Aunque toda obra se supone emancipada de su autor, que en tanto es arrojada al mundo ésta tiene una existencia que se circunscribe de forma ajena al respecto de la propia vivencia de aquel que la creo, si hablamos aun hoy de autor es porque en toda obra hay algo que pertenece a aquel que la ha arrojado en el mundo: aun cuando admitamos que toda obra puede ser interpretada de forma ajena al autor en sí, tampoco es equívoca la posibilidad de encontrar influencias mutuas entre obra y autor. No existe nadie absolutamente hermético al exterior, menos aun hacia aquello en lo cual se ha visto involucrado en su creación. Es por eso que, aun partiendo de la idea de que toda novela está necesaria y radicalmente emancipada, existe siempre entre su ADN artístico pequeños rasgos, más o menos fuerte, que le llevan a darnos una visión del mundo necesariamente mediada por aquella que tuviera su autor en el momento de su engendramiento; no existe obra totalmente desligada de su autor. El caso de David Foster Wallace con La escoba del sistema, no es una excepción:
¿Se le ha ocurrido que “El Correcaminos” es lo que bien podría denominarse un programa existencial? ¿Por qué el coyote no coge el dinero que se gasta en disfraces de pájaro y catapultas y migas radioactivas para correcaminos y misiles explosivos y simplemente se va a comer a un chino?
El Correcaminos es un programa existencial —que no existencialista, lo cual nos dejaría en una posición completamente diferente y que haría perder todo significado aquí expuesto— porque, de hecho, ante una selección posible entre dos elecciones dadas, intentar cazar a El Correcaminos o irse a comer a un chino, El Coyote no escoge la más racional: persigue hasta la extenuación al Correcaminos gastando en el proceso una cantidad de dinero que podría haberle permitido subsistir ad aeternum. Esto es absolutamente irracional; no tiene ninguna clase de sentido para nuestro paradigma de pensamiento, para nuestro pensamiento economicista. Ahora bien, la elección es completamente lógica si lo pensamos en un ámbito existencial: El Coyote va en caza de El Correcaminos porque ve en él, porque ha elegido ver en él, el significado de toda su existencia: su existencia estaría vacía de todo significado sino consigue consumar la caza de aquel que ha jurado como su enemigo mortal. La cuestión es que él no necesita ser racional, entendiendo por racional lo más económicamente equilibrado, porque se ha dotado de un sentido último para su existencia.
Sin entrar en las diatribas éticas que podrían arrojarse a este respecto, como por ejemplo que quizás el asesinato de otro ser vivo no sea la más positiva de las formas de dotar de significado a la existencia, nos encontramos con la respuesta para la segunda de las preguntas: no coge el dinero y se va al chino porque entonces su vida sería aun más miserable que en el fracaso de capturar a su presa. Él vive, existe, por y para cazar al Correcaminos, y negarse la posibilidad de hacer ésto e ir a comer al chino sería equivalente a admitir que su vida no tiene ninguna clase de significado —que a priori no la tiene, sea un coyote de dibujos animados o un ser humano de carne y hueso, pero en tanto conferido un significado si lo tiene de forma originaria, en tanto se lo ha concedido es como si siempre lo hubiera tenido — . Es por eso que el Coyote persigue de forma alucinada al Correcaminos: en el cumplimiento de su sentido existencial le va su propia existencia. Si dejara de perseguirle y se fuera a comer al chino su vida dejaría de tener significado alguno, ya que su impronta vital que le había arrojado al mundo habría sido inútil, y que cancelaran el programa sería el destino lógico para aquel que ya está muerto en vida. El Coyote está y se sabe vivo en tanto (intenta dar) caza al Correcaminos.
La existencia se cobra su sentido a través de su propia devenir. No hay forma alguna de tener una vida auténtica que se aleje de aquello que nos es determinado en el sentido de nuestra existencia, por lo cual el Coyote perseguirá constante y eternamente al Correcaminos porque así no sólo es feliz, sino que cumple las condiciones lógicas a través de las cuales conformar su propia existencia; del mismo modo, el escritor, aquel que desea escribir, sólo puede ser coherente con respecto de su propia existencia siempre que se determine en la búsqueda insensata e imposible de ese libro más que se encierra dentro nuestro y necesitamos dejar ser arrojado en el mundo. No se va al chino a comer, porque eso sería como tener la pretensión de escribir un best seller: buscar un trabajo, no un sentido para la propia existencia.
¿Quién es David Foster Wallace sino el Coyote, sus novelas sus consecutivos intentos de cazar al Correcaminos? Su polimorfismo de voces narrativas son sus disfraces de pájaro, su estilo sus catapultas, su conocimiento de la tradición sus migas radioactivas para correcaminos y su hibridación de estilos los misiles explosivos; todo esto lo paga no con dinero, sino con tiempo: ¿por qué David Foster Wallace no coge el tiempo que se gasta en escribir bien y simplemente escribe un libro ramplón como otro cualquiera? Porque él busca en la literatura algo más allá de algo alimenticio, de una condición curricular, de un mal trance para conseguir algo más de lo invertido. Un auténtico escritor no piensa así, como no piensa así tampoco nadie que pueda ser denominado auténtico. He ahí la importancia del Coyote en la narración. Si La escoba del sistema es como un reflejo de un capítulo alargado de El Coyote y el Correcaminos lo es sólo en tanto en ambos casos hay un punto común donde confluyen: son obras de un carácter profundamente existencial. Ahí es el lugar donde David Foster Wallace y el Coyote se descubrieron como uno y lo mismo, como dos soñadores que sabían que su destino siempre era el más glorioso de los fracasos.
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