Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll
Aunque se tiende a interpretar el nonsense como el sin sentido propio de los niños, particularmente si se entiende desde la figura de Alicia, éste también es propio de otra forma particular de excluidos de la sociedad: los locos. ¿Pero quien es el loco? Es aquel individuo que, en oposición al comportamiento conductal establecido como normal, viola de forma sistemática las convenciones sociales que le han sido impuestas desde su más tierna infancia. Pero por supuesto hay niveles y niveles de locura, por lo cual cabría distinguir entre tres caracteres donde se presenta el sinsentido dependiendo del nivel, de menor a mayor presencia en él: el inmaduro, el infantil y el loco. De éste modo el inmaduro sería aquel que no es capaz de conocer cuales son las responsabilidades del mundo adulto, el infantil el que se resguarda en comportamientos propios del niño y el loco es aquel que actúa de forma completamente ajena a lógica humana establecida; sólo es maduro y está cuerdo aquel que se pliega de forma absoluta a la normatividad impuesta por la sociedad.
A través de esta diferenciación de rasgos nos percatamos de que nuestra problemática acaba de aumentar en varios niveles, pues ahora el niño es alguien irracional pero no mucho y el loco es alguien que es completamente irracional. ¿Pero cómo sabemos que el loco es un loco? Porque incumple la normatividad social. De éste modo, siguiendo La historia de la locura de Michel Foucault, podemos percatarnos de que la locura es un concepto que evoluciona con el tiempo y que tiene un uso exclusivamente de control, de poder. A través de la normatividad, de perfilar cuales son los rasgos normales o no-patológicos de las personas en la sociedad, se puede tachar de loco, de enfermo, a aquel que se escapa de estas conformaciones que el poder considera peligrosas. Acudamos a un caso pragmático, la primera conversación de Alicia con el Gato de Cheshire:
- ¿Qué clase de gente vive por aquí?
— En esa dirección ‑dijo el Gato, haciendo un gesto con la pata derecha- vive un Sombrerero; y en esa dirección ‑haciendo el mismo gesto con la otra pata- vive la Liebre de Marzo. Visita al que plazca: ambos están locos.
— Pero yo no quiero andar entre locos ‑observó Alicia.
— ¡Ah!, no podrás evitarlo ‑dijo el Gato-; aquí estamos todos locos. Yo estoy loco. Tú estás loca.
— ¿Cómo sabes que estoy loca? ‑dijo Alicia.
— Tienes que estarlo ‑dijo el Gato- o no habrías acudido aquí.
¿Por qué están locos estos personajes? ‑se preguntará seguramente Alicia para su fuero interno. En el caso del Sombrero tiene una consideración del Tiempo como una personificación de un absoluto con la que establece una relación personal, por lo cual que siempre sea la hora del té es completamente natural cuando el Tiempo sólo pasa en los diferentes días pero nunca en sus horas. Del mismo modo la irracionalidad de la Liebre de Marzo es su actuación errática, absurda y sin sentido que empantana cada uno de sus actos. Debemos considerarlos locos porque, de hecho, actúan de una forma que nos resulta extraña: tomar el té durante las veinticuatro horas del día, guardar los relojes en las tazas y otras de sus extravagancias propias nos son completamente ajenas, nos resultan una locura. Pero aquí estamos hablando desde la perspectiva de nosotros en tanto espectadores ajenos, y por tanto sumergidos en una lógica ajena a la del país de las maravillas, ¿por qué el Gato de Cheshire considera loco entonces a estos dos sujetos y, es más, se considera a Alicia y a sí mismo parte de esta locura? Porque todos ellos se encuentran en un reino regido por la irracionalidad.
El Gato de Cheshire muestra ser auto-consciente de que hay una normatividad del sentido basado en el respeto de un mínimo patrón de normas a través de las cuales se rige el comportamiento normal del mundo. Es por ello que éste, que al ver el comportamiento del mundo comprueba que es completamente irracional, es capaz de dilucidar que todos los habitantes del reino de las maravillas están locos. Y están locos en tanto ellos no se parecen a lo que El Gato de Cheshire considera normativamente normal y, por extensión, sólo él está cuerdo. Esto también provoca que, necesariamente, todo el mundo esté loco en sí en tanto sea habitante del lugar, lo cual provoca que si Alicia ha llegado hasta aquí es porque está loca; en el reino de los locos incluso el cuerdo es loco a ojos de los demás porque, de hecho, todo loco se considera cuerdo a sí mismo. Lo cual nos lleva, ya en el último giro de la cuerda para ahorcarnos epistemológicamente, a que todo posible sentido normativo que se pueda conferir al mundo sea intrínsecamente no-natural, sin sentido ‑porque, de hecho, no hay una fuerza superior que pueda determinar quien está cuerdo o no. Es por ello que todos y cada uno de los habitantes del país de las maravillas están locos porque, en tanto no tienen un patrón normalizado de conducta, o bien no hay una fuerza normativa que indique que supone estar cuerdo o bien tal fuerza normativa es el lector.
En esta posición, ya ahorcados en nuestra propia cuerda, deberíamos afirmar que la locura no es algo natural e intrínseco al hombre sino que es algo que se produce en la dotación de sentido por parte de quien ostenta el poder en la sociedad. Es por ello que, siguiendo de nuevo a Foucault, la locura es sólo una cuestión de normatividad porque el sin sentido, el nonsense, de las acciones humanas viene determinado no por una realidad natural en sí sino por una realidad conductal para sí; ni la humanidad ni lo real, estén correlacionados o no, tienen un sentido ulterior en sí mismo: todo sentido es creado. Y, con esto, dejamos la puerta abierta a que el sentido sólo sea la construcción originada en la endeble estructura de poder propiciada por el lenguaje.
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