literatura (ficción) una pseudohistoria de amor

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La li­te­ra­tu­ra es la for­ma de men­ti­ra más ela­bo­ra­da que ja­más ha­ya crea­do el hom­bre. Contamos his­to­rias, crea­mos per­so­na­jes e in­clu­so nos in­ven­ta­mos nues­tra pro­pia bio­gra­fía le­gi­ti­ma­dos en la eva­sión que se le su­po­ne a la li­te­ra­tu­ra. El es­cri­tor es, por de­fi­ni­ción, un pro­fe­sio­nal de la men­ti­ra. Y si ne­ce­si­tan un ejem­plo de es­to, acu­da­mos a Vicente Luis Mora.

En el nú­me­ro 322 de la re­vis­ta li­te­ra­ria Quimera nos en­con­tra­mos una con­se­cu­ción de co­la­bo­ra­do­res des­co­no­ci­dos y al­gu­nos li­bros que no en­con­tra­re­mos ja­más en li­bre­ría al­gu­na. En un nú­me­ro de­di­ca­do a los hoax, a la fal­se­dad, pa­re­ce ob­vio que pue­da ha­ber al­gu­na ma­lé­fi­ca tram­pa de ge­nio ma­ligno de­trás de él y, efec­ti­va­men­te, así es. Vicente Luis Mora a tra­vés de 16 seu­dó­ni­mos y la iden­ti­dad pres­ta­da de los ha­bi­tua­les de la re­vis­ta, con­si­gue lle­var el ám­bi­to pe­rio­dís­ti­co a la fal­se­dad que le es pro­pia a la li­te­ra­tu­ra. En oca­sio­nes se in­ven­ta per­so­nas, en otras se in­ven­ta tam­bién sus obras y en otras, sim­ple­men­te, nos ha­bla de obras reales des­de la voz del in­exis­ten­te crí­ti­co que le to­que en esa oca­sión. Por su­pues­to ca­da uno de sus seu­dó­ni­mos tie­ne su per­so­na­li­dad, sus fi­lias y sus fo­bias, son, en fin, los es­truc­tu­ra­les per­so­na­jes de es­te se­su­do grand guignol.

Ahora bien, ¿qué hay de fal­so cuan­do el au­tor nos ha­bla, aun a tra­vés de una iden­ti­dad fal­sa, de al­go que sí es real? Entonces la reali­dad y la fic­ción cho­can en un es­truen­do­so jue­go de ma­ni­pu­la­ción, en un si­mu­la­cro im­po­si­ble de fue­gos de ar­ti­fi­cio. Pero ya Hesíodo en bo­ca de las mu­sas nos da la res­pues­ta de que es el es­cri­tor y, de pa­so, nos acla­ra es­ta du­da esen­cia­lis­ta de es­cri­tor que nos ata­ñe. Y es que las mu­sas, co­mo el es­cri­tor, di­cen «Sabemos de­cir mu­chas men­ti­ras con apa­rien­cia de ver­da­des; y sa­be­mos, cuan­do que­re­mos, pro­cla­mar la ver­dad.» (1) La fal­se­dad co­mo ver­dad y la ver­dad co­mo pro­cla­ma es la la­bor del es­cri­tor, la cons­truc­ción de un si­mu­la­cro que se mi­me­ti­ce con la reali­dad has­ta el pun­to de que sean in­dis­tin­gui­bles la una de la otra. El triun­fo del es­cri­tor es ca­paz de mez­clar la reali­dad con la más ab­so­lu­ta de las fal­se­da­des, con la fic­ción que sa­le de su men­te y se mi­me­ti­za en su dis­cur­so. Y si he­mos de va­lo­rar a un es­cri­tor por su ca­pa­ci­dad pa­ra lo­grar es­to he­mos de de­cir que Mora lo ha lo­gra­do con un es­ti­lo y un sa­ber ha­cer com­ple­ta­men­te envidiable.

En el caos del mun­do pos­mo­derno la li­te­ra­tu­ra no ha pa­sa­do a ser me­nos, sino que se ha con­ver­ti­do en mu­cho más de lo que ja­más po­dría ha­ber ima­gi­na­do. El es­cri­tor co­mo qui­me­ri­za­dor se vuel­ve trans­pa­ren­te so­lo en tan­to co­no­ce­mos la reali­dad co­mo un en­te ato­mi­za­do y cons­trui­do. Remozando bien el (equi­vo­ca­do) himno, li­te­ra­tu­re is not dead.

(1) HESÍODO, Obras y Fragmentos, Editorial Gredos, Madrid, 1978, pp. 70 – 71

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