Filósofo es aquel que consigne capturar la sensibilidad que le es propia a su tiempo y, por ello, por filósofo no conocemos, o no deberíamos conocer, sólo al profesional que ha estudiado filosofía, sino aquel que piense el presente de una forma radical: todo pensar filosófico es siempre una apuesta por cartografiar el presente. Es por ello que J.G. Ballard, escritor inglés doblemente alejado del pensamiento de su época por escritor inglés y por inglés, no es a priori el candidato más fidedigno para cartografiar el presente —y no lo es no por capricho propio, sino porque, de hecho, su pensamiento se vería encorsetado a priori por la perspectiva analítica de la filosofía por un lado y exento de la familiaridad de la cultura americana de la época que fundamenta la experiencia de vida del presente por la otra— aunque, sin embargo, finalmente se nos acabara mostrando como uno de los más brillantes cartógrafos del deseo como un flujo absolutamente liberado que, en su absoluta libertad, produce una profunda angustia en el hombre ante las posibilidades infinitas de elección para su propio ser; Ballard leyó en las lineas de los coches la angustia del hombre ante las infinitas posibilidades de su elección.
Como un Marqués de Sade de la era cibernética, lo que nos propone Ballard es no tanto una novela de ciencia ficción como una sofisticada novela erótica donde los cuerpos heteronormativos se han visto volatilizados en favor de todas las posibilidades en las cuales pueden devenir los cuerpos; el cuerpo vivido de los personajes ballardianos es siempre un cuerpo desorganizado, carente de órganos, porque están constantemente generando nuevos órganos con los cuales confrontar el mundo: ya no hay un interés radical por los pechos, las vaginas, los culos, las pollas, pues todo interés se torna hacia el cuerpo como la posibilidad de un accidente, como extensión del metal fundiéndose en la carne — lo cual nos remite de una forma natural hacia los cuerpos lesbianos de Monique Wittig, aquellos cuerpos que disfrutan de una lógica que va más allá del binarismo pene-vagina al erotizar toda carne, todo el cuerpo en sí mismo, haciendo que todo cuanto ocurra en él sea parte sexual.
Nuestros cuerpos, en tanto mapa de nuestro ser, están en un perpetuo devenir que Ballard rastrea de una forma obsesiva a través del erotismo desarrollado por sus personajes, demasiado entregados a los placeres de una sexualidad mal denominada extrema —pues no es sólo extrema, sino que además es liberada—, al hacerles partícipes del erotismo que exudan tanto los cuerpos accidentados (mutilaciones, laceraciones, marcas, fluidos) como los cuerpos del accidente (barras de transmisión, volantes, prótesis, vidrios en proyección). Los cuerpos ballardianos, lo que a raíz de David Cronenberg se llamaría la nueva carne, son aquellos que están absolutamente liberados de cualquier connotación normativa a través de la cual deberán regir sus apuestas sexuales; no sólo es que hayan liberado de forma absoluta sus cuerpos de cualquier convencionalismo sexual, pudiendo disfrutar de los sucios secretos de los orificios prohibidos, sino que todo objeto se vuelve parte de su sexo: se folla en los coches, con los coches y a través de los coches: el accidente no es una metáfora del sexo, el accidente es parte implícita del sexo, aquel acontecimiento del mundo que deja una marca inviolable (pero follable) en nuestro cuerpo vivido. Si bien Ballard no deja de ser la actualización del divino marqués al siglo XX, donde el francés se quedó en la liberación del deseo de los cuerpos en fricciones físicas y morales, el inglés lo lleva hasta el argumento presente que la técnica ha permitido: la sexualidad no sólo como abierta a todo el cuerpo, hasta el punto de encontrar el erotismo de una axila, sino abierta a toda realidad inmanente del mundo.
Esto nos lleva, a su vez, a una obsesión particular que se desarrolla en la novela: los anos. La exploración de anos, de perineos, de penes que huelen a heces de mujer, es la norma escatológica que rige cualquier encuentro sexual que necesariamente comenzará y acabará en esa fruición investigadora del pequeño secretito del individuo sobre el que se ejerce la sexualidad. ¿Por qué tal obsesión por el oscuro objeto de placer? Porque es la expresión última de la violación de lo útil en favor de lo inútil, del sinsentido; el ano tiene un uso particular muy específico, que además contraviene a priori lo placentero de la sexualidad, pero sin embargo en su concreción en un objeto más de placer se libera como un órgano sexual más y, a su vez, como un objeto de deseo vaciada de toda significación de prohibido. Cuando nos encontramos con Ballard, el protagonista de la novela, fantaseando con sodomizar y felar a otro hombre no debemos entenderlo, en caso alguno, como alguna clase de pulsión homosexual, sino una pulsión puramente deseante en la cual se desea el cuerpo no por su sexo, no por lo que es como cuerpo físico, sino por aquello que está inscrito en él, por lo que es como cuerpo vivido. Lo que se desea no es el cuerpo físico, sino aquello que detenta la experiencia del ser en el cuerpo: el accidente existencial.
Si el miembro cercenado, el volante y el pecho se convierten en condiciones de sensualidad igualmente relevantes es precisamente porque tienen todos ellos la condición de accidente, de acontecimiento que cuando podemos actuar contra él ya es demasiado tarde para así ser evitado. Del mismo modo que uno no elige como es su pecho, tampoco elige el ser cercenado o tener marcado el volante de un coche en ese mismo pecho, pero sin embargo en esto segundo tiene una pequeña posibilidad de elección: puede provocar, o verse provocado en, el accidente produciendo así que su cuerpo físico y su cuerpo vivido confluyan en un mismo contexto común; el erotismo del cercenamiento o la cicatriz se da, precisamente, en que no es un elemento natural que me ha sido dado por condiciones previas a mi propia existencia y decisión —como de hecho sí es mi cuerpo físico en tanto, en último término, yo no puedo elegir mi genética— y, por extensión, es algo que cuenta algo sobre mi mismo y mi devenir propio. Yo soy mi cuerpo físico, pero también soy las marcas que quedan en el mismo a través de mi cuerpo vivido.
¿Donde se encuentra entonces la angustia vital antes preconizada? Pues en tanto el accidente siempre se desconoce si hará aparición, independientemente de si se desea o no. Aunque pretendamos plantear una forma específica y exacta del modo que deseamos que ocurra un accidente, o incluso como pretendemos evitar uno, nuestra acción es siempre una bola que lanzamos en la mesa de billar que es el universo donde han sido lanzadas otra infinidad de acciones: nuestra intención (existencial) no tiene porque proyectarse en el éxito de la acción que conlleva. Es por ello que la angustia obsesiva de Vaughan, el fracaso en la cópula última que cerraría todo sentido de su existencia, se da tanto por el hecho de las infinitas posibilidades de su realización —pues habría una cantidad obscena de posibilidades al respecto de las mutilaciones, el choque en sí, el coche utilizado y el lugar, entre otras muchas otras, cambiando todas ellas las condiciones del encuentro— como de la posibilidad del fracaso. Que finalmente el encuentro definitivo de Vaughan fracase se da por pura casualidad, pues incluso cuando el mayor de los sátiros se decide por confrontar el encuentro sexual definitivo puede encontrarse con un gatillazo que le impida completar su cópula divina. O, en una carambola del destino, no conseguir lo que quiere [matar en un accidente premeditado a una actriz famosa en una relación (monógama)] sino lo que necesita y es coherente con su propia existencia (matarse accidentándose atravesando un autobús por el tejado de una forma extravagante en un acto orgiástico).
El devenir de los cuerpos, como de la existencia, es inescrutable. Y debe serlo, pues en tanto entidades absolutamente libres siempre estamos sujetos a la posibilidad de equivocarnos, de fracasar o, incluso a veces, de tener éxito en nuestras pretensiones vitales. En todos los casos, como en el sexo absolutamente libre que se genera como forma auténtica de vivir nuestro cuerpo, eso acontecerá siempre cuando podamos aceptar la angustia vital que nos sugerirá esas infinitas posibilidades de existencias de las cuales tendremos que elegir aquellas que más nos convengan para conformar aquello que deseamos ser de forma profunda.
Maestro, he estado buscando en tu blog de arriba a abajo alguna crítica de «Ichi de Killer», película que no había visto y que me ha hecho pensar instantáneamente en Theskywaspink. ¿Hay algún post sobre ella en el blog? el google me manda a un comentario sobre su versión en videojuego, pero ninguna crítica del film. ¿Has escrito algo sobre ella?
No he escrito sobre Ichi The Killer en el blog y, juraría que, en general, nunca he escrito sobre la película en sí a pesar de ser una película que adoro con toda la fuerza de mi corazón. Tendré que ponerle remedio a ello y, cuando tal magno evento ocurra, no dudes que te avisaré.