La virología de la normalidad es el fruto de la sociedad infectada

null

The Thing: Northman Nightmare, de Steve Niles

En nues­tras mi­to­lo­gías hay siem­pre un es­pa­cio pre­fe­ren­te por la aven­tu­ra que lle­va al hé­roe a al­can­zar te­rre­nos de lo des­co­no­ci­do que, an­te­rior­men­te, les han si­do ve­da­dos al co­mún de los mor­ta­les. Ya des­de La Odisea la no­ción del via­je co­mo des­cu­bri­mien­to del Yo ‑aun­que no ne­ce­sa­ria­men­te, tam­bién pue­de ser pa­ra de­fi­nir una so­cie­dad o un ar­que­ti­po dado- se­rá una cons­tan­te en to­das las for­mas mi­to­ló­gi­cas que se pre­cien de ser­lo. Lo des­co­no­ci­do, lo que no tie­ne for­ma co­no­ci­da, es la as­pi­ra­ción del hé­roe ya que, en su en­fren­ta­mien­to, en su ca­pa­ci­dad de car­to­gra­fiar aque­llo que es des­co­no­ci­do de­mues­tra que él es una sin­gu­la­ri­dad en­tre sus pa­res; el hé­roe es re­co­no­ci­do co­mo tal en su po­si­bi­li­dad de des­cu­brir lo des­co­no­ci­do, de aprehen­der aque­llo que no se pue­de atra­par pa­ra mi­rar­lo a los ojos y po­der ha­cer lle­gar al co­mún de los mor­ta­les has­ta don­de nun­ca an­tes otro ha­bría lle­ga­do. Es por eso que el des­cu­bri­mien­to de lo que no se com­pren­de, de lo que hay más allá, es tan­to un des­cu­bri­mien­to del acon­te­ci­mien­to, de los even­tos que allí acon­te­cen, co­mo del ob­je­to en sí mismo.

Los vi­kin­gos a su lle­ga­da a la Antártida des­cu­bri­rán dos te­rri­bles reali­da­des: la tie­rra es un enemi­go más fe­roz que cual­quier ani­mal y que hay co­sas más allá de to­da com­pren­sión hu­ma­na cuan­do se so­bre­pa­san cier­tas ba­rre­ras fí­si­cas has­ta aho­ra in­ex­pug­na­bles. Con es­ta idea en men­te Steve Niles de­sa­rro­lla un ori­gen pa­ra el mi­to de La Cosa ‑del cual ya ha­bla­mos en el pa­sa­do- que vie­ne de más allá de las es­tre­llas; La Cosa, co­mo en­ti­dad, es aque­llo que es­tá siem­pre su­mer­gi­do en lo in­ex­plo­ra­do, en lo des­co­no­ci­do. Es por ello que aquí es to­do una re­la­ción de so­bre­pa­sa­mien­to de los lí­mi­tes de la razón.

La tie­rra he­la­da es el pri­mer lí­mi­te, emi­nen­te­men­te fí­si­co, con el que se en­cuen­tran los vi­kin­gos. Sus bar­cos que han po­di­do lle­var­los de cos­ta a cos­ta co­lo­ni­zan­do ab­so­lu­ta­men­te to­do cuan­to se pu­sie­ra en su ca­mino de re­pen­te se en­cuen­tra an­te la im­po­si­bi­li­dad de se­guir el ca­mino a tra­vés del hie­lo sin que­dar, en el pro­ce­so, com­ple­ta­men­te des­trui­dos. El hie­lo co­mo pa­ra­do­ja, pues es frá­gil pe­ro ex­tre­ma­da­men­te fuer­te, es ese Frío Exterior, ese afue­ra del sen­ti­do, don­de las re­glas del jue­go cam­bian pa­ra adop­tar­se a un nue­vo jue­go de fuer­zas. De és­te mo­do los vi­kin­gos cae­rán pre­sa del hie­lo des­de el pri­mer ins­tan­te, su­mer­gi­dos en las aguas he­la­das que cu­bren un fino hie­lo que an­tes pa­re­cía só­li­do o, peor aun, des­trui­dos por la in­ca­pa­ci­dad de la téc­ni­ca del mo­men­to por com­ba­tir el pro­pio es­ta­do de la na­tu­ra­le­za. Es por ello que la pri­me­ra con­fron­ta­ción fí­si­ca del hom­bre siem­pre se da en el seno de la na­tu­ra­le­za, el lu­gar hos­til don­de de­be de­sa­rro­llar­se téc­ni­ca­men­te, co­mo cier­to mé­to­do par­ti­cu­lar de evo­lu­ción, pa­ra ser ca­paz de sobrevivir.

Sin em­bar­go La Cosa co­mo en­ti­dad es­tá a otro ni­vel de reali­dad: es un vi­rus, un pa­rá­si­to si se pre­fie­re, que ca­za a tra­vés de la im­po­si­bi­li­dad de ser cap­tu­ra­do. Éste se ca­mu­fla en­tre los pa­res de su víc­ti­ma, ace­cha, vi­ve co­pian­do la voz aje­na pa­ra sal­tar ha­cia una pró­xi­ma víc­ti­ma a la que de­vo­rar pa­ra se­guir un jue­go don­de la téc­ni­ca, de nue­vo, se con­vier­te en un in­ten­to fa­lli­do por la su­per­vi­ven­cia. Lo in­tere­san­te de és­te pa­rá­si­to es co­mo su fun­ción no es me­ra­men­te na­tu­ral, co­mo fron­te­ra na­tu­ral de las po­si­bi­li­da­des del hom­bre, sino tam­bién co­mo re­tra­to de sí mis­mo: ella ac­túa en con­so­nan­cia con los cá­no­nes pro­pios de las so­cie­da­des que in­fec­ta. Es por ello que asu­me la for­ma de mu­jer, lo fe­me­nino co­mo lo ctó­ni­co y po­ten­cial­men­te mor­tal, que se­du­ci­rá e irá aca­ban­do con to­dos cuan­tos du­den de su cre­di­bi­li­dad; a tra­vés de la atrac­ción se­xual, de im­plo­rar a su pro­pia be­lle­za, La Cosa usa a sus por­ta­do­ras co­mo ob­je­tos de de­seo a tra­vés de los cua­les propagarse.

A tra­vés de és­ta sen­ci­lla con­ca­te­na­ción de even­tos que ape­nas si se re­suel­ven en un pu­ña­do de pá­gi­nas nos dan un ori­gen mi­to­ló­gi­co de La Cosa que, ade­más, re­fuer­za la idea que ya te­nía­mos de ella. Como en­ti­dad pa­ra­si­ta­ria su iden­ti­dad es­tá más cer­ca­na al de un vi­rus que a la de un pa­rá­si­to: no se apro­ve­cha de otras en­ti­da­des pa­ra ali­men­tar­se, sino que se apo­de­ra de ellas en sí mis­ma re­du­pli­cán­do­se en ellas en el pro­ce­so co­mo mé­to­do evo­lu­ti­vo. Es por ello que La Cosa es la ba­rre­ra úl­ti­ma y per­fec­ta con­tra la cual de­be lu­char el ser hu­mano, es to­do aque­llo que es ab­so­lu­ta­men­te in­apren­si­ble por­que no tie­ne iden­ti­dad al­gu­na, es un ob­je­to uni­for­me que po­dría ser cual­quie­ra y siem­pre es­tá ne­ce­sa­ria­men­te nor­ma­li­za­do; la úni­ca per­so­na Normal en la so­cie­dad es aquel que no es sino La Cosa. Es por ello que las reac­cio­nes an­te ellas, por téc­ni­cas que sean, son igua­les e igual­men­te inú­ti­les tan­to cuan­do aun que­da­ban te­rri­to­rios por des­cu­brir co­mo hoy, que no que­da rin­cón del mun­do sin car­to­gra­fiar. Ni la vio­len­cia ni la des­truc­ción sis­te­má­ti­ca de sus par­tes ase­gu­ra ja­más su des­apa­ri­ción, pues co­mo vi­rus, co­mo en­ti­dad no-viva, es­tá siem­pre en un es­ta­do más allá de la po­si­bi­li­dad de su pro­pia muer­te. La Cosa es la en­ti­dad que mi­me­ti­za a la per­fec­ción los usos, cos­tum­bres y afec­tos de la pro­pia so­cie­dad a la que des­tru­ye; lo acar­to­gra­fia­ble por na­die por su con­di­ción de mí­me­sis per­pe­tua de El Otro. 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *