American Horror Story, de Ryan Murphy
Aunque sea una obviedad, cuando una serie se llama American Horror Story ya ha enseñado sus cartas incluso antes de empezar. Debido a la cultura globalizada en la que estamos sumergidos somos capaces de encontrar sin problema alguno cuales son las constantes de Lo Americano ‑del deseo, del sueño; del terror- aunque no siempre sepamos reconocerlos como algo expresamente americano; la globalización hace reconocibles los rasgos de los demás, pero también los confunde con los propios. Es por ello que la delimitación de lo americano de la serie es, en el mejor de los casos, meramente nominativo al crear una exégesis que es, básicamente, reconocible para cualquier familia de clase media del mundo globalizado no necesariamente occidental. O, lo que es lo mismo, no es que la cultura americana haya calado tan profundo que nos sintamos indistinguibles de ellos, es que bajo un sistema económico común las apreciaciones de la humanidad se han homogenizado por encima de las problemáticas particulares surgidas en el seno de la culturalización de la naturaleza territorial de cada cual. La globalización a desterritorializado el mundo.
Es por ello que la historia de los Harmon, la familia protagonista y auténtico eje central de la historia, es un reflejo metafórico de la de cualquier familia corriente. Una pareja en edad madura enamorados pero que han cometido problemas en el pasado, una hija adolescente brillante pero problemática y las expectativas de un futuro feliz en una casa ideal rebajada de precio en múltiples ocasiones; el sueño americano se comienza a reconstruir después de la perdida. Y es que si hay algo exclusivamente americano en la serie es esa disposición por volver a comenzar, por perdonar, por pasar página siempre aunque haya ocurrido lo peor. De este modo aunque los Harmon fracasen una y otra vez en la búsqueda de ese sueño americano, de lo idílico de una familia bien avenida y feliz, jamás dejan de intentarlo con tantísimas fuerzas que duele.
Lo genuinamente americano del terror ‑que es, por otra parte, lo que nos llevará a conocer cual es el sentido ulterior de la serie- no se encuentra en su condición de terror, que existe ya antes en toda cultura, sino en sus referentes específicos culturales. Durante la serie se van desplegando una serie de diferentes avatares de las mayores pesadillas americanas que, no necesariamente, tienen por qué ser venidas de una mano sobrenatural. El ejemplo perfecto de lo anterior sería el personaje de Tate y su masacre à la Columbine para demostrar como existe ese terror específicamente americano, el pánico de que aquello que creíamos que nos protegía ‑en este caso: la veneración por el hombre capaz de defenderse a sí mismo- se transforme en una pesadilla. Pero por supuesto la cosa no termina ahí, cosa que jamás permitiría Ryan Murphy, obsesionado con explotar en sus personajes las debilidades propias de sus personalidades, ya que también encontraríamos terrores no genuinamente americanos. En la violación de Vivien de manos del hombre de latex encontramos, en un sólo ejemplo, tres formas completamente diferentes de abordar un terror particular: el de no tener control sobre nuestro propio cuerpo (la violación en sí pero también el embarazo en Vivien), el no ser capaz de proteger a la persona amada (el no evitar la violación pero el no haberla creído en que fuera una violación por parte de Ben) y el sentirnos heridos por nuestra persona amada (el descubrimiento de Violet de que su novio era el violador).
Es por ello que el terror que se da en American Horror Story no es necesariamente fantasioso, siquiera americano o exterior de los personajes, es un terror interno, propio de las personalidades metafóricas de cada cual, que se van cristalizando constantemente ante sí. El ejemplo más evidente sería como Moira a ojos de los hombres es una atractiva y sexualmente activa joven mientras que par alas mujeres es una doncella más bien ajada; el terror no es algo externo, algo patente de realidad necesaria, sino que se encuentra, en diferentes formas, en los ojos del que lo mira.
¿Qué papel tiene la casa en la serie entonces? No es más que el espacio donde se cristalizan esos mismos terrores de una forma notoria, literalmente metafórica ‑osease, que tienen un componente de realidad dentro de ser una representación ficticia de otra cosa-, como medio para un terror mayor. Porque al final todo no es más que la intermediación de los terrores, de los pánicos totales, que conducen al mismo terror absoluto: la posibilidad de estar sólo durante toda la eternidad; la imposibilidad de cumplir los sueños propios jamás. Los fantasmas están sumergidos en un ciclo horrible donde manipulan, destruyen y obliteran los sueños ajenos alimentándose de la necesitada pretensión de robar esos sueños mediante su destrucción. Ninguno de los fantasmas tiene auténtico interés por los sueños que dice haber perdido, pues sólo son idílicas imaginerías que han aceptado para que su vida durante la eternidad sea soportable mientras ocultan su auténtica agenda: el mal por el mal; hacer que los demás sufran para así ellos sentirse mejor.
El final seguramente pueda engañar a los que esperan algo completamente diferente a lo que la serie es. Con todos los Harmon muertos y con Moira unido al clan, los fantasmas cargados de odio les observan tras el cristal; celebran la navidad en comunión cumpliendo el auténtico sueño americano después de todas las adversidades: por fin están juntos. El final es la perfecta síntesis de la serie, de como después de haberse enfrentando contra los terrores más profundos en la posibilidad de esa eternidad juntos no sólo no encuentran desgracia y sufrimiento, sino que encuentran la comunión perfecta de una familia que ha (re)encontrado los lazos que les unían; el advenimiento futuro del fin del mundo sólo delimita (aparentemente) el tiempo de felicidad eterna de esa felicidad. Y lo hacen mientras el resto del mundo se desmorona, se viene abajo por la venida del anti-cristo nacido de la relación impía que produjo El Terror americano más profundo de todos: el de la posibilidad de que un evento dado haya descompuesto toda posibilidad de alcanzar nuestros sueños. Porque al final el sueño americano y el terror americano son lo mismo y están muy lejos de ser americanos, porque American Horror Story es Cuento de Navidad actualizado a los tiempos en que el capitalismo global ha cambiado las reglas del juego.