Circo, o aquel lugar donde ocurre lo impensable al convertir lo fantástico en plausible. ¿Qué es un circo extraño? Aquel que sobrepasa la extrañeza particular del circo, un estado de excepción en tanto lo fantástico y lo cotidiano se dan la mano como la falsedad y la verdad, hasta convertirse en grand guignol: vísceras con sexos, horror con fascinación, amor con homicidio. Al menos, en gran parte fingido. La magia del circo es la magia del carnaval o cualquier otra festividad donde los límites se emborronan, se vuelven ambiguos, para mostrar aquello que se supone prohibido; la diferencia, es que donde en la fiesta nosotros intervenimos en el circo sólo asistimos al evento singular: sea realidad o ficción, sólo podemos permanecer delante del escenario esperando con disposición ser sorprendidos. No cabe que interactuemos, que violemos nuestros propios límites, sino es por omisión de actividad; en el circo somos agentes pasivos, salvo por aquello que tenemos de soberanos: decidimos qué es ficción y qué real, lo que merece nuestra atención y lo que no. Y con nuestra atención, su existencia.
Sion Sono, poeta antes que director, o director poeta, gusta de hacer del mundo la f®icción que el mismo sostiene: viniendo del mundo de las palabras, su conjugación y abjuración como metáfora de aquello que no puede ser expresado, va hacia el mundo de las imágenes, su darles forma como narración para contar las historias que le son vedadas a lo real. Su cine tiene la extraña cualidad poética de un extraño. Extraño al mundo de la ortodoxia, que no al de las imágenes ni de la narración; a falta de poder leer su poesía, lo que sí sabemos es que su cine ahonda de forma constante en el límite que existe entre las palabras —imágenes como palabras o palabras como imágenes, ya que en ambos casos son parte de un lenguaje cuyo significante va más allá de su significado — , en su tensión, para intentar configurar una visión más profunda de lo real. Realidad que nos es incognoscible a priori, porque vivimos mediados por al menos dos niveles de engaños: los personales (la memoria propia y ajena, además del pensamiento y nuestra perspectiva sobre los acontecimientos) y los técnico artísticos (la representación, siempre mediada por los intereses de la (in)consciencia); ¿cómo vivimos? Con relatos contradictorios.
Comprender Strange Circus es aceptar la apuesta de asumir su visionado como si se estuviera ante una poesía: no se nos va a dar ni el más mínimo concepto argumentativo mascado, no habrá introducción y nudo y desenlace y cerebro desconectado babeando sobre la pantalla sin necesidad de articular ni la más remota posibilidad de un pensamiento auténtico, porque todo arte necesita de espectador. Quien nadie ve, no existe y aquello que se ve mal, existe mal; el arte genuino exige al espectador que trabaje a la par de la película para completarla, para comprenderla, para aprehenderla.
¿Qué es Strange Circus? Historias dentro de historias, ¿cómo diferenciar realidad y ficción cuando ambas están imbricadas de forma profunda como una red de verdades a medias? No es fácil, aunque tampoco imposible: en tanto no podemos conocer de forma objetiva las cosas, ya que estamos mediados por nuestros sentidos y recuerdos y el flagrante sesgo ideológico que conmina toda ausencia de objetividad —o lo que es lo mismo, nos está vedado conocer las cosas tal cual son, incluso en nuestra propia mente, en tanto todo está distorsionado en alguna medida — , pretender discernir cuando podemos hablar de verdad puede resultar ficción. Ficción sólo a medias. Si aceptamos la apuesta de Sion Sono, sólo a medias. Podemos dejarnos guiar por sus recovecos imposibles, por sus laberintos, re-construyendo las premisas y haciéndonos permeables a las contradicciones, a los misterios, hasta un final que no nos promete ni nos concede nada salvo el misterio desnudo para que, si lo hemos seguido de forma adecuada, podamos completar nosotros mismos las razones que han llevado al mundo hasta convertirse en aquel horror sin sentido alguno. Horror sin sentido alguno cargado de sentido, al menos, por cargado de significación.
Recapitulemos fricciones: mujer en sillas de ruedas, mujer andando sin ella; escritora en silla de ruedas, personaje principal de su historia en silla de ruedas. ¿Donde acaba la biografía y empieza la ficción?¿Y si no hablamos de biografía del «yo» conocido, sino del otro? Siempre hay más lecturas de cuantas se nos ofrecen y, por eso, re-interpretar las vivencias desde el otro también es posible, ¿por qué tiene tanto interés un ayudante de la editorial en ser designado a la escritora en (no-)silla de ruedas, si luego muestra indiferencia hacia ella? Ahí es donde se sumerge Sion Sono, dejándonos solos con la posibilidad desnuda, con la posibilidad de que otros suplanten nuestra existencia convirtiéndola en su campo de juegos. Pervirtiendo nuestro conocimiento a través de su deseo.
Pederastia, violación, paternidad irresponsable. Temas terribles tratados con humor, negro, e ironía, juguetona, llevadas hasta su extremo tanto en el cuerpo de Mitsuko como en la psique de Taeko. Madre e hija: de su fusión, Sayuri. ¿Demasiado críptico quizás? Ya hemos dicho que es un circo y es imposible tirar del hilo sin desmontar el tapiz, tan delicadamente bordado por Sono, que sería injusto deshacerlo: sólo se observa y se colabora.
Cirquense como su música, repertorio romántico, mínimo, que evoca connotaciones feriantes o íntimas según se de el caso, reforzando la sensación de extrañeza que se siente al ver la película: hay algo fuera de lugar, su onirismo, la extrañeza de sus situaciones, que nos permite sospechar sin banalizar los acontecimientos. Pasa de historia de folletín a poética sublimada. Es inverosimil, pero lo aceptamos en tanto cine —¿qué clase de película se congratula en que olvidemos que es una película? Sólo aquella que siente complejo por lo que es — , meta-ficción. Meta-ficción que es en el proceso ficción, falsedad, en tanto se descubre como tal por juego de juegos donde ni el espectador ni los protagonistas alcanzan a conocer jamás la verdad tras los acontecimientos, salvo aquella que quieren aceptar: las historias se cruzan, se superponen, la locura aumenta y la verdad resulta tan desquiciada que su reconstrucción resulta terapéutica para el espectador.
El resultado, una poética, podría denominarse cine, de la transgresión.