Ólafur Arnalds. El hogar como espacio de la imagen sentimiento.

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Artículo apa­re­ci­do ori­gi­nal­men­te en el nº2 de la re­vis­ta mu­si­cal on­li­ne ngo de Octubre del 2011.

Living Room Songs, de Ólafur Arnalds

Day 0: Mynd-Tilfinning

El ho­gar de to­da per­so­na es, in­de­fec­ti­ble­men­te, el lu­gar don­de se dei­fi­ca co­mo una en­ti­dad so­be­ra­na. Por su­pues­to és­te ho­gar no ha de por qué de­fi­nir­se en un es­pa­cio fí­si­co ‑aun cuan­do, pa­ra ser jus­tos, sus re­pre­sen­ta­cio­nes más co­mu­nes se den, pre­ci­sa­men­te, en for­ma de casa- pe­ro to­do cuan­to acon­te­ce en él se da en el es­pa­cio de la ima­gen. El ha­bi­tan­te de tal es­pa­cio se de­fi­ne co­mo un es­pec­ta­dor su­bli­ma­do de las imá­ge­nes que ha ido pro­du­cien­do, es­tan­cas en una me­mo­ria de­fec­tuo­sa, de­fi­nién­do­se a tra­vés de ellas; la ma­gia de las imá­ge­nes cap­ta­das que con­for­man el seno del ho­gar es el he­cho de cons­truir en sí mis­mas el ho­gar. Es por ello que nin­gu­na ca­sa es per sé nues­tra ca­sa por ha­bi­tar­la, sino que lo es só­lo en el ins­tan­te que se car­ga de sig­ni­fi­ca­ción al si­tuar­se en su seno to­da cla­se de imágenes.

Aunque a prio­ri es­to no pa­re­ce te­ner na­da que ver con la mú­si­ca eso se­ría en­ga­ñar­nos con res­pec­to de la au­tén­ti­ca sig­ni­fi­ca­ción de las imá­ge­nes: la mú­si­ca es en sí una con­se­cu­ción de con­for­ma­cio­nes de imá­ge­nes fluc­tuan­tes. Es por ello que no po­de­mos ob­viar que to­da cla­se de ima­gen no de­be re­pre­sen­tar­se ne­ce­sa­ria­men­te a tra­vés de lo vi­sual ‑pues cuan­do ha­bla­mos de ima­gen bien po­dría­mos in­ter­pre­tar­lo co­mo ima­gen men­tal, al­go que evo­ca sus­tan­cial­men­te bien la música- sino que tam­bién se pue­de re­pre­sen­tar a tra­vés de otros me­dios. Es por ello que Living Room Songs de Ólafur Arnalds ‑un dis­co de 7 can­cio­nes gra­ba­das y fil­ma­das en 7 días en ri­gu­ro­so di­rec­to en su casa- re­sul­ta par­ti­cu­lar­men­te pro­di­gio­so pa­ra nues­tros pro­pó­si­tos: nos ha­bla al tiem­po de las imá­ge­nes tan­to en su ca­rác­ter mu­si­cal co­mo el visual.

Day 1: Fyrsta

Fyrsta pre­su­po­ne el co­mien­zo no fí­si­co sino de sen­ti­men­ta­li­za­ción; el ho­gar aun es­tá va­cía­do de re­cuer­dos, de tiem­po. Es el ins­tan­te don­de el ho­gar se con­cier­ne en al­go tris­te, obli­te­ra­do de su con­di­ción de auto-reconocimiento, por la au­sen­cia de otros que de­fi­nan el es­pa­cio a tra­vés del cual mi­rar­se. Es por ello que só­lo cuan­do en­tran los vio­li­nes ‑en dis­po­si­ción fí­si­ca ha­cien­do fren­te a Ólafur- la can­ción se ca­rac­te­ri­za en una me­lan­co­lía cre­cien­te, en una de­fi­ni­ción de una imagen-tiempo que pre­su­po­ne un pasado-presente aun in­exis­ten­te. Es por eso que len­ta­men­te el in cres­cen­do se va per­dien­do len­ta­men­te ha­cia el fi­nal de la can­ción, que­dan­do só­lo en ecos, pues la can­ción ape­nas sí es la imagen-fantasma de un mun­do en un de­ve­nir fu­tu­ro. El es­pa­cio de­fi­ni­do fí­si­ca­men­te ocu­pa­da pe­ro aun va­cia­do de to­da ca­te­go­ría tem­po­ral o sentimental.

Day 2: Near Light

Ya cer­ca­nos a la luz po­de­mos ver una se­rie de imá­ge­nes más ní­ti­das en tan­to ya es­tá car­ga­do de sig­ni­fi­ca­ción. El ho­gar se edi­fi­ca a tra­vés de la com­po­si­ción de las imágenes-sentimientos de to­dos nues­tros ami­gos, aque­llos que arro­jan luz so­bre nues­tra fi­gu­ra, de­fi­nien­do un tiem­po pre­sen­te don­de pue­do vis­lum­brar mi pro­pia con­di­ción de iden­ti­dad. Aquí se en­cuen­tra el pri­mer pa­so del re­co­no­ci­mien­to don­de el es­pa­cio se des­do­ble en tiem­po en una con­di­ción de apues­ta de fu­tu­ro en la me­mo­ria. Aunque los ins­tru­men­tos de cuer­da (los ami­gos) asu­men la voz can­tan­te de­fi­nien­do la me­lo­día, se­ría só­lo el piano (el pro­pio Ólafur) quien de­ven­dría en pro­ta­go­nis­ta de las imá­ge­nes que se de­fi­nen a tra­vés de la música.

La dis­po­si­ción semi-circular, flan­quean­do a Ólafur, plan­tea esa mi­ra­da cá­li­da y des­cor­tés don­de se de­jan trans­lu­cir los au­tén­ti­cos sen­ti­mien­tos que pro­vo­ca el juz­ga­do. No hay dis­tan­cia fí­si­ca real en­tre ellos, en es­te ins­tan­te Ólafur es la su­per­po­si­ción exac­ta de to­das las imágenes-espacio de sus amigos.

Day 3: Film Credits

Si en el an­te­rior día Ólafur era el maes­tro de ce­re­mo­nias al cual se ho­me­na­jea en los cré­di­tos se­rá co­mo el fi­na­do al cual se lan­zan las sal­vas en su me­mo­ria. De és­te mo­do se le­gi­ti­ma su fi­gu­ra co­mo au­sen­te a tra­vés de su con­di­ción de di­rec­tor, de ser el úni­co sin ins­tru­men­to, de­jan­do una sin­fo­nía mi­si­va do­mi­na­da sin re­pa­ros por La Chica y só­lo se­gui­da por sus ami­gos. Aquí las imágenes-espacio se vuel­ven ape­nas sí el con­tex­to de to­da una ca­ter­va de imágenes-tiempo (pa­sa­das y fu­tu­ras) su­per­pues­tas en su cris­ta­li­za­ción en for­ma de re­quiem ex-ante.

La si­tua­ción de la ca­sa aquí se si­túa co­mo me­mo­ria ab­so­lu­ta, co­mo obli­te­ra­ción de to­da imagen-espacio ‑la cual se de­fi­ne en au­sen­cia en el es­tá­ti­co Ólafur‑, que se da en su con­for­ma­ción de la su­per­po­si­ción eter­na de imágenes-tiempo que des­cri­ben el trán­si­to de la au­sen­cia del ser. En los cré­di­tos el ho­gar es só­lo la me­mo­ria de aquel que ha cam­bia­do de es­ta­do del ser en cual­quie­ra de sus formas.

Day 4: Tomorrow’s Song

Si los cré­di­tos eran la can­ción del ayer con­for­ma­do en un pre­sen­te per­pe­tuo de la me­mo­ria, la can­ción de ma­ña­na es jus­to lo con­tra­rio: la vo­la­ti­li­za­ción del pa­sa­do en fa­vor de un presente-futuro; el pa­sa­do cris­ta­li­za­do por los otros se ani­qui­la en fa­vor de un nue­vo co­mien­zo ín­ti­mo. Aquí la po­si­ción de Ólafur só­lo al piano con una luz te­nue an­te La Chica, ex­pec­tan­te de­lan­te de sí, nos plan­tea la pri­ma­cía de la imagen-sentimiento que no es sino la de­cla­ra­ción de un amor más pro­fun­do que la fí­si­ca, que el es­pa­cio y el tiem­po. No hay un es­pa­cio o un tiem­po co­no­ci­do, to­do que­da di­fu­mi­na­do en los de­ta­lles re­co­rri­dos una y otra vez en una pro­gre­sión que no avan­za nun­ca, pues só­lo se fi­ja en los pe­que­ños de­ta­lles que con­for­man la imagen-sentimiento, el amor más pu­ro que las par­tes que lo conforman.

Day 5: Ágúst

En Agosto vuel­ve la me­lan­co­lía del co­mien­zo pe­ro, es­ta vez, car­ga­da con los chi­rrian­tes ecos de aque­llos que apa­re­cen co­mo fan­tas­mas de la me­mo­ria. El piano de Ólafur se si­túa co­mo pro­ta­go­nis­ta don­de los vien­tos, re­mi­nis­cen­cias del pa­sa­do, ape­nas sí ata­can con ti­mi­dez una pe­que­ña par­te de la can­ción. Aquí las imágenes-espacio se vuel­ven he­ge­mó­ni­cas al su­per­po­ner la ima­gen del re­cuer­do, los ras­gos y for­mas de un pasado-presente, con res­pec­to del pro­pio Ólafur. Esta me­lan­co­lía es la del re­cuer­do, la de la con­for­ma­ción a tra­vés del re­cuer­do, que de­vie­ne en un per­pe­tuo trán­si­to de la mi­ra­da en un avan­ce par­si­mo­nio­so por las no­tas fa­mi­lia­res de las vo­ces de nues­tros fantasmas.

Sólo cuan­do se re­co­no­ce en esa me­lo­día, en esa imagen-espacio, pue­de in­vo­car de for­ma ade­cua­da a esos fan­tas­mas que aho­ra, le­jos de tor­tu­rar­le, le acom­pa­ñan con una voz pro­pia. Ólafur in­vo­ca así el Otoño, el tiem­po de la re­clu­sión y la me­lan­co­lía pe­ro tam­bién del auto-reconocimiento, del que se sa­be par­te de una sin­fo­nía mayor.

Day 6: Lag fy­rir Ömmu

Si la me­lan­co­lía de Agosto era una me­lan­co­lía de una so­le­dad im­pos­ta­da, pues es­ta­ba acom­pa­ña­do de un re­cuer­do pre­sen­te, el re­cuer­do de la abue­la pro­du­ce una hon­da tris­te­za sin so­lu­ción. Él só­lo an­te el piano, mo­vién­do­se con tan­ta len­ti­tud co­mo pau­sa se to­ma la can­ción, va des­gra­nan­do un pa­ne­gí­ri­co pa­ra un pa­sa­do que ha­ce mu­cho tiem­po que se fue pe­ro que­da per­fec­ta­men­te re­tra­ta­do en su me­mo­ria. De és­te mo­do va hi­lan­do ca­da vez más vi­vaz una can­ción de amor, una imagen-sentimiento, pe­ro que es­ta vez va más allá de to­da ima­gen, de to­do es­pa­cio y tiem­po, no por el po­der del sen­ti­mien­to en sí sino por la ne­ce­si­dad de tras­cen­den­cia de la mú­si­ca; la úni­ca ma­ne­ra de lle­gar a su abue­la es tras­cen­der to­da no­ción existencial.

Pero es­ta tras­cen­den­cia se ve apo­ya­da en una imagen-espacio, en un tra­ve­ling de­li­cio­so, que va pro­du­cien­do la en­tra­da de ca­da uno de los ins­tru­men­tos de vien­to (re­cor­de­mos: sus ami­gos) que aña­den la fuer­za que po­dría fal­tar­le a Ólafur pa­ra al­can­zar esa imagen-sentimiento más allá de to­do cam­bio del ser. El ho­gar se de­fi­ne pues tam­bién co­mo lu­gar don­de tras­cen­der el re­cuer­do; el úni­co lu­gar don­de un hom­bre pue­de vol­ver a abra­zar a aque­llas per­so­nas que amo pe­ro ya se han ido.

Day 7: This Place is a Shelter

El ho­gar es, en de­fi­ni­ti­va, el lu­gar don­de el Yo se re­fu­gia del mun­do del cual es lí­mi­te. Es el lu­gar don­de con­flu­yen to­dos aque­llos que una vez es­tu­vie­ron pre­sen­tes en la vi­da, co­mo es el ca­so de Ólafur Arnalds ro­dea­do de pú­bli­co, mien­tras se ha­ce un so­li­lo­quio al piano don­de ca­da re­cuer­do su­po­ne una cuer­da más que flu­ye al­re­de­dor de nues­tra his­to­ria. Todos sen­ta­dos, pues la in­ti­mi­dad del ho­gar in­du­ce con ne­ce­si­dad el he­cho de en­rai­zar­se co­mo re­cuer­dos, se de­vie­ne en una imagen-espacio que se per­pe­túa en un eterno de­ve­nir acu­mu­la­ti­vo de imágenes-tiempo que con­vo­ca el re­cuer­do per­pe­tuo en for­ma de imágenes-sentimiento. Una odi­sea que aca­ba en los aplau­sos pe­ro pu­do aca­bar en cual­quie­ra de los otros días pues, la vi­da del hom­bre en su ho­gar, es siem­pre un de­ve­nir per­pe­tuo en el co­lap­so de los días en su in­te­rio­ri­dad pro­pia. No hay ho­gar que no sea la re­si­den­cia per­pe­tua de la me­mo­ria de las imá­ge­nes men­ta­les que la mú­si­ca me­ta­fo­ri­zó co­mo arte.

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