1.
Si decimos de una película que invierte cien minutos en auto-explorarse, que se toma cien minutos para prologar su acción, parecerá que esgrimimos en crítica lo que podría entenderse por dilatación innecesario; nada más lejos de la realidad, de argumentar el estúpido «es un corto alargado», para hablar de un prodigio de metatextualidad. Sion Sono, adalid de paciencia en tanto frenesí entendido como escamotear al espectador la conciencia de velocidad asumida —o lo que es lo mismo, encontrarse con el proceso narrativo tan saturado que requiere paladearlo con lentitud: va rápido para permitirnos ir lento — , no teme dejarse llevar por la consciencia asumida como auto-exploración; no pone diques, sino que asume su posición como autor. Posición como autor no sostenida desde el control, sino desde la liberación calculada de la narratividad: se deja llevar, transitar, por una narración que excede, y define, su propia existencia.
2.
Dos hombres quitan un cartel para poner otro. Mientras uno trabaja, el otro ejerce de profesión voyeur asomado a la ventana de la amante de un jefe yakuza local.
¿Qué tiene que ver con la historia? Nada en absoluto. Salvo porque el yakuza local resulta ser padre de una estrella infantil, convertida ahora en adolescente impertinente y olvidada, de la cual estará enamorado un chico al cual secuestra, que se ve obligado a hacer una película sin tener la más mínima noción de cine, encontrándose por casualidad —siendo la casualidad vomitar sobre ofrendas, haciendo del regurgitar su ofrenda creativa— con un grupo de cineastas amateur que buscan financiación para su película definitiva, ellos resultan conocer a otro yakuza local enemigo del anterior. Chimpón. ¿Qué tiene que ver entonces con la historia? Nada en absoluto. Salvo porque el primer yakuza local resulta msotrarse ausente en ocasiones de esa casa, o que usa a sus amantes como argumento metafórico para tratar los temas de producción de la película. ¿Qué diablos tiene que ver entonces con la historia? Lo dicho: nada en absoluto. Nada en absoluto si se considera que narración es aquello que «a» conduce a «b» para concluir en «c», también conocido como historia. ¿Si nada aporta a la historia no es inútil hablar de ello en tanto «narración»? En absoluto.
3.
Hablar de Why Don’t You Play in Hell? es hablar de la extrañeza que exige ser tratada desde baremos extra-normativos, desde su propia condición de interpretación interna: cualquiera que pretenda esgrimir argumentos fatuos sobre la legislación narrativa clásica encontrará que, katana en mano, Sion Sono la corta con pasmosa facilidad. Tiene su propio callo. No significa que carezca de toda narratividad, o que hacer un prólogo donde otros desarrollan historias no tenga significación particular dentro de su lógica: esgrima la posibilidad del encuentro, ejerce de dios, al crear un universo donde no sólo controla toda posibilidad de lo inverosímil, sino que hace de ello toda posibilidad fáctica de lo real. Crea sus propias condiciones universales, lo cual lleva algún tiempo.
No hay dios incapaz de crear su propio cosmos. Aquel que no es capaz no es dios, sino sombra, por ello el artista es el único ser que confronta lo divino en tanto asunción de poder: el científico o el político no desafían a los dioses, los imitan o retuercen sus leyes encarándolas en su favor, pero jamás los suplantan. No es su pretensión. El hombre detrás de la cámara o el lápiz o el pincel es el hombre pretendiéndose dios, pretendiéndose erigir divino. Quien elige ser dios, debe crear sus propias reglas de juego y actuar.
4.
A veces basta un anuncio de dientes. Una canción pegadiza, con gancho, poner una niña encantadora que nos conduzca hacia la higiene personal y, en el proceso, iniciar la enfermiza obsesión por una tonta canción que ha salido de la mente de algún músico aburrido bien dispuesto al olor de los billetes; a veces bastante con eso. Cuando no basta es cuando descubrimos que nunca ha sido suficiente. Al penetrar en los acontecimientos detrás de su rareza, siempre hay otras conexiones y acontecimientos que nos llevaron hasta allí: ningún movimiento, por inmenso o mínimo que se nos antoje, sirve por sí mismo para erigir todo movimiento. Siempre hay motivos ocultos a la razón.
Pero, a veces, basta un anuncio de pasta de dientes. Let’s go!.
5.
Tres historias: un joven que se enamora de una chica que encontrará diez años después pidiéndole fingir ser su novia, un hombre que secuestra a su hija para hacer una película en memoria de su mujer y un grupo de jóvenes que quieren hacer la mejor película de la historia carecen de contactos o dinero para hacerlo. Al intrincado encuentro de esas tres realidades, la soporífera posibilidad de reducir la complejidad en catchline pseudo-crítico.
6.
Es sencillo pretender que nunca existe conexión entre acontecimientos, que reducimos todo hacia concesiones auto-contenidas que se pretenden realidades por sí mismas en aquello que tienen de singularidad, desnuda o vestida, dentro de la lógica discursiva. Lo cual sería atentar contra la realidad, lo cual no nos permite nuestro espíritu baader-meinhof. Es imposible hablar de algo sin volver sobre ello, matizándolo, haciendo que lo que parecen discursos autónomos sean siempre confluentes por encima de su suma: toda posibilidad de escribir algo único, desconectado de cualquier realidad o discurso, es la porosa utopía de la mediocridad: sólo aquello que no dice nada (real) es lo que puede vivir flotando en el limbo de su singularidad.
7.
Solaz de sangre como excusa para aquello que no deja de ser poema en Sion Sono: meta-textual, imposible y obligando al espectador a cerrar él mismo el significado de lo visto. Poesía. Cualquier pretensión de encontrar algo absolutamente sólido desde lo cual partir o llegar más allá, algo así como el autor diciéndonos qué deberíamos entender de lo que hemos visto, no sería más que la trampa conceptual desde la cual nos descubriríamos pisando sobre falso al volver sobre nuestros pasos. No hay nunca en Sono la posibilidad de interpretarlo desde un discurso pre-fijado, ya dado, con el cual cumplir su lectura como si se trabajara con plantilla: es poesía, requiere interpretación. Interpretación ligada al hecho mismo de conducirse en su encuentro, por tanto imposibilitando toda queja auspiciada en el «no se entiende»: si no se entiende, es porque no hay nada que entender en el interior de quien no quiere.
«No se entiende» como cáliz de dios, como santo grial desbordado por la sangre de quienes lo nombran.