La realidad sólo se descubre en el eléctrico devenir del mito

null

Captain Swing and the Electrical Pirates of Cindery Island, de Warren Ellis

Siempre que se pre­ten­da crear una fi­lo­so­fía que se cons­ti­tu­ya co­mo real pa­ra una ma­sa que va­ya más allá de la aca­de­mia, de­be cons­ti­tuir­se a tra­vés de una se­rie de có­di­gos que la ha­gan ac­ce­si­ble pa­ra es­ta. Es por ello que, si­guien­do las ideas fi­lo­só­fi­cas de Hölderlin, el úni­co mo­do de de­vol­ver a la fi­lo­so­fía la po­ten­cia del pa­sa­do se­ría ves­tir­la con las ga­las de en­ton­ces; só­lo en una nue­va cons­ti­tu­ción mi­to­ló­gi­ca po­dre­mos acer­car las pos­tu­ras fi­lo­só­fi­cas nue­vas has­ta el pue­blo. Así, en la tra­duc­ción de tér­mi­nos va­gos y di­fu­sos que no pa­san de la me­ra es­pe­cu­la­ción, po­de­mos ori­gi­nar una reali­dad tan­gi­ble en su me­ta­fo­ri­dad a tra­vés de la cual se pue­de vis­lum­brar el mun­do en tan­to real: só­lo a tra­vés de lo mi­to­ló­gi­co, de lo teó­ri­co per­so­ni­fi­ca­do, en for­ma de me­tá­fo­ra, se pue­de ex­traer una reali­dad fá­cil­men­te com­pren­si­ble pa­ra el in­di­vi­duo me­dio. He ahí el va­lor úl­ti­mo del ar­te ‑y es­pe­cí­fi­ca­men­te la poe­sía, se­gún Hölderlin‑, pues a tra­vés de él po­de­mos cris­ta­li­zar una reali­dad que se nos pre­sen­ta co­mo eva­si­va y que en la teo­ría se nos mues­tra abstrusa. 

Bajo es­ta pre­mi­sa de­be­ría­mos leer la obra de Warren Ellis a dos ni­ve­les di­fe­ren­tes: en tan­to có­mic (que ar­ti­cu­la una reali­dad me­ta­fó­ri­ca con res­pec­to del mun­do) y en tan­to mi­to pa­ra el có­mic (que ar­ti­cu­la una reali­dad me­ta­fó­ri­ca en el mun­do del có­mic). Estos dos ni­ve­les, que no ha­cen más que se­pa­rar dos ni­ve­les on­to­ló­gi­cos di­fe­ren­tes ‑el del có­mic, fic­ción; el del mun­do, realidad‑, en reali­dad no es­tán se­pa­ra­dos per sé por­que se so­la­pan cons­tan­te­men­te en sus dis­cur­sos: só­lo en tan­to se de­mues­tra la ope­ran­cia real de am­bos se pue­de ar­ti­cu­lar un dis­cur­so de ver­dad con res­pec­to de ellos. La reali­dad en sí só­lo se re­ve­la en tan­to con­fi­gu­ra­da por los dos ni­ve­les on­to­ló­gi­cos a la vez, sin con­tra­dic­ción en­tre sí. No hay dos ni­ve­les on­to­ló­gi­cos di­fe­ren­tes en el cual uno es más real que el otro, o uno con­fi­gu­ra la reali­dad y el otro ar­ti­cu­la una reali­dad fal­sa, am­bos son par­te de la reali­dad cog­nos­ci­ble co­mo tal. 

En 1830 un po­li­cía no­va­to se en­cuen­tra un ex­tra­ño ase­si­na­to que le con­du­ci­rá, sin más di­la­ción, has­ta un sos­pe­cho­so cer­cano al cual pre­ten­de­rá per­se­guir con to­da su pres­te­za al pun­to. El pro­ble­ma es que ese ex­tra­ño des­co­no­ci­do tie­ne unas ga­fas ful­gu­ran­tes y exha­la ex­tra­ños ra­yos azu­la­dos de sus pies y, un mo­men­to, ¿tam­bién pue­de dar sal­tos de va­rios metros?¿Acaso és­te es el mal­di­to Spring Heeled Jack, el de­mo­nio bur­lón del fol­klo­re, que es­pan­tó a Inglaterra con sus jue­gos idio­tas y sus sal­tos des­pro­por­cio­na­dos du­ran­te si­glo y me­dio? Sea co­mo fue­re nues­tro po­li­cía es va­lien­te y lo per­si­gue, aun cuan­do le ve usar un ex­tra­ño ca­chi­va­che do­ra­do que lan­za ¿pro­yec­ti­les que noquean? 

- Oiga, de ver­dad, es­to es muy ex­tra­ño, si fue­ra steam­punk la his­to­ria po­dría en­ten­der­lo ‑ya sa­be, el va­por y eso… no es­tá mal- pe­ro dí­ga­me, us­ted que ha leí­do lo que pa­sa­rá des­pués, ¿qué na­ri­ces pa­sa aquí?
 — Usted es el pro­ta­go­nis­ta, ¿de ver­dad no lo sa­be? A mi me pa­re­ce mal con­tar­les sin pa­ños hú­me­dos el leit mo­tiv a mis lec­to­res, ¿sa­be? Sería co­mo trai­cio­nar­los, ¿po­drá us­ted acep­tar que ten­drá que vi­vir­lo pa­ra sa­ber que pa­sa y que yo, hu­mil­de crí­ti­co, só­lo pue­do guiar­lo en su sig­ni­fi­ca­ción ha­cién­do­le cons­cien­te de que us­ted y yo es­ta­mos en el mis­mo plano on­to­ló­gi­co de verdad?
 — De acuer­do, por fa­vor, siga.
 — Gracias.

Nuestro por­ten­to­so protagonista…

- Oh, que ha­la­go, gracias.
 — Por fa­vor, ¿po­dría de­jar de interrumpir?
 — Oh, sí, cla­ro, disculpe.

El pro­ta­go­nis­ta de la aven­tu­ra, Charlie Grevel, no tar­da­rá en des­cu­brir que Spring Heeled Jack via­ja en un bo­te pro­pul­sa­do por esa mis­ma ex­tra­ña ener­gía azul y que, a su vez, tie­ne un na­vío pi­ra­ta en el cie­lo ba­jo las mis­mas con­di­cio­nes que la an­te­rior. El an­tes lla­ma­do Spring Heeled Jack se ha­rá lla­mar Capitan Swing, y es el au­tén­ti­co eje mi­to­ló­gi­co de la aven­tu­ra. A tra­vés de sus re­ta­zos de pen­sa­mien­to que van di­ri­gi­dos es­pe­cí­fi­ca­men­te al lec­tor sa­bre­mos lo que es­tá pa­san­do real­men­te en la aven­tu­ra; la elec­tri­ci­dad à la Tesla, la elec­tri­ci­dad co­mo ener­gía de flu­jo li­bre, es lo que per­mi­te las má­gi­cas proezas del mis­mo. Ya ba­jo es­ta pre­mi­sa nos en­con­tra­re­mos un con­ti­nuo es­ta­ble­ci­mien­to de pa­ra­le­lis­mos más o me­nos fe­rre­ros don­de los pi­ra­tas se es­ta­ble­cen en una TAZ (Zona tem­po­ral­men­te au­tó­no­ma) de or­den li­ber­ta­rio en la cual no exis­te la ley, pe­ro sí se ri­gen por la más fe­rrea de las justicias.

- Oiga, ¿có­mo va a ha­ber jus­ti­cia si es una anarquía?
 — Dígamelo us­ted, ha es­ta­do ahí. Y no lo nie­gue, se que ha es­ta­do vi­si­tan­do las pá­gi­nas siguientes.
 — De acuer­do. Los po­li­cías no so­mos ma­los, el pro­ble­ma es el po­der: la ley se es­ta­ble­ce co­mo ju­ris­pru­den­cia, co­mo anu­la­ción del po­der co­lec­ti­vo, mien­tras la jus­ti­cia es la re­so­lu­ción de las afren­tas con una ac­ción que res­ta­blez­ca el or­den anterior.
 — Muy bien, así es. ¿Y có­mo pue­de ser que una TAZ ha­ya justicia?
 — Si hay al­guien que ha­ga un uso le­gi­ti­mo de la fuer­za, del po­der, aun cuan­do to­dos pue­dan ha­cer­lo, eso se­rá jus­ti­cia. Defender lo que es jus­to pa­ra la to­ta­li­dad de los ha­bi­tan­tes me­dian­te la fuer­za coer­ci­ti­va de la vio­len­cia o la in­for­ma­ción se­ría el mé­to­do. Quizás por eso al fi­nal me ha­ga pe­rio­dis­ta, ¿no? Tiene sentido.
 — Sí, lo tiene.

Aquí el Capitan Swing es una fi­gu­ra mi­to­ló­gi­ca, pues es la re­pre­sen­ta­ción de la li­ber­tad de pen­sa­mien­to y una fi­lo­so­fía ba­sa­da en el de­ve­nir no­má­di­co cons­tan­te ca­rac­te­ri­za­do en los pi­ra­tas. De és­te mo­do los pi­ra­tas, la elec­tri­ci­dad, el cie­lo, no son más que la ale­go­ría de la bús­que­da de un es­pa­cio don­de se pue­da ser li­bre y don­de se pue­de im­par­tir jus­ti­cia más allá de los li­mi­ta­dos y vio­len­tos mé­to­dos de la so­cie­dad. Pero, in­clu­so así, se ha­brá de ha­cer siem­pre cons­cien­te que las zo­nas de li­be­ra­ción son ne­ce­sa­ria­men­te tem­po­ra­les, siem­pre en flu­jo, pues si fue­ran la nor­ma cris­ta­li­za­rían de tal mo­do que se ha­ría ne­ce­sa­rio huir en bús­que­da de nue­vas zo­nas no es­ta­ble­ci­das en tan­to hi­po­té­ti­ca­men­te au­tó­no­mas; en cuan­to una TAZ se es­ta­ble­ce per­ma­nen­te de­ja de ser una zo­na tem­po­ral­men­te au­tó­no­ma pa­ra no ser una zo­na au­tó­no­ma en ab­so­lu­to. Es por eso que la fi­lo­so­fía na­tu­ral del Capitan Swing, la ve­ne­ra­ción de la elec­tri­ci­dad co­mo prin­ci­pio ab­so­lu­to que ri­ge to­do cuan­to exis­te, es la me­tá­fo­ra de la ne­ce­si­dad de esa li­be­ra­ción cons­tan­te que nos obli­ga a es­tar en per­pe­tuo trán­si­to ha­cia lo des­co­no­ci­do. Siempre sal­tan­do ha­cia nue­vos es­pa­cios que aun nun­ca han si­do co­lo­ni­za­dos por el hombre. 

Sólo ba­jo la pre­mi­sa an­te­rior po­dre­mos co­no­cer la reali­dad en sí mis­ma, pues só­lo en cuan­to una y otra vez prac­ti­ca­mos di­fe­ren­tes con­for­ma­cio­nes ar­tís­ti­cas en tan­to mi­to po­dre­mos co­no­cer de una for­ma fác­ti­ca una na­tu­ra­le­za que es­tá en per­pe­tuo cam­bio. Es por ello que, aun­que Warren Ellis cris­ta­li­ce el tiem­po his­tó­ri­co de la reali­dad que for­mu­la en el có­mic, to­do cuan­to exis­ta sea el per­pe­tuo flu­jo que hay que cap­tu­rar una y otra vez en su trán­si­to pa­ra po­der ser co­no­ci­do, pre­ci­sa y ex­clu­si­va­men­te, en su de­ve­nir; só­lo en tan­to ac­ción en pro­ce­so que co­no­ce­mos co­mo mo­vi­mien­to su­bli­ma­do en quie­tud po­dre­mos vis­lum­brar la reali­dad del mundo. 

- Por eso yo exis­to, en la mis­ma me­di­da que exis­te us­ted, que­ri­do amigo.
 — Así es, Charlie. Por eso, y na­da más.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *