Algo que es algo propio de forma particular del ser humano son las fijaciones obsesivas que, a lo largo del tiempo, éste va desarrollando como propias; como una seña de identidad distintiva con respecto de los demás. Por eso la obsesión, la obsesión más profunda y desatada, se hilvana como algo intrínsecamente propio y, por tanto, es intransferible y no se considera que nadie pueda comprenderlo como yo. La obsesión nos convierte en guardianes de la pureza de una aspectualización privada de un objeto fetichizado. Es por ello que, cuando se intuye la mano de la muerte, esa aspectualización privada se relaja, aunque no se diluye, para conseguir alguien que continúe nuestro legado.
En el relato Puertas abiertas, de Víctor M. Martínez más conocido como Chiconuclear, nos encontramos en una representación de como trabaja es obsesión; como los demás pueden entender ese fetichismo imposible. El narrador de la historia, un joven huérfano que vive con su abuelo, se verá de repente sometido al cuidado de una extraña criatura cuando, en sus últimos momentos, su abuelo le confíe su cuidado como algo perentorio. La relación con esta y el ver como afecto al pasado de su familia en conjunto será la base de éste melancólico y borgiano relato. Y es que Víctor asume un tono fantástico cercano al de Borges ‑aunque sería un Borges muy sui generis; un Borges burroughsizado- pero con unos tintes más cercanos hacia un costumbrismo chusco, casi sucio. Porque no hay nobleza, ni sentido mágico en nada de lo que ocurre en la historia; el momentum de lo mágico, de lo que está más allá de la cotidianidad, es aniquilado sistemáticamente a través del lanzamiento de heces contra él. Asume cierto estilo, ciertos tics que nos recuerdan a Borges pero aniquila todo su fondo para encontrar su propia voz, una mucho más oscura y descarnada.
Las obsesiones son algo personal y, como tales, no se pueden transmitir sino que sólo pueden ser asimiladas. El protagonista, alguien totalmente ajeno al gusto criptozoológico, jamás podría compartir la pasión por un monstruo preternatural cuyo mayor interés es la nada pulcra obsesión por un discernir el mundo a través de su fisicalidad más básica. Aunque su abuelo quiera ver en él un posible nuevo guardián de su obsesión, una noble alma con quien comparte destino, sólo extrapola el hecho de tener un comportamiento afín con el hecho mismo de ser en sí mismo el mismo individuo; dos almas gemelas cuya obsesión es compartida por una cuestión esencial. De éste modo la comunicación, especialmente una comunicación empática basada en valores esencialistas, se convierte en las sombras chinas de la caverna platónica que nos hacen creer que esa es la auténtica realidad mientras anula la auténtica percepción de lo que ocurre; de que nuestro nieto jamás ha querido saber de nuestra obsesión, porque nos es una entidad ajena de nosotros mismos. Las obsesiones son aquellas nociones que nosotros asumimos como Realidades patentes del universo pero que los demás sólo ven como ínfimos detalles de la creación. Porque las puertas entre los individuos siempre estuvieron cerradas.
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