Taxi, de Gérard Pirès
Aunque en los escépticos tiempos donde la posmodernidad domina con mano de acero toda posibilidad del pensamiento, lo cual produce que pensar que existe algo así como un esencialismo del hombre es simplemente ridículo, no podemos negar que hay gente que parecer haber nacido para algo. El talento sobrenatural, casi mágico, de algunas personas parecen proceder de un toque divino ulterior de sus propias capacidades humanas. Esto produce que aunque se haga un total escarnio de la posibilidad de que haya algo anterior a la propia existencia del hombre sí se deje caer gran parte, si es que no todo, el peso de las capacidades humanas en el hecho de la posesión, o la carencia, del talento; en un tiempo donde el escepticismo radical por todo forma de pensamiento se impone irónicamente se piensa que existe un soplo de aire divino que permite a algunos sujetos ser mejor que los otros. Si el héroe de la antigüedad era un héroe basado en un talento primordial absoluto por su ascendencia divina, como por ejemplo en Aquiles o Hércules, al héroe y al hombre de la contemporaneidad se le supone ese mismo talento pero por su humanidad misma.
Bajo esta perspectiva deberíamos considerar a Daniel Morales, protagonista de la película francesa Taxi, sería precisamente esa clase de héroe que tanto gusta ala posmodernidad. Sus habilidades con cualquier vehículo con ruedas es absolutamente maravillosa hasta el punto de parecer casi sobrenatural; en las circunstancias normales en que cualquier otro hombre se encontraría en problemas técnicos o, al menos, dudaría de la adecuación de lo extremo de su ejecución el se viene arriba. Como héroe siempre hace lo que el hombre normal no sólo no puede hacer, sino que aunque pudiera jamás se atrevería a hacer. Esa es la diferencia sustancial que sostiene Daniel por encima de cualquiera de sus rivales, no sólo es que tenga un talento único que nadie más puede replicar con la práctica sino que, también, se atreve a utilizarlo cuando la mayoría de los demás coartarían su uso por las hipotéticas problemáticas asociadas a éste.
El caso completamente antitético sería el del coprotagonista, el policía Émilien Coutant-Kerbalec, el cual tendría una incapacidad sistemática para conducir. Lo primero que sabemos de él es como intenta sacarse por octava vez el práctico del carné de conducir cuando, ante la necesidad de girar una calle, se estrella contra una carnicería; a pesar de que técnicamente sabe conducir, pues en simulador demuestra ser un piloto excepcional, en la realidad carece de todo talento para la conducción. De éste modo el talento se sitúa no tanto como la capacidad de poder hacer las cosas como el valor de llevarlas más allá.
Si el ejemplo más evidente sería el de Èmilien, que a pesar de tener una capacidad virtual de conducción absolutamente virtuosa es incapaz de la conducción real, el ejemplo más interesante sería el de Daniel. La capacidad de éste no es sólo ser capaz de conducir bien un coche, o ser capaz de conducir mejor que nadie un coche, sino su capacidad de superar siempre cualquier expectativa, por imposible que esta parezca, de cuanto se puede conseguir respecto de los vehículos de tracción. Es por ello que además de su conducción virtuosa también es capaz de descubrir absolutamente cualquier cosa relacionadas con los coches hasta el punto de ser capaz él sólo de construir un complejo plan de rutas a través del cual conseguir capturar al grupo de los Ladrones del Mercedes que están asolando Francia con su capacidad aparentemente infinita de mímesis y talento conductor. Bajo esta perspectiva el talento es ese instante en el que la gente no es sólo capaz de hacer algo sino que es capaz de hacer ese algo y un poco más; el talento no es una sapiencia trascendental anterior del hombre, es la capacidad de usar lo que se conoce con la confianza de quien se sabe que no puede errar en lo que conoce mejor que su propia vida.
¿Qué es el héroe entonces? El héroe es precisamente ese hombre con talento que no es trascendental, pues no emana de una herencia divina, sino que es netamente inmanente: el talento es la seguridad que viene de dentro de sí y que sólo surge por el aprendizaje continuo, metódico y sistemático de aquello que amamos con tanta intensidad que sólo deseamos poder explorar hasta el último milímetro de su ser. Bajo esta perspectiva el héroe no lo es por un talento innato, ni lo es por un deseo de hacer el bien, el héroe es un héroe por un puro acto de amor: el héroe es el objeto de su amor. Es por ello que Daniel jamás podría renunciar a conducir un coche en ninguna circunstancia porque, de hecho, él es la síntesis cosmogónica de El Coche, es el héroe que aglutina dentro de sí la capacidad natural de control de aquello que ama y, además, el talento que le permite ser naturalmente ello. Todo lo demás son las cábalas de los hombres incapaces de admitir que o no aman realmente el objeto de su técnica o no tienen el valor para hacerse uno con él.