I. I[de]-n-(troducció)tidad.
Sea por el paradigma en el que nos vemos situados, o sea por una cierta condición humana dada de antemano, aunque no necesariamente de forma natural, tendemos a juzgar las ideas a través de las identidades que las sostienen. De éste modo es común, en los términos más llanos, que una idea nos resulte inaceptable o interesante según si quien la sostiene es un gurú informativo de nuestra misma ideología o el vecino del primero, ese miserable que siempre está molestando con la música extraña que sólo conoce él a un volumen inaceptable; la recepción de las ideas nunca es imparcial porque viene determinada por una cierta cantidad de entropía, de ruido identitario-informacional, que distorsiona el mensaje: no sólo entendemos lo que se nos dice, sino lo que queremos entender con respecto de quien lo dice. Es por ello que no es lo mismo que Platón, en el contexto del diálogo filosófico en la academia, sostenga que existe un mundo de las ideas que el hecho de que lo haga un vagabundo atufando a alcohol, en el contexto de la plaza pública. Hay una diferencia neta basada en la condición identitaria ‑por contexto, por ideología y por situación- de quien esgrime una idea.
El punto que se ha prodigado a este respecto, algo lógico en el contexto convulso que vivimos, es el del uso revolucionario que deviene en el uso de la (a)identificación de los individuos circunscritos a los actos políticos. El ejemplo paradigmático se daría cuando Wu Ming afirman algo tan radical como que the revolution is faceless, a lo cual debemos atender a una pregunta básica: ¿por qué debe ser sin cara, sin identidad, una revolución cuando esta es necesariamente política/social? Porque si la identidad identifica ciertas formas revolucionarias con un cambio de forma de pensamiento, al revolucionario le interesa ser una masa uniforme, una idea pura, que no crea un ruido informacional que distorsione el mensaje último que esgrimen. De éste modo, en primer y último término, deberíamos entender el borrado de la identidad, su ocultación, como el mecanismo a través del cual borramos nuestras condiciones vitales particulares que puedan deslegitimar nuestro pensamiento, o llevar a error su interpretación, en favor de un acto de pensamiento puro. Nada mejor que ver algunos ejemplos para sostener esta idea.
II. You don’t know me.
Aunque existen infinidad de movimientos sin cara, que borran la identidad de sus participantes en tanto una masa constituyente común, quizás haya dos casos específicos que nos puedan interesar en particular por sus rasgos distintivos en cuanto su excepcionalidad: Wu Ming y Anonymous. Las características comunes de ambos son evidentes ‑sus miembros carecen de identidad, su nombre se basa en la idea de esa carencia de identidad y tienen una cierta carga ideológica muy bien definida- sin embargo hay dos aspectos, los más importantes, que les diferencian radicalmente uno de otros, y ambos están basados en la acción: mientras Wu Ming se basa en la réplica cultural y piden una liberación de los recursos global ‑dentro y fuera de Internet‑, Anonymous se basa en una réplica violenta y piden una liberación de los recursos virtual; mientras los italianos defienden la necesidad de un acto político revolucionario post-capitalista ‑pues, en cualquier caso, lo que proponen son alternativas sobre la superación de las formas neo-liberales- los americanos defienden la necesidad de mantener Internet de un modo anárquico, que no necesariamente caótico, sin irrumpir en las formas capitales de la sociedad real. Mientras Wu Ming son unos revolucionarios de pensamiento activo, de la totalidad, Anonymous son los revolucionarios infantiles de la acción.
¿Por qué deberíamos conceder una eminencia superior a los actos de Wu Ming sobre los de Anonymous? Porque mientras los primeros realizan acciones creadoras, que edifican nuevas construcciones y formas de pensar el futuro, los segundos se rigen por una estrategia de search & destroy basada en la abnegación (literal y metafórica) de aquellos que se oponen a sus caprichos. Si Wu Ming son la identidad sin identidad, los pensadores/creadores del universal, Anonymous son la identidad con identidad, los terroristas/destructores.
Por supuesto decir esto último es muy atrevido pues Anonymous se escudan en ser una masa sin identidad, formas anónimas que aniquilan la identidad particular en favor de un pensamiento colmena, pero eso no es verdad lo cual se ve en el simbolismo que borra la identidad particular que eligieron para sí. En el uso de la máscara de Guy Fawkes pueden borrar su identidad particular, pues a fin de cuentas ya no son ellos sino que son Guy Fawkes, pero incluso en este caso no deberíamos olvidar que el mismo Guy Fawkes es una identidad infinitamente mediada por una identidad histórica real, un cómic y una película como mínimo. De este modo cualquier intento de Anonymous de borrar su identidad es necesaria y primeramente frustrada por su elección, por otra parte perfecta, de escoger un libertador que intentó volar el congreso; Anonymous es Guy Fawkes y, por extensión, Guy Fawkes no es anónimo, tiene una identidad bien definida a través de la cual se achaca a priori una serie de ideas preconcebidas al respecto del personaje que, además, resultan confirmadas. Anonymous no pueden ser visto como otra cosa que terroristas (digitales) por su incapacidad para borrar de forma real cualquier rastro de identidad.
La elección de Wu Ming como contraposición de Anonymous no es inocente, pues cualquier clase de identidad se remite a numeración y palabras chinas ‑lo cual, en Occidente, es lo más similar a borrar cualquier clase de distinción básica ideológica‑, no tanto por ellos en sí como su pasado: Wu Ming comenzaron usando el pseudónimo colectivo Luther Blissett. Aunque en primera instancia podríamos achacarle lo mismo que a Anonymous, el hecho de usar una personalidad real en juego, existe una diferencia: mientras Guy Fawkes fue, de hecho, un terrorista, Luther Blissett fue un futbolista. Los italianos jugaron con la ironía, no con el pastiche ‑y, de nuevo, resucitamos el doble juego de formas posmodernas vs. formas no posmodernas-: mientras las alusiones a Guy Fawkes se basan en la pura repetición sin hacer diferenciación alguna, la figura de Luther Blissett es acogida en tanto diferencia como repetición; en la mera repetición se adopta una personalidad tal cual, como se nos es dada, pero en su diferencia, más o menos radical, se confunde, distorsiona y difumina. Así el asociar a Luther Blissett, un futbolista sin ningún enlace político conocido, con una serie de acciones de corte político-social provoca una diferencia en la repetición, pues se usa la identidad de Blissett pero no como nos es dada, para conformar una nueva identidad que funciona como mascarada de sí. La identidad es, aquí, una forma de caracterizar la idea en sí.
III. Yo soy legión, porque somos muchos.
Ahora bien, esto nos lleva quizás a otro punto del falseado de la identidad que por histórico nos puede interesar más: el desdoblamiento de los autores en dos o más identidades. Por todos es conocido el caso de Fernando Pessoa, poeta portugués y ocultista aficionado, que se desdoblaría hasta en 72 heterónimos posibles. Este desdoblamiento múltiple produce que la lectura de las obras completas de Pessoa sea, en el mejor de los casos, confuso. Cada uno de sus heterónimos tiene una identidad propia bien definida hasta el punto de hacer que cada uno de ellos tenga un modo de escribir diferenciado de los demás, lo cual producirá que seguir el discurso del portugués sea imposible; el desdoblamiento de voces hace que no exista una identidad original, un Fernando Pessoa eminentemente real, sino que todas las voces en su pluralidad son Pessoa, lo cual produce que no se pueda hablar de la identidad de Pessoa.
Aunque el caso del portugués sea el más conocido no es, ni de lejos, el más interesante ‑aun cuando, se debe admitir, quizás sea el más extravagante- cayendo tal peso sobre el rallano esquizofrénico Søren Kierkegaard. Este, hijo de un adepto religioso de la vieja escuela, heredaría una serie de nociones religiosas a través de la cual articularía una filosofía en fuga basada en tres estadios: el artístico, el ético y el religioso; el infantil, el de madurez y el de la iluminación. Lo interesante de esto es que Kierkegaard se desdobla en cada uno de los textos donde explica la pre-eminencia de cada uno de los textos, con su propio heterónimo para cada ocasión, a través de los cuales defender de forma categórica las bondades de cada uno de los tres estadios mientras entra en crítica con los demás; crea un sistema absolutamente cerrado en la perfección de su contradicción. De este modo Kierkegaard se dice para desdecirse dos capítulos, o una carta más allá, hasta el punto de insultarse a sí mismo o ser incapaz de dar una referencia clara en un mapa del territorio que es el territorio que existe, el que desea que sea, el que podría ser y el que podría haber sido; en el danés toda idea es la posibilidad, la contradicción y la confirmación de esa idea.
¿Qué nos interesa de todo ello? Nos interesa que toda identidad, no necesariamente heterónima ‑aunque, sin duda, ayudaría- o aidentitaria, se conforma como la de Kierkegaard y no como la de Pessoa, como conformaciones constantes de posibilidades en fuga que confeccionan un mapa que es su confirmación y su contradicción; debemos desear plasmar ideas, posibilidades, directrices, y no mandatos directos impuestos por la voluntad. La revolución debe ser heterónima, plural, abierta y desconocida: debe conducirnos por el barro de la contradicción hasta la gloria de la idea polimorfa.
IV. Faceless Techno Bollocks
Hasta aquí hemos hecho un recorrido caótico, rizomático, seguramente genealógico más que histórico, socavando (muy ligeramente) los estratos de una idea definida para ver que herramientas encontramos en esta concesión a la reflexión en medio de la acción revolucionaria. Nuestra última parada, al menos por hoy, es un movimiento desconocido por el ciudadano de a pie, demasiado preocupado por el cuidado de las raíces de la existencia humana contemporánea, pero también por los melómanos tardomodernos: el faceless techno bollocks. ¿Qué es esto? Es el ansia de ciertos Dj’s y productores de techno de mantenerse en el anonimato absoluto de la forma más radical y constante posible. Con Regis como punta de lanza de los más conocidos entre los absoluta (y deseadamente) desconocidos nos encontramos que este movimiento de músicos techno tienen un único propósito en esta acción de ocultamiento de sí: trascender su cosificación, su implementación en el sistema o la posibilidad de convertirse en formas de autoridad por su identidad y no por sus acciones.
Cuando estos músicos cambian constantemente de nombre lo hacen con la idea de que cuando se ensalce uno de sus discos se haga, precisamente, por sus virtudes y no por que el anterior fuera una maravilla o porque existe una mercadotecnia detrás para ser vendido; el techno auténtico elude toda forma de identidad porque, de hecho, es la identidad la conformación natural a través de la cual el capitalismo absorbe las conformaciones revolucionaras. Cuando el movimiento 15‑M no tenía nombre, era un monstruo polimorfo aidentitario, cualquier intento para dañarlo era infructuoso por la imposibilidad de aprehenderlo en un nombre que los definiera, pues quien se llama Nadie puede dejar ciego al cíclope pero no responder por sus acciones.
¿A donde pretendo llegar con esto? A la necesidad pura de desembarazarse de la identidad como forma de autoridad. Cuando un movimiento o persona de índole revolucionario ‑y, por revolucionario, entendemos tanto en un sentido político como social, artístico, místico o personal- pretende crear una identidad definida e inamovible puede ser fácilmente fagocitada por las formas de producción de poder de los medios de comunicación para convertirlo en un juguete más del campo político; si la revolución cristaliza en formas de información sólidas, entonces los medios pueden manipularlas. Pero si se juega con las identidades a través de los cambios de nombres, el uso de heterónimos, el ocultamiento de la identidad, los cambios en esta o su mera anulación entonces cuando se pretendiera introducir en el juego estas formas revolucionarias, cuando se las pretendiera introducir en un contexto político capitalista, entonces se desmoronarían en las manos de las fuerzas políticas. El auténtico acto revolucionario debe ser aquel que cuando se pretende aprehendido muta, se transforma, para buscar una nueva conformación de sí.
El caso que deberíamos tomar de ejemplo último es uno de sobras conocido: Burial. Su identidad es conocida, pero en realidad no importa quien está detrás del pseudónimo porque Burial es Burial; no nos importa si se llama William Beva, Álvaro Arbonés o Gilles Deleuze, Burial es Burial independientemente de quien está detrás de esa identidad. La identidad Burial es una identidad en sí misma que produce un cambio radical
Como el nómada que es, el revolucionario debe explorar la infinidad del desierto sin permitirse estancarse en una identidad definida, en unas formas de pensamiento exclusivistas fijas sin crítica ni evolución, a través del cual ir más allá. La auténtica identidad revolucionaria sería aquella que se amolda, se muestra, oculta y modifica según la conveniencia de su existencia para conseguir unos resultados, una idea, que se muestra en constante devenir hacia un cambio perpetuo. Bajo esta mirada deberemos entender que la identidad es la máscara que se elige para salir a escena y, mediante cambios bien meditados, se da lugar a la aparición de nuevos personajes en el mismo contexto común de la obra (revolucionaria). Por tanto, el ser revolucionario es aquel que despojarse de todos los prejuicios propios de una identidad sedentaria en favor del constante devenir de una revolución identitaria en ciernes.