El juego es, seguramente, uno de los valores más intrínsecamente ligados a las sociedades que podamos encontrar en sus conformaciones culturales. En ese sentido el Daruma-otoshi es un juego que caracteriza particularmente bien el criterio japonés: basado en mantener el equilibrio de Daruma ‑representación de Bodhidharma, fundador del Zen- tenemos que ir retirando con un pequeño mazo los pisos de colores hasta dejar sólo al Daruma; el juego se basa en la exención de todo lo sobrante mientras se mantiene un equilibrio constante. A través de este entretenido juego se sintetiza tanto las enseñanzas implícitas del zen como la diversión en una síntesis perfecta de lo que supone el juego, diversión directa y aprendizaje indirecto. Por ello quizás de la práctica del Daruma-otoshi podamos aprender unas cuantas cosas sobre los japoneses ‑y, por extensión, de nosotros mismos- y, en último término, sobre los mecanismos del arte para lo cual abordaremos una escena del anime Nichijou.
La escena, en su síntesis, es tan extremadamente sencilla como cargada de significación a múltiples niveles: mientras juega al Daruma-otoshi la patosa Yūko consigue desencajar una pieza del Daruma con demasiada fuerza lo cual provoca que golpee la cabeza de su amiga Mio, la cual le devolverá el favor incrustándole la pieza en la cara; finalmente, el Daruma cae perfectamente sin haberse movido ni un milímetro, 100 puntos. El primer mensaje subyacente sería evidente, pero no por ello menos importante, pues el Daruma, en tanto maestro zen, siempre se muestra impávido y firme aun cuando el mundo se desmorone en el caos a su alrededor. De éste modo el juego no se convierte sólo en una ejemplificación del zen sino que todo cuanto le rodea se perpetua en el efecto de la problemática del mismo: el maestro zen debe alcanzar la iluminación a través del equilibrio en un universo caótico, en eterno movimiento. Aunque ya esta imagen es de una potencia icónica tremenda aun deberíamos parar, al menos, en otros tres momentos que se solapan entre sí en su interior: el del aprendizaje, el de la imagen-tiempo y en el del humor.
Hay un aprendizaje preciso en la forma de actuación del Daruma desde el mismo momento que nos enseña como es el zen, pues nos demuestra cuales son las virtudes que debe poseer todo hombre que desee seguir el equilibrio natural. De éste modo el Daruma-otoshi nos insta a eliminar lo sobrante uno por uno, con delicadeza pero de forma firme, para no afectar al conjunto de equilibrio de las fuerzas; según el zen hay cosas sobrantes en la vida del Daruma, de todos nosotros, pero su eliminación debe ser progresiva y perfectamente medida. Quizás en éste caso la ejemplificación más interesante es el método Daruma-otoshi de demolición de edificios a través del cual se va eliminando uno por uno cada una de las plantas, reduciendo el tiempo necesario para su demolición y creando un menor impacto medioambiental. De éste modo el zen nos enseña a abordar el mundo desde una perspectiva que produzca un menor impacto sobre el equilibrio universal, tanto en el microcosmos (el Daruma-otoshi) como en el macrocosmos (la demolición de edificios).
La problemática de la imagen-tiempo es mucho más compleja que las anteriores, pues atañe específicamente además a la escena en sí de Nichijou. En tanto imagen-movimiento ‑pues la imagen se desplaza en un eterno devenir hacia otro punto- vemos como el universo se mantiene estático salvo por el movimiento de la pieza del Daruma; todo cuanto es sobrante en el universo es el productor mismo del caos. De éste modo el ataque de Mio, el devolverle el caos que ha inducido su dolor a Yūko en proporción equivalente, además de ser un intento de equilibrio zen también produce el origen de un segundo movimiento: la imagen-tiempo. De éste modo mientras Yūko cae podemos ver reminiscencias, un aura fantasmal, donde antes estaba sentada armoniosamente y no precipitándose contra el suelo, eso es la imagen-tiempo. Y es que el tiempo, en tanto sucesión de puntos temporales y no uniformidad exclusivista de puntos devenidos, se va originando en diferentes imágenes que se perpetúan en un aumento de intensidad creciente perpetua; no hay yuxtaposición de los momentos presentes sino eterna acumulación de momentos pasados-presente.
Pese a todo no deberíamos obviar que éste pasado, virtual y por tanto idealizado, no es más que la sombra que supone ser un presente-pasado. Por ello, aunque Yūko se instituya en el recuerdo de ese pasado de equilibrio, cae de una forma progresivamente más intensa hasta acabar en la imagen-sentimiento de su nuevo estado: la de la hostia padre que recordará durante una semana. Y he ahí el elemento clave más importante de la escena como síntesis cinematográfica única, pues sólo la narratividad cinematográfica permite sintetizar físicamente los diferentes niveles yuxtapuestos en progresión temporal dinámica de la imagen-movimiento y de la imagen-tiempo; sintetizan a través del medio audiovisual la progresión connatural de espacio y tiempo. El cine es el medio capaz de traer al presente las imágenes del pasado poniéndolas en situación de acción pasada que se materializa en el presente con respecto de él.
No obstante aun nos quedaría hablar del elemento último que atraviesa toda la escena que sería, en un caso muy particular, la síntesis del zen: el humor. Lo humorístico de la escena no sale de lo ingenioso del contexto, pues jugar al Daruma-otoshi es algo relativamente normal, ni siquiera del caos que se origina, pues esa es una constante de la serie que se asume como natural, sino de las consecuencias del caos mismo al atravesar un contexto natural. De éste modo sólo en el momento que el equilibrio del universo se ve eliminado es cuando se desata el caos, uno ínfimo y mínimo, que reordena de nuevo el equilibrio del mismo. Así lo gracioso es como ese equilibrio se quiebra (la pieza del Daruma sale volando rebotando de formas imposibles) y que consecuencias tiene (que pegue a Mio para que esta, a su vez, pegue a Yūko con ella) para retomar el equilibrio del universo (que el Daruma acabe cayendo perfectamente en su base) que es, en último término, representado por esa síntesis perfecta del ataque de Mio y la caída de Yūko a través de la imagen-tiempo. Si el humor es la respuesta del hombre contra el fracaso, contra el caos originado en el equilibrio, entonces el humor es la barrera última del zen.
El valor de la escena de Nichijou, y del Daruma-otoshi por extensión, es su capacidad para sintetizar todos los elementos sobre el equilibrio del universo que nos daría el zen. No sólo eso, sino que también aprovecharían para darnos algunas interesantes lecciones sobre cine y, especialmente, de como fluctúa la imagen en el espacio-tiempo a través de la mirada exclusivista y contextualizadora de la cámara cinematográfica. El arte es aquello capaz de hacer disfrutar al consumidor una experiencia personal independientemente de su comprensión de los mecanismos del mismo.