CT, o la cultura de la transición, de Guillem Martinez (Ed.)
Nos diría el siempre interesante Gilles Deleuze que la labor principal de la filosofía es crear conceptos a través de los cuales podamos aprehender el devenir mismo del mundo. Cuando dice esto Deleuze no está acotando exclusivamente la posibilidad del pensamiento en los filósofos, un absurdo egomaniaco que sólo podría pensar que así creyera un filósofo alguien que no los conozca, sino que nos infiere una verdad mucho más elemental: en tanto todo aquel que piensa está articulando una filosofía personal, todo pensar requiere de crear conceptos para poder teorizar la realidad. Bajo esta premisa la única condición necesaria para pensar la realidad es que nuestro pensamiento se dirija hacia la creación de conceptos a través de los cuales podamos cristalizar, pero también visualizar, una realidad ulterior que hasta el momento se nos mostraba como inaprensible.
Bajo esta premisa se nos presenta una problemática primera tan profunda como lógica al respecto del libro del que hablamos, ¿qué es CT, o la cultura de la transición? Obviando la respuestas más inmediata y obtusa, que de hecho es del libro que nos ocupamos de hablar en éste momento, la realidad conceptual del mismo no es tan evidente como podría parecerlo a primera vista; aun cuando las palabras cultura y transición parecen remitirnos a significantes conocidos, en su conjunción, requieren de una mayor dotación de sentido para que podamos reconocerlos en su unión. La clarificación más inmediata nos podría llegar de la mano de Guillem Martinez, a la postre articulador ‑que no creador, pues como todo concepto es una creación colectiva que alguien recopila; después volveremos bajo esta premisa- del concepto original de cultura de transición al afirmar que en un sistema democrático, los límites a la libertad de expresión no son las leyes. Son límites culturales. Es la cultura. Bajo esta acotación tan tosca como el mismo la pretende, se establece precisamente el código cultural a través del que podemos ya dilucidar a que se refiere: la cultura de transición como la cultura establecida o pactada durante la transición como marco operativo de las convenciones sociales que se articularán como Realidad®. Justo en ese punto, en esa determinación conceptual, es donde nos situamos ‑literal y metafóricamente, tanto en el día a día como en la búsqueda de significación última del concepto.
La pluralidad de voces que componen esta compilación permite no sólo que haya una connatural presencia del altibajo, sino que también permite abordar de forma tan sistemática como profunda todas las implicaciones que podríamos dilucidar con respecto de la CT; el libro se presenta como la antítesis de la CT en todos sus ámbitos, precisamente, en que aun cuando crea un término no pretende señalar con el dedo ‑salvo en contados e, incluso, equivocados casos- por el peligro que esto supone: la CT señala con el dedo, legitima, invisibiliza y, en general, articula todo el patrón de realidad legítimo en la sociedad española; CT, o la cultura de transición es el acto nomádico que escapa de todo intento de ser delimitado, de ir en una dirección y no muchas, de acusar con el dedo en vez de dibujar con él el campo de batalla. Es precisamente este último punto lo que hace una lectura tan sugestiva el libro: nos encontramos guerreros nómadas, que establecen diferentes patrones de lucha en diferentes lugares, que hacen del mapa su territorio, que combaten allá donde se ha originado la nueva guerra: en la cultura. El general Martinez sólo dirige hacia qué se combate, sin establecer un patrón claro de que se espera, y sólo en la lectura de cada una de las batallas particulares que en éste se establece podemos hacernos una idea de que es realmente esa (desconocida) cultura de la transición. No nos ofrecen respuestas, nos ofrecen herramientas para que nosotros podamos edificar nuestra propia respuesta.
Es por ello que los enfoques completamente dispares en todos los ámbitos, incluso elusivos entre sí, de todos aquellos que se presentan en el libro no sólo no confunden que es la CT sino que amplifican precisamente ese entendimiento. Cada fragmento es una exploración personal que se rige por sus propias condiciones de facticidad y, por ello, donde uno nos puede no decir nada ‑porque su análisis nos es remotamente conocido, porque consideramos que ese análisis ha acabado en un intento fallido o porque acaba en su pura repetición- su consiguiente puede aclarar todos los puntos oscuros de la que esta adolecía; en tanto entidad nómada, rizomática, se expande en todas direcciones sin control retroalimentándose casi por accidente. En tanto todos saben a que se dirigen, pero teniendo cada uno una especialidad en la cual observar esa problemática, cada uno no sólo aporta un pedazo de su observación del problema sino que clarifica también los márgenes de los demás.
Esto último es lo que más nos podría interesar en última instancia: la escritura que se desarrolla todo el tiempo es una escritura en los márgenes, literal y metafóricamente, con respecto de la cultura de la transición. Si antes afirmamos ya a través de Martinez que la lucha de poder se establece a través de la cultura ‑a través de lo que puede o no ser dicho para ser legitimado culturalmente en el país, en último término- y desde la cultura misma es desde donde luchan. En el libro establecen patrones, denuncias y fugas constantes del modelo; no señalan con el dedo, porque ahí estarían aplicando la misma estrategia que su rival, sino que de forma constante vacían de significado la cultura de la transición: no se preguntan por el qué es legitimo en la cultura, sino que se preguntan por el quién: ¿Para quién es legitimo?¿A quién beneficia la CT?¿Quién ha permitido que lleguemos hasta ella? Este quién, la pregunta sobre como se establecen las rutas del poder, es un giro nietzschiano que se deja entrever durante todo el libro en todas sus ramificaciones posibles desde la pregunta más básica ¿quién ha creado el término de CT? Todos y ninguno. Es un concepto inclusivo, un mapa inmanencial donde cada uno compone una parte del mapa pero sólo el trabajo conjunto decide donde empieza y acaba el mapa a cada momento en su devenir.
No es un libro perfecto, ni siquiera es la composición cerrada de un mapa, pero tampoco pretende serlo. Éste se articula como una introducción, como un comenzar el mapa en miniatura, para aquellos que aun no han comprendido el concepto puedan introducirse en el debate para así poder establecerse también como agentes nómadas de esta composición inmanencial; el libro es la puerta de entrada hacia la construcción de algo en perpetuo devenir, en eterna dotación de sentido. Es por ello que incluso éste artículo no deja de ser un trazado de nuevas lineas en el mapa, un intento de seguir cartografiando aquello que aun podría quedar en las sombras de una construcción de la realidad que es la construcción del concepto en sí mismo.
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