Antes de que los recortes fueran la dinámica común del político que siente que no estaba haciendo suficiente por un país que le permite establecerse como jefe de todos sin haber hecho mayor mérito político que el haber sabido perfeccionado el arte del lametazo perianal, el gran leit motiv político era la educación. Es por eso que hoy, es hora de volver la vista hacia el futuro: aquellos que vienen detrás de nosotros, aquellos que habrán de vivir en un mundo del mañana que dejará de existir por culpa de las tijeras del gobierno actual; las tijeras en la espalda de la educación son el asesinato de nuestro mañana. Piense en el futuro: piense en ellos.
Anuncio patrocinado por «Arbonés por España»
Cuando el americano medio ve un anuncio político, tiene una infinidad de elementos que pueden hacerle entender en el acto que está ante una evidente exigencia de su voto: discursos de un marcado acento grave se permiten discurrir alternándose entre candidatos a la presidencia e imágenes de archivo que, desfilando entre apocalípticos datos o frases contundentemente breves, desvirtúan la labor presente del rival. Y, por supuesto, el sempiterno anuncio patrocinado por nos deja en claro quien ha establecido esa lógica atroz allí subsumida: la transparencia absoluta de los anuncios políticos en Estados Unidos es de una inocencia naïf para la nación más audiovisualmente potente del mundo; todo su discurso se erige sobre manipulaciones, atajando sus cuestiones más importantes a través de un argumentario que siempre vira obscenamente hacia la demagogia. Y, sin embargo, se nos subraya de forma constante en nombre de quien se erige la manipulación: gran hermano, pero uno que se gusta demasiado.
El interés que puede tener entonces The Living Room Candidate, una web donde podemos ver todos los anuncios electorales desde 1952 hasta hoy en orden cronológico o por categorías de diversa índole, se sustenta a partir de la lógica inherente de un cierto morbo de corte sociológico: buscar una cierta lógica subyacente a la publicidad —porque no podemos olvidar que en último término no es más que marketing, la búsqueda de la venta de un producto— que nos permita explicar el presente. El problema es que no hay explicación para el presente. Según uno navega por su extenso archivo, lo único que encuentra es una obvia manipulación de cualquier clase de sentido político inimaginable: la fetichización de la clase política, su conversión es una especie de totem al cual se acude como reserva espiritual de la auténtica política, es la misma que ocurre con el resto de productos en la sociedad capitalista. La democracia no es en ningún caso una elección que se base en argumentos y datos fehacientes, que sería la premisa básica a partir de la cual se debería entender toda democracia, sino una mera selección de un producto; elegir entre el producto democráta o republicano, torys o whigs, de “izquierdas” o de “derechas”, se nos presenta como una selección que se nos da ya mediada a priori. No es democracia, es un mercado político.
Es por ello que no resulta extraño que una de las formas más extendidas sea algo que en ocasiones parece exclusivamente patrio, pero fue el primer uso publicitario de la política: la descalificación. Por ello es interesante ver como van evolucionando los ataques desde los algo velados tortazos hacia Eisenhower hasta llegar a los poco cacareados ataques de Barack Obama hacia cualquiera de los rivales que tuviera enfrente suyo —que para ser premio nobel de la paz y ser considerado hombre de talante, siente una cierta pasión por la descalificación personal escudándose detrás de una coletilla que asegura haber sido financiado y aprobado por sus grupos de apoyo sus faltas — . Asomarse al abismo que suponen los vídeos al respecto de la bomba nuclear por Barry Goldwater o Hubert Humphrey, el documental en formato anuncio sobre las dotes de presidente de Richard Nixon, los ataques directos y reiterativos de Bob Dole a Bill Clinton o la historia de Al Gore en Vietnam no dejan de presentarnos de forma constante la misma estampa: aquí no importa en absoluto ni el ideario político ni la defensa de ninguna verdad que pudiera considerarse objetiva, pues lo único importante es tener el presidente-producto más bonito.
¿Qué nos dice entonces el visionado sistemático de los vídeos de las campañas electorales de EEUU? Que la democracia bajo el capitalismo no puede existir, al menos siempre y cuando por democracia entendamos que cada cual defienda los valores político-sociales que le sean más afines en cada ocasión; bajo la sombra del capitalismo, la política se torna supermercado. Entender ésto, entender que es lo único que hay detrás de todos los anuncios electorales —en resumen, la venta de un producto y no de una idea o una política — , es el primer paso para entender que es lo que está mal en nuestro sistema política actual.