Sherlock Holmes, de Guy Ritchie
La sobreexplotación de mitos bien asentados del pasado es un mal endémico que, lejos de ser algo particular de nuestro tiempo, es extremadamente común desde la llegada del capitalismo al ámbito cultural de una forma abierta; si un personaje dado vende bien, incluso fascinando a diferentes generaciones, dejar de explotarlo mientras así siga siendo carecería de sentido para la lógica capitalista. Es por ello que el retorno constante de figuras como Drácula o, el que nos ocupa, Sherlock Holmes, sea una constante propia de la producción cultural contemporánea: su capacidad de fascinación sigue indeleble para las nuevas generaciones.
Pero, por supuesto, por clásicos que sean estos personajes que se resucitan una y otra vez necesitan adaptarse, aunque sea sucintamente, al tiempo en el que están siendo revividos. Para ello Guy Ritchie hará un cuidado trabajo en Sherlock Holmes para darle todos los matices más propios de nuestra época, más descreída y atravesada por siglo y medio de novela policíaca. Por ello aquí el personaje se ve transformando en un idiot savant: tan brillante como es para el análisis lógica a través de lo observacional es un completo inútil con respecto de sus relaciones sociales. De este modo Ritchie actualiza la visión de como debe ser Sherlock no como entidad particular en sí, sino en como ha evolucionado la visión arquetípica del genio brillante desde que fue creado hasta nuestra época. Si en las novelas Sherlock es un brillante investigador sin flaquezas conocidas, un héroe sobrehumano propio del XIX, en la película roza el autismo aun cuando sus deducciones son de una analítica de la realidad perfecta, más allá de la mirada humana convencional.
Aunque la idea del idiota brillante no es precisamente nueva en esta encarnación de Sherlock si que se hace presente como un punto de anclaje del personaje. Su visión desestructurada, hiper-lógica, contraria a los procesos de la ley y desprovista de cualquier sentido de la sensibilidad para con los demás no es la de un ser humano convencional sino que es la de un objeto hipertrofiado; Sherlock es deficiente en la medida de que, aun cuando es capaz de realizar perfectos análisis de la realidad, su interpretación en un campo más allá del causa-efecto ‑donde el efecto es un hecho intrínseco de la causa, pero no necesario- fracasa. Con esto, irónicamente, el personaje es humanizado al hacerlo falible, absurdamente soberbio y egoísta en su incapacidad socio-sentimental, y provocar que, en esa fabilidad, parezca un humano de verdad, uno que en ocasiones también fracasa.
Pero como el personaje original encuentra su punto de pivotaje en su compañero Watson, en esta ocasión con un protagonismo mucho más candente. En él encontramos una persona equilibrada, con una lógica razonablemente profunda pero caótica ‑como, de hecho, es toda lógica humana‑, que constantemente se deja arrastrar pro el torbellino de locura que acontece con Sherlock. De éste modo, como una dicotomía perfecta, ambos personajes forman uno sólo en la suma de sus condiciones existenciales particulares que van mediando entre sí formando un equilibrio de fuerzas perfecto. La (hiper)lógica de Sherlock se ve calibrada por la lógica mundana de Watson del mismo modo que la ineptitud social del primero se ve constantemente matizada, relajada hacia una constitución de formas sociales positivas, del segundo. Sólo así consiguen equilibrar el frágil equilibrio que tiene cada uno y, con ello, consiguen subsanar todo error cometido por el otro: al ser tan dispares donde uno acaba por fallar el otro le suple para seguir adelante.
Con esta idea en mente tenemos una idea de la constitución del ser humano muy particular. Aunque tenemos una idea absoluta de como es el ser humano ideal, que deberíamos entenderlo como el personaje del Sherlock Holmes clásico, no existe nadie en la realidad ‑o, para el caso, cualquier constitución metafórica- que se constituye como ese Humano Ideal porque, esencialmente, es imposible. Por ello Guy Ritchie potencia los vicios y virtudes de dos personajes antagónicos ‑Sherlock y Watson principalmente pero, también, Sherlock y Moriarty o cualquiera de estos con Irene Adler- cualquiera de estos con pero condenados a entenderse que, sólo en su unión de disparidad, consiguen conformarse en uno sólo que constituye un humano real-ideal. Sólo de éste modo, a través de la cooperación constante de dos objetos agentes antagonistas, pero no diametralmente opuestos, se consigue un equilibrio tal en las fuerzas (humanas) que permitan llegar más allá de las limitaciones propias de la defectibilidad necesaria de cada persona.
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