; su mo­nu­men­ta­li­dad ra­di­ca en la mi­ra­da del es­pec­ta­dor: cual­quier co­sa que se pue­da de­cir o pen­sar so­bre Bambi Meets Godzilla se­rá una com­ple­ta gi­li­po­llez y por ello, qui­zás, có­mi­ca: post­hu­mor. Porque la pro­pia pe­lí­cu­la es una gilipollez.

O qui­zás só­lo sea una gi­li­po­llez sin ma­yor fun­da­men­to, no sé, de­jad­lo es­tar: el tío lo­co és­te os es­tá con­tan­do unas mi­lon­gas ate­rra­do­ras, no sé, es­tá fa­tal de la ca­be­za el Godzilla és­te de la crítica.

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