Rara vez nos preguntamos por las cualidades de la profesionalidad. Generalmente achacamos al concepto responsabilidad respecto del trabajo o con cobrar por hacer un trabajo dado, sin tener en cuenta que son conceptos coyunturales que no dotan de profesionalidad a nadie. Se puede cobrar por hacer un trabajo, como se puede hacer un buen trabajo, sin necesidad de ser profesional. Es algo que va más allá. La profesionalidad tiene más que ver con una responsabilidad adquirida, la consciencia de que se pueden emprender una serie de actos determinados de forma metódica, sin incumplir la palabra de aquello que se dice (poder) hacer según se ha demostrado en el pasado. Ser profesional es mostrar un valor adquirido. Por eso se habla tan poco de profesionalidad en la cultura. Al creador medio se le supone la profesionalidad, como se le supone al delincuente: quizás no sea un profesional, ¿pero acaso los no-profesionales no estarán ya aprisionados? Aprisionados, que no en prisión: hay sentimientos de encierro más profundos que el mero no poder salir a la calle —dijo el profesional.
El profesional como outsider, o del outsider como profesional, es retratado como constante con fruición en el trabajo de Michael Mann a lo largo de su carrera. Es natural, pues el mismo es, en tanto profesional, como outsider. Dado al noir con pasión, conociendo que allí se esconden verdades profundas que sólo se hacen evidentes en la profesionalidad al margen de senderos oficiales, no es de extrañar que sea francotirador de la imagen como sus personajes son apropiadores de lo ajeno: con efectividad fantasmática. El ladrón, como el director, de éxito no es aquel que se ajusta a escalas o estamentos, sino aquel que sabe cómo y cuando romper con las reglas establecidas para llevar a cabo aquello que reconoce único: su palabra. La palabra, lo único válido en un mundo habitado por hombres.
Thief se desarrolla como un ejercicio de palabras, dadas, recibidas, incumplidas, ejecutadas según el orden práctico de los acontecimientos: la palabra del matrimonio, de la paternidad, de la amistad, del robo imposible; en último término, palabra de fidelidad. Toda palabra es una promesa de mantenerse fiel a los significados desarrollados en los significantes. Cualquier pretensión de quebrar la palabra es, por definición, algo terrible que no debería permitirse en ninguna sociedad saludable; nuestra relación con la realidad, con los otros, se sustenta exclusivamente a través de la palabra y si es quebrada, si se esgrime el engaño como método, toda realidad se desmorona de igual modo. Frank es un hombre de palabra: cuando dice que robará, robará; cuando dice que no le importa vivir o morir, es porque no le importa: su palabra es lo único que le ata a la existencia. Su existencia habita en sus palabras. Por eso sus actos consisten en cómo elige interpretar cada una de sus promesas, llevándolas hasta el extremo —con un caso paradigmático en su relato sobre los acontecimientos que tuvieron lugar en la cárcel: no le importaba vivir o morir, pero no por ello iba a permitir que le mataran— cuando los otros rompen su palabra y, con ello, el pacto tácito del entendimiento. Las palabras importante, porque sólo disponemos de ellas para conocer el mundo.
¿Qué es mentir? Mentir es romper la propia palabra, por ello falta de honor, falta de honor como acto de criminalidad mayor que cualquier robo: con el robo se arrebata a alguien algo que es suyo, faltando a la palabra se arrebata a la realidad el sustento que le permite ser no coherente, porque la realidad nunca es coherente —porque si lo fuera de modo absoluto, o si pretendiéramos que debería serlo, entonces caeríamos en un fascismo lingüístico muy conveniente: las palabras significan sólo lo que la tradición, o los poderosos, deciden que significan; ser «incoherente», cambiar el significado de las palabras en diferentes estadios vitales no es faltar a la palabra, mas al contrario: es hacer honor sólo a la palabra— al menos sí sólida. Respetar la palabra es respetar el entendimiento tácito del mundo.
Todo cuanto ocurre en la vida de Frank se define por éstos principios, no porque tengo un elevado concepto de sí mismo, sino porque no puede respetar la posibilidad de verse aprisionado. No quiere estar encerrado ni en la cárcel, ni en relaciones desiguales, ni en el lenguaje. Si acepta de forma natural la muerte o los trapicheos de sus jefes, si acepta que se quiebre la palabra, entonces queda de facto y de forma automática encerrado por solipsismo; sólo existe en tanto existe una palabra común con los otros, una realidad inmanente pactada de forma firme entre ellos, y, por extensión, sólo es libre en tanto se rodea de gente con quien puede cumplir, de forma fáctica, su palabra. Aceptar la falsedad o el engaño o que las palabras signifiquen según los intereses particulares de cada persona significa que las palabras no significan, sino que se dotan de significado. Por supuesto, sería imposible pretender un lenguaje unívoco. Pero entre la dificultad de entendimiento y el engaño media una distancia atroz, que si bien no física, al menos sí moral: quienes no se entienden por diferencias lingüísticas, hablan diferentes lenguajes; quienes no se entienden por indisposición ética hacia el lenguaje, se encuentran ante una traición hacia lo real.
Realidad que se define por el lenguaje, lenguaje que se define por la elegancia como virtud profesional, virtud que es adecuación de los medios a las necesidades requeridas. Nadie es mercenario cuando crea. Incluso cuando trabaja por encargo, hace del mismo algo más fino, más artístico, que la media de aquellos que trabajan en su profesión —¿hablamos de Frank o de Mann? De ambos, en tanto vale igual para los dos; de ninguno, en tanto podríamos hablar de un ideal supuesto ajeno a los mismos — ; la elegancia, el hacer algo con tanta sencillez que parecen movimientos naturales, es la virtud del profesional, del gentleman, del dandy. La gracia natural, que es gracia nada natural. He ahí el valor de su palabra, lo único que le queda: de no respetar la palabra, de no precisar la bella metodicidad del acto más complejo revestido de sencillez, el habla, entonces quizás haríamos mejor estando muertos.