No somos animales gregarios. El ser humano necesita de los otros para edificarse, aunque no por ello nuestra tendencia natural sea la existencia en manadas; edificamos comunidades, construimos espacios en común con los otros, pero cuanto más seguros de nosotros mismos estamos menos necesitamos su presencia. Buscamos la aprobación de los otros sólo cuando no la tenemos de nosotros mismos. Sin comunidad no podríamos existir, porque no somos seres autosuficientes, pero la importancia que concedemos al pensamiento ajeno es directamente proporcional a nuestra capacidad para actuar y juzgar nuestros actos sólo desde nuestra propia mirada: cuanto menos seguridad tengamos en nuestros actos, más dependientes seremos de la opinión de los otros. Todo acto de creación es considerado un acto de transgresión, ya que la creación auténtica sólo puede darse cuando son violados los principios básicos comunitarios. No transgredimos por oposición a los otros, sino para crear nuestros propios lazos comunitarios.
Killers sigue los pasos de Macabre, la anterior producción Kimo Stamboel y Timo Tjahjanto, poniendo bajo la lupa todo aquello de donde partía la anterior: si la familia protagonista de su primera película se unía con más fuerza a través de la transgresión (en su caso, el canibalismo), en su segunda película encontramos la búsqueda del gesto comunitario a través de la transgresión (en su caso, el asesinato). La película parte de una pregunta importante, ¿por qué un asesino en serie subiría vídeos de sus torturas y posteriores ejecuciones al equivalente asiático-macabro de Youtube? O bien porque busca lanzar algún tipo de mensaje o bien porque busca estar más próximo de aquellos que sienten los mismos impulsos que él. Si el asesinato no es válido por sí mismo, en cuyo caso no necesitaría grabarlos y difundirlos, entonces es porque son un medio para alcanzar otra cosa. Ahí empieza el juego.
Como acto de transgresión, el asesinato es el más llamativo de todos ellos. Segar la vida de otro, ponerle en situación de convertirse en un ente alienado cuya existencia está en disposición absoluta de nuestro deseo, es el acto de transgresión más brutal conocido; cuando matamos estamos sacrificando al otro en nuestra memoria, decidiendo sobre su vida como si nos perteneciera. En el asesinato desproveemos al muerto de su condición de ser humano. Siguiendo esa lógica, en Killers deberíamos hacer una separación entre dos clases de asesinatos posibles: como transgresión hedonista o interior y como transgresión justiciera o exterior. En el primer caso, su nombre es Nomura Shuhei; en el segundo caso, su nombre es Bayu Aditya.
Al primero que seguimos la pista se llama Nomura Shuhei. En su biografía ya puede apreciar su condición: estudiante de las mejores universidades anglosajonas que hizo fortuna en el mercado de valores, aunque se quedó sin trabajo con la actual crisis; cuando lo conocemos vive en una casa minimalista, que nos puede recordar al estilo arquitectónico de Tadao Ando. En realidad, conocemos antes sus asesinatos que cualquier otro de sus actos. Al asesinar se enfunda una máscara y usa toda clase de herramientas —todas implican acciones físicas muy próximas, un contacto íntimo con la víctima — , preparando la escena no sólo para matar, sino también para recrearse en la tortura. Su búsqueda es puramente hedonista, interior, por lo que tiene de intento de alcanzar un particular éxtasis que sólo puede alcanzar desde sí mismo: disfruta matando, no intenta lograr nada (salvo quizás recrear la muerte de su hermana) en cada uno de sus actos homicidas. Sádico, oscuro, solitario; tras él no existe nada más la sombra de una psicopatía funcional que le aleja de cualquier otra persona, lo que crea en él la necesidad de encontrar un igual. Si existe ahí fuera alguien capaz de disfrutar matando como lo disfruta él, significa que no está solo en el mundo.
A Bayu Aditya tardamos más en conocerlo. En su biografía ya se puede apreciar su condición: periodista de origen humilde que luchó por destapar los problemas políticos de su país, quedándose sin trabajo al intentar destapar la corrupción detrás de un importante político indonesio; cuando lo conocemos vive en un cuchitril infecto, separado de su mujer aunque pudiendo ver a su hija de vez en cuando. Lo primero que sabemos de él, es el interés por los asesinatos de Shuhei. A partir de ahí, la llegada hasta el mundo del asesinato es casual: asesina primero por accidente, después premeditadamente. Al asesinar se enfunda un pasamontañas y usa exclusivamente una pistola —una herramienta que puede usarse a distancia, que no crea implicación con la víctima — , lo cual le aleja de cualquier intento de causar dolor. Su búsqueda es puramente social, exterior, por lo que tiene de intento de alcanzar una justicia que sólo puede alcanzar a través de sí mismo: no disfruta matando, aunque en principio sospeche que sí, sino que asesina porque es el único modo de lidiar con personalidades corruptas tan imbricadas en el sistema que es imposible llevarlos ante la justicia. Si existe ahí fuera alguien capaz de disfrutar matando, no es algo que quiera para sí mismo.
Dos asesinos pueden no formar un espejo, sino las dos caras de una misma moneda. Donde uno busca la justicia el otro busca su propio bien, donde uno es indonesio el otro es japonés, donde para uno es justicia para el otro es un juego, donde uno es el socialismo el otro es el capitalismo —las lecturas son infinitas, quedémonos aquí — ; cuando descubren que no son un espejo, que si bien ambos son psicópatas sólo uno de ellos disfruta matando, su encuentro sólo puede saldarse imponiéndose uno sobre el otro. No existe la posibilidad de convivencia. Mientras Bayu Aditya sólo busca que la situación social sea mejor, incluso si es necesario utilizar métodos expeditivos que harán que su familia reniegue de él, a Nomura Shuhei sólo le importa su propio placer, incluso si eso significa destruir todo aquello que ha amado o podría amar en el mundo.
Al final, la solución es el amor. El amor no necesariamente como sentimiento, sino como la acción que emprendemos en tanto sujetos enamorados: donde Bayu Aditya se aleja de su familia para protegerla cuando descubre su ansia asesina, en el caso de Nomura Shuhei ellos son las primeras víctimas de su ansia. Sólo cuando el primero está cerca de agredir a Dina, su mujer, y cuando el segundo evita a Hisae, la chica de las flores, están próximos a entender la postura del otro; postura de la cual reniegan, condenándose a ser jamás comprendidos.
La transgresión definitiva no es el asesinato, es el amor. En tanto disuelve el «Yo» en un «Nosotros» y la comunidad en la figura del otro, de la persona externa a su propia presencia —ya que en el amor cedemos nuestra existencia al interés del otro, anteponiendo la felicidad de nuestro amante por delante de todas las cosas — , entonces la transgresión es por sí misma el límite desde el cual jugamos de forma constante. Cualquier límite que nos pretenda imponer desde el exterior, la moral, o desde el interior, la ética, está conformada por la posibilidad de su violación. Cada asesinato que graban los protagonistas de la película es un intento de buscarse sin encontrarse. Creen ser amigos, compartir algo que no pueden compartir con nadie más, estar unidos por una transgresión compartida, pero en realidad no existe nada en común entre ellos; son completamente opuestos, no puede florecer el amor entre ellos, porque cuando sus caminos se pudieron haber cruzado ambos eligieron posiciones antagónicas. Porque el amor es también cuestión de elección.
No existe comunidad que no nazca para ser transgredida, que no nazca de una transgresión. Morir o matar son condiciones constantes del mundo, aun cuando sean en un sentido metafórico, cuando nuestra existencia carece de sentido práctico: sólo la transgresión puede dotar de significado a nuestros actos, porque a través de ella podemos comunicarnos con los otros. Incluso cuando la transgresión es el absurdo en sí mismo, la disolución del sentido para poder encontrar un sentido.
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