Interstella 5555, de Kazuhisa Takenôchi y Daft Punk
Aunque el transmedia es sólo objeto de estudio y debate desde hace relativamente poco tiempo, las mediaciones entre diferentes formas culturales son comunes desde mucho antes. Desde la obsesión de Thomas Pynchon por aglutinar la cultura popular —siendo la Pynchonpedia la primera concepción enciclopédica transmedia, mucho anterior a la Lostpedia— hasta, si iniciamos un proceso inverso de aparición, el intento radical de los artistas pertenecientes a Fluxus de conseguir la obra de arte total, la mirada que atraviesa de forma radical diferentes formas discursivas para aunarlas en una dirección común ha copado gran parte del ámbito artístico-cultural; incluso la adición de letra a la música o de música al cine podría considerarse, en último término, formas primeras del transmedia.
Partiendo de esta premisa podríamos concluir, ya de entrada, que un videoclip no es una forma de presentar a través de una mediación transmediática el valor intrínseco primero de una canción: el videoclip en sí, lo que es el vídeo, no es más que la plasmación literal de lo que la música nos afirma; si la canción tiene un significado auténtico, aquello que sustente auxiliarmente a él no nos es necesario en tanto no hace más que literalizar aquella representación que ya estaba de facto en ella; la letra o el vídeo de una canción son efectos menores, ayudas pero no condicionantes, de la estética última de una canción. Es por ello que cuando Daft Punk eligen hacer de Discovery una narración fílmica a través de la adición sistemática de una serie de videoclips que conforman una historia propia, Interstella 5555, no nos aportan nada en sí que no estuviera ya en el disco. Todo cuanto consiguen hacer a través de contarnos la cosa en imágenes es literalizar, hacer más evidente aquello que ya sabíamos de uno u otro modo al respecto de la canción. Pero también añadir nuevos niveles de significación tras el canon específico construido a través de la música.
Desde la selección del director para plasmar esta odisea (Kazuhisa Takenôchi, que es parte de la Toei y director de Vampire Wars) hasta la plasmación en sí (el estilo anime de la misma) está todo subordinado hacia aquello que se puede apreciar de forma evidente en la música. Es por ello que lo plasmado se rastrea a través de aquello que escuchamos: si Digital Love tiene una clara influencia de Supertramp, es lógico que asuma una estética y una representación amorosa que va en consonancia con los excesos propios de la estética 80’s; del mismo modo, Veridis Quo tiene una fuerte influencia sonora de la estética de Castlevania y, por extensión, es lógico asociar tal acto de la película con los vampiros —lo cual no sólo hace coherente la elección de Takenôchi y la Toei, sino también la intencional estética vampírica que asume todo ese segmento de la película. Más que como una película cabría entender Interstella 5555 como una opera cósmica, como una función donde la imagen está supeditada de forma radical a la música allí sostenida.
En toda obra de arte, las formas secundarias conforman el soporte auxiliar del núcleo artístico en sí. Es por ello que aquí lo visual no nos dice nada que no estuviera ya en germen en lo musical, sólo que su nueva génesis conformante se explaya hasta inundar nuevas formas particulares inaprensibles de igual modo en la música; todo aquello que hay de narrativo, todo aquello que no tiene un equivalente estético plasmable a través de la música, se desarrolla sólo a través de su nueva condición audiovisual. Lo más importante es la música y sin lo visual seguiría estando completo en sí, pero lo segundo aporta una dimensión significativa añadida que la primera no puede exteriorizar: una condición artística diferente que llega allá hasta donde la originaria no era capaz de llegar.
Interstella 5555 nos transmite exactamente lo mismo que nos transmitía Discovery, pero, como en todo buen videoclip, su condición de reificar lo musical en la tierra de lo visual le añade una nueva capa de sedimentación que embellece, desvela y crea nuevos sentidos únicos para la obra original. He ahí el auténtico valor del acercamiento entre artes, su capacidad para complementar aquello que sólo podía permanecer insinuado por los límites pacientes de todo contexto artístico anterior.