Las elecciones que tomamos a lo largo del tiempo las hacemos siempre ante un estado para nada ideal de desconocimiento de todos los componentes que afectarán y se verán afectados por nuestra propia elección. Debido a esto sólo con la perspectiva; con el paso del tiempo, podremos vislumbrar con cierta mayor certeza si aquellas elecciones fueron, o no, las más adecuadas. Esta sería la premisa de la película Trigun: Badlands Rumble lo cual le afectaría tanto a su protagonista, Vash la Estampida, como a su director, Satoshi Nishimura.
El tan temible como mítico ladrón Gasback verá como su plan de robo de un banco se ve truncado cuando sus compañeros le traicionan y roban su botín, salvando todos su vida por la siempre movida por la idiocia acción de Vash; 20 años después se volverán a encontrar cuando Gasback ataque la ciudad de Macca para vengarse de su antiguo lugarteniente, Cain. Así se inicia lo que es un episodio muy largo de Trigun donde lo único destacable en particular es la inclusión del personaje de la bella Amelia, una cazarecompensas que busca la cabeza del villano. Y es aquí donde surge un punto interesante, como las decisiones de perdonarle la vida a sujetos particulares va cambiando de forma absoluta el paradigma presente. Así todo va girando en torno a una acumulación de venganzas imposibles que, finalmente, se ven ahogadas en su propia inefectividad; la venganza como asesinato no vale de nada cuando en ese no morir se definió la vida presente y futura. Todos los personajes son, en algún momento dado, salvados por las puntería imposible de Vash y con ello, son condenados a un futuro de venganzas cruzadas que no sólo acabarán cuando uno acepta su propia condición de víctima renacida. No hay gloria en la muerte, los héroes son los que quedan vivos.
Pero aquí también nos encontramos la redención de Satoshi Nishimura que, después de acabar la serie de anime de Trigun, apenas sí había trabajado ya como director de anime. Nos devuelve un Vash diferente, más limpio y definido, mucho más infantil pero a su vez más maduro; ha permitido que el tiempo erosione las toscas aristas del personaje para crear su dimensión última. A través de esta película la serie se puede ver a otra luz, con la distancia, en un refinamiento exquisito de todo lo que ya habíamos visto en su día. El trazo es sutil, el color es vibrante; delicioso, los personajes están hechos con las cuatro mínimas pinceladas y todo es exactamente como era pero, a su vez, totalmente diferente. No hay ni un segundo de relleno, ni un intento de trascendencia súbita existencial, todo lo que encontramos aquí es una refinamiento brutal de Trigun para llevarlo al Olimpo del cine dionisíaco. La sutileza que alcanza, el dibujado rápido y sencillo a través del absurdo y de la acción desenfrenada, nos presenta un paisaje tan alentador como fantástico: el anime ha redescubierto el sentido de la maravilla que había perdido.
El tiempo y la familiaridad nos permiten ver las cuerdas que movían los sutiles movimientos que nos llevaron tanto a actuar como lo hicimos como a sufrir las consecuencias que padecimos. A la luz de esas cuerdas podemos saber, si somos lo suficientemente perspicaces, de cuales de esas cuerdas deberíamos tocar para ser capaces de esculpir la imagen primera que siempre debería haber sido desde un origen. El gran triunfo de Satoshi Nishimura no es volver al anime, sino ser capaz de hacer de una buena serie una película excelente gracias al buen uso del paso del tiempo invertido. El tiempo es el tesoro del hombre sabio.