A las personas se las conoce caminando. En la quietud, en el estado en que todo nos resulta familiar por no existir razón alguna para moverse —ya que, cuando estamos cómodos, no existen motivos para romper el inmovilismo — , lo único que podemos hacer es escrutar aquello que tenemos a la mano, aquello que nos es más cercano; es necesario caminar para alcanzar nuevos lugares, objetos o personas. Quien no anda es porque no piensa nada nuevo, ya que se siente en su situación y en sus creencias. Caminar supone darse al descubrimiento, desarrollarse en el mismo, para llegar hasta algún que, en cierta medida, nos es desconocido; no importa que sea un lugar o una creencia, ya que todo descubrimiento es siempre otra cosa. Lo que creíamos fijo e inmutable, experiencia esencial del mundo, se muestra como una polifonía de voces cuando nos levantamos y echamos a andar. Porque caminar no es sólo conocer la vastedad del mundo, sino también la vastedad de uno mismo.
La obra de Matsúo Basho es inseparable del acto de caminar. Como viajero, monje zen y poeta, todo en él le llevaba hacia los caminos, hacia la ausencia de toda posible certeza; era un vagabundo de sí mismo y del mundo porque no aceptaba ninguna realidad a priori como verdadera, porque consideraba que todo camino se iba haciendo según capricho de las circunstancias. Toda posibilidad del descubrimiento se da mediada por el azar. Lo interesante de Sendas de Oku no es sólo cómo va construyendo su dietario de viaje a través de haikus y descripciones, de poesía y narrativa, sin hacer distinción alguna de clase, sino también cómo va variando según los intereses del propio caminar: una enfermedad, un mal cálculo del tiempo o un clima diferente del esperado pueden cambiar la ruta, haciendo que transiten otros caminos completamente diferentes a los que habían planeado en primera instancia.
El que camina lo hace hacia lo desconocido, hacia toda ausencia de seguridad de la dirección que está tomando. El caminante, el buen caminante, se deja guiar y se permite perderse, invertir cierta cantidad de tiempo en el azar, porque es otra manera más de permitir que se infiltre lo desconocido en la vida cotidiana; no es soberbia de Basho perderse en varias ocasiones por querer atajar por zonas que no conoce, sino su orgullo el poder descubrir nuevos lugares y personas por haberlo hecho. En el proceso de arrancarse de lo preestablecido, de los caminos dados de antemano, descubre la esencia de su propio viaje, aquello que acaba retratando al propio caminante.
La preocupación más reiterativa de Basho a la hora de abordar el viaje es la posibilidad de morir en el mismo, ya que a la hora de emprenderlo ya tenía una edad avanzada. Es una preocupación legítima. Pudo haber salido mal, pudo haber corrido el riesgo de encontrarse con algún accidente por el camino —ni la enfermedad ni la vejez ni los criminales están exentos en el caminar, enemigos naturales de estar demasiado tiempo lejos de casa — , pero andar sin asumir riesgos no se le puede considerar andar. No sólo existe la muerte física, sino también la muerte del yo. Es posible que descubriera en el proceso ideas que fueran en contra de sus creencias, personas que le hicieran plantearse su forma de vida, lugares que cuestionaran sus costumbres; pudo conocer el amor y el odio, la fascinación y la decepción, pero nada de eso le paró, porque todo ello está plasmado en Sendas de Oku: lo que nos importa no es el trayecto geográfico, lo que hizo o donde estuvo, sino el trayecto sentimental que retrata con precisión en cada una de sus páginas. Las reflexiones, los encuentros, los sentimientos; en suma, las ráfagas de lucidez que sufre al darse al caminar son lo único que nos interesa del mismo.
A veces es más importante un nombre curioso que una leyenda antigua. En tanto nadie puede ser fuera de su experiencia del mundo, de su caminar, es lógico que arrojarse a la poesía tenga más que ver con la experiencia personal, con lo que extraemos del mundo, que con lo que algún otro ha considerado como importante; cada persona resuena de forma particular con aspectos diferentes, ya que no existen dos caminos exactamente idénticos. Los haikus de Basho se paran de forma reiterativa en lugares, mitos y leyendas, pero también en la clase de detalles nimios que no llamarían la atención de nadie si no fueran señalados de forma específica, si no estuvieran mediados por la sensibilidad del poeta. La conversación inane de un campesino amable o el nombre poco corriente de una niña pueden ser fruto de inspiración, de un juego lingüístico e intelectual que, más que mostrarnos los usos y costumbres de una época diferente, nos permite adentrarnos en la psique del autor. Es la demostración empírica de cómo va eligiendo sus paradas en el viaje —tanto creativo como personal, si es que es posible separarlos a estas alturas — , no sólo en los puntos más evidentes y sistemáticos, sino también en los más personales e inconstantes.
¿Qué deberían importarnos los viajes de un monje zen del siglo XVII que era también poeta y dietarista si es que no también vagabundo, porque desde luego que no turista? ¿Por qué querríamos conocerlo? Imposible de decir. Él se llamó a sí mismo «árbol de la banana»: bananero, después de que algunos estudiantes agradecidos le ofrecieron la planta, quizás en agradecimiento por su guía. No existen palabras para describir la importancia de las palabras, lo que nos despiertan, lo que nos hacen sentir en lo más profundo; son nuestro camino, nuestra elección, lo cual hace imposible que podamos transmitir por qué son relevantes en tanto no hay motivos objetivos por lo que lo son. Sólo son, para nosotros, en tanto son los tramos de nuestro camino que resonaron con más fuerza. La importancia de Basho para nosotros —o para el que escribe, al menos— es inextricable del hecho mismo de haberlo conocido, de haber caminado junto a él.
Imposible de decir. «Su regocijo al verme era como el de aquellos que se encuentran en presencia de un resucitado» —dijo aquel que habitará siempre bajo la sombra del árbol de la banana: bananero.
Que bueno este escrito, me gusta mucho caminar, más joven lo hacia como algo fisico y de ego pues para demostrar cuanto caminaba y que lo hacía solo.… ahora lo hago y siento una conexión inmensa en la naturaleza, detallando cada objeto del paisaje. me enamoro de nuevo al ver que hay muchos que estan conectados en el camino de otra forma, mas profunda y amena. Gracias.