Holy Terror, de Frank Miller
Cuando decimos que el medio es el mensaje no podemos obviar que un cambio de medio, por muy exclusivamente nominativo que sea éste según algunos, produce un cambio radical en la forma de abordar el mensaje. Es por ello que el cómic es un medio dado considerado propicio para la evasión que cuando cristaliza en la novela gráfica adopta ciertos aspectos de lo literario ‑la reflexión intelectiva y un propósito edificante más allá de la diversión-. Esto, tremendamente discutible pero que aceptaremos sólo por esta vez sin mayor debate, hace que no sea lo mismo leer un cómic que una novela gráfica o, incluso, un fanzine, ya que cada uno de estos medios son producto, y son ellos en sí mismo, un contexto particular que condiciona las ideas que contienen en su interior. Es por ello que una novela gráfica debe ser juzgada como literatura, pues está más cerca de esta que del cómic, especialmente ‑o, quizás, exclusivamente- en el caso que nos ocupa pues Frank Miller afirmó muy taxativamente que lo suyo era propaganda ideológica y, por tanto, un artefacto literario. Y como tal, pues esa es su voluntad, lo criticaremos.
Aun cuando esto no deja de ser una obra de literatura, cosa que demuestra sus profusos one line sin sentido y sus conversaciones absolutamente trasnochadas carentes de cualquier coherencia interna, no estaría de más hacer un pequeño recenso sobre su dibujo. El trazo es simplista, el color está usado arbitrariamente y Miller parece estancado en un descenso cada vez más tróspido hacia una absoluta carencia de estilo en una extrema simplificación de su estilo; las formas simplistas de las que hace gala se adornan con un barroquismo insípido indigerible. ¿Y por qué nos interesa su trazo si esto es Literatura? Porque así es todo lo demás: confuso, simplista y contradictorio.
En Holy Terror nos encontramos un discurso ideológico conservador, con una tendencia hacia la derecha más periférica en su extremo no céntrico, por causa del terrorismo islámico. Su esplendorosa y continua concatenación de argumentos, todos de la mano de The Fixer ‑irónico nombre que hace referencia al mexicanismo para las personas que ayudan a entrar a inmigrantes ilegales al país- con su sexy ayudante sin nombre, siempre van desde un conservadurismo prosaico (Aparentemente este mundo ordenado de leyes y lógica y razones no es nada.) hasta las formas más avanzadas de democracia aplicada (La tortura está bien, voy con ello). El resto no es más que una concatenación de imágenes de occidentales permitiendo el terror islámico, por supuesto siempre demócratas o alejados de cualquier conciencia política adecuada, y como The Fixer los combate del único modo que puede combatirse el terror: con violencia.
Sin entrar en juicios de valor externos a la ideología presente, hay que admitirle a Miller una capacidad de contradicción absolutamente absurda. En su maravilloso montaje en el que asocia la cara de Obama con un marido que maltrata a su mujer ‑por influencia musulmana, por supuesto- alcanza cuotas de radicalidad denunciables, pero el problema es que siempre se sitúa en esa fina linea ante el absurdo. Denuncia el maltrato pero lo hace asociado ante un demócrata, que están más asociados con la lucha por los derechos de las mujeres, del mismo modo que crea unos personajes puritanos ad absurdum para luego colocarlos en posiciones eróticas ‑las ataduras bondage de la anónima compañeras- o, peor aun, si quiera darle un nombre a la compañera ya que es secundaria. Por eso Miller tiene el problema de enfatizar hechos de los musulmanes, de la religión musulmana, que son consustanciales en la misma medida a sus reminiscencias constantes de un pensamiento cristiano.
El problema de la ideología de Miller, tan respetable como cualquier otra ideología que defiende la violencia ante todo, es que The Fixer no deja de ser exactamente lo mismo que sus enemigos sólo que con otro trasfondo. Hacen la misma demonización de Occidente ‑un lugar carente de moral, pervertido por los tiempos modernos- y utilizan los mismos métodos ‑la violencia desmedida- para destruir al infiel, al que no piensa como yo. Por eso Holy Terror es apasionante, porque demuestra hasta que punto 300 no era más que el prólogo ‑y éste, sí, bien realizado en todos los aspectos- de un panfleto más radical, oportunista y extremo. Nada nuevo bajo el sol de la ideología que nunca se marchó; ningún cambio en el cómic que no era cómic, en el libro que no era libro.
Deja una respuesta