El espectador, entendiendo como espectador cualquier sujeto en la realidad que observe cualquier acontecimiento real o ficticio en el cual no está involucrado directamente, define con cierta necesidad el objeto observado. Ya que el espectador no puede vivir la experiencia estética como tal en la vivencia sino es desde la figura de espectador, del que ve sin intervenir, la belleza ‑o la fealdad, lo grotesco, lo sublime, o cualquier otra categoría estética- de una situación dada se define a través del espectador; el que observa predefine con su mirada la situación. Por otra parte esta situación de poder del observador acaba por trascender lo meramente estético, lo gozoso de la experiencia, para acabar en un valor de juicio sobre el mismo: el observador en la contemporaneidad se torna en testigo que define y juzga la situación expuesta ante sí. Por ello es fruto del espectador decidir cuanto está ante él, como nos muestran Jonathan Lethem al guión y Farel Dalrymple en los dibujos del cómic “Omega El Desconocido”.
Titus Alexander Island es un adolescente educado en su casa hasta el momento que ve como, en un trágico accidente de tráfico, sus padres mueren ante él descubriendo que sus progenitores en verdad son sendos robots creados para protegerlo. Todo se complicará cuando, aun en el hospital, un robot intente matarlo y un superhéroe conocido como Omega El Desconocido le salve la vida… a costa de acabar él mismo con sendas omegas en las manos marcadas con plasma emitido por el mismo. A partir de aquí la cosa va girando entre una clásica historia de superhéroes, la vida problemática del adolescente especial común ‑entendiendo especial como por encima de la media- y un clásico cuento con un punto lisérgico de Lethem. Y es que la historia, independientemente de su medio, es una clásica historia de Lethem: es el enfrentamiento de la singularidad del individuo contra un mundo que le resulta hostil y desconocido; la batalla de el que es un desconocido para el mundo y para sí mismo como reflejo del mundo.
Quizás por eso todos los elementos heroicos de la historia se van disipando de una forma notable en sus héroes crepusculares: si Omega El Desconocido es mudo y trabaja en una furgoneta vendiendo perritos calientes, Minx, pijamero popular por excelencia, será apenas sí una figura mediática vengadora que un auténtico héroe de nadie. De éste modo sólo la gente singular en sus atributos de normalidad ‑Álex, pero la también superdotada Frances o su valiente amiga y compañera Amandla- son los auténticos héroes de la historia; sólo muestran rasgos profundamente heróicos aquellos vaciados de toda significación de poder, tratando de solucionar sus problemas cotidianos que enraízan problemáticamente con los problemas globales de los supervillanos del mundo.
La lucha contra el poder, lejos de las rencillas entre los propios héroes, se da siempre en la más absoluta cotidianidad. El Mal produce nanomáquinas con las que controlar a todo el mundo para convertirlos en obedientes consumidores a través de los cuales conquistar el mundo; las fuerzas de la resistencia, involuntariamente, van pronunciándose por los hechos fortuitos que van desbaratando casi accidentalmente. De éste modo la lucha que nos propone Lethem no es una lucha de Bien vs. Mal sino que es una lucha que, todos nosotros, peleamos cada día: la lucha entre el tener algunos principios propios o dejarse abotargar como meros consumidores acríticos. Y he ahí que la posición de observador se recrudece pues, aun cuando en ambas posiciones es existente esa posición del que mira, hay una diferencia radical: no es lo mismo observar, mirar con atención y actitud crítica, que mirar los hechos. Mientras los héroes se dedican a observar el telón de fondo que se encuentra, intentando encajar las piezas necesarias para ver el cuadro entero, la mayoría de personajes pasan sin pena ni gloria mirando aisladamente y aceptando ciegamente cada fragmento de información.
Y de eso trata al final todo: información; lo que se ve y se procesa en la mente. Minx quiere toda la información posible sobre quien es Omega, El Mal quiere toda la información imaginable sobre robótica y control social, Omega quiere toda la información imaginable sobre El Mal y Amandla quiere toda la información posible sobre como vivir en la calle para que le dejen en paz. El paradigma aquí, el auténtico protagonista observador que se superpone al lector, es Álex en tanto siempre observa desde la perspectiva no de entender el mundo o un fragmento de éste, sino de intentar comprender cual es su lugar en el mundo; a través de la observación define su microcosmos.
Es por eso que Álex es el personaje más fascinante y con quien más deberíamos identificarnos de la novela pues, en tanto eternamente curioso, es el único que explora realmente su condición de parte indisoluble del mundo. Mientras los demás combaten el mal, la injusticia o la mera imbecilidad de su entorno él se dedica a encontrar el lugar en el mundo donde encaje después de haber sido, metafóricamente, arrojado en el mundo del mismo modo que Omega lo fue literalmente; tanto Álex como Omega se definen ambos en una cierta posición de entidades heideggerianas (en tanto proyectadas en el mundo). De éste modo ese Desconocido lo es en tanto es ajeno al mundo, aun cuando es parte configurante de él, pues nunca perteneció a él de forma connatural, sino inducido, arrojado, en él. Es por ello que El Desconocido es el espectador definitivo: define y constituye mediante su estar en el mundo, observar el mundo y producirlo en tanto su mera presencia y pensamiento, su microcosmos que configura su mundo. El límite último del mundo es la posibilidad de mirar al mundo pero no poder mirarse a uno mismo.