Al borde del abismo, de Kōbō Abe
Si bien el hombre aspira constantemente hacia la cordialidad, hacia la paz absoluta de corazón, la realidad es que, en palabras de Heráclito, conviene saber que la guerra es común a todas las cosas y que la justicia es discordia; todo cuanto existe en el mundo actúa en constante conflicto con las demás cosas por su hegemonía en una relación de poder que, aunque el término esté significado negativamente, no es siempre un efecto negativo: el poder traspasa y produce cosas, da placer, forma conocimiento; la justicia, cuando por justicia hablamos de paz —entendiendo paz en cualquier ámbito, pues lo mismo da la paz social que la paz de espíritu en este sentido: la paz como antítesis radical de la guerra, como estatismo relacional absoluto entre las cosas — , sólo trae el vaciamiento del mundo: nada hay en lo justo, salvo la inconsciencia de justicia. Es en este sentido particular por el cual hablar de que el hombre es un ser que está en guerra constante consigo mismo no denota algo negativo, ya que ese estar en guerra es la condición necesaria que le conduce hacia su devenir presente constante; un ser lo es porque deviene, porque siempre es lo que podría ser, porque está siempre en guerra consigo mismo. ¿Por qué las cosas son perfectas, no cambian su modo de ser, y el hombre es imperfecto, está constantemente deviniendo otra cosa? Porque los entes, todo aquello que no es el hombre, no está en guerra consigo mismo.
Es en este particular sentido donde Kōbō Abe dota de neto sentido su relato, una perfectamente deshilachada narración interior donde un púgil, demasiado viejo y demasiado mediocre para aspirar a nada que no sea el retiro, intenta hacer de su interés personal realidad. Deshilachada narración porque su cabeza fluye de forma constante entre ideas, saltando de unas a otras sin siquiera concluir con agudeza aquello a lo que pretenda llegar en cada instante, situándonos en el mundo tan sólo en una realidad posible; nada nos es narrado desde una pretensión de objetividad, siquiera de la prometida realidad posible, sino que todo está pasado por el filtro de la batalla, el conflicto, el poder: su mundo interior.
La batalla que sostiene aquí el protagonista es triple, y no por triple más terrible, porque cada dimensión va acompañada como fenómeno desatado en tanto parte del terror que se desata último: contra su rival, contra el lector y contra sí mismo. La batalla es contra su rival por lo que le es propio a esta clase de acontecimientos (es un púgil, combate para ganar) pero también por sus circunstancias particulares (ha perdido nueve combates seguidos, si pierde éste no podrá volver a boxear); la batalla es contra el lector porque intenta convencernos de forma constante con que puede derrotar a su rival, que él está por encima de la posibilidad de la derrota aun cuando los datos constatan que su victoria roza lo imposible: en ambos casos la lucha es interior, pues se traiciona pensando en que puede ganar al rival, intenta auto-engañarse para subirse al ring en el cual sabe que caerá ya fulminantemente humillado, pero también se enfrenta contra su propia convicción cuando nos promete su victoria pero lo hace concediéndonos de forma inconsciente constantes razones de la necesidad de su fracaso; él ya ha perdido, porque ha perdido la lucha interior. Auxíliame, por favor, te lo suplico… no es sólo el grito de dolor por una batalla perdida o un sueño roto, sino de hecho por toda una existencia que ha sido enviada por el sumidero incluso antes de subirse al cuadrilátero.
Lo interesante del relato, hermenéuticamente hablando, es todo aquello que no cuenta, lo que cuenta por traición hacia el narrador. Sabemos que nuestro protagonista odia su trabajo, que más allá del boxeo no tiene absolutamente nada y que la pelea comienza antes de subir al ring…; la derrota para él no es sólo una fuerte humillación o tener que abandonar algo que apreciaba, sino que supone el absoluto fracaso de todo aquello cuanto ha forjado con su esfuerzo durante el tiempo. Él está muerto en todos los sentidos posibles, pues su derrota en el boxeo no es más que una metáfora, una excusa incluso, para narrarnos como su fracaso vital ha llegado hasta tal punto que toda su existencia se está derrumbando de una forma dolorosamente definitiva; el abismo ya ni siquiera le devuelve la mirada, porque está sumergido en medio de él: nada hay más allá de su propio fracaso, más que la forma más pura de justicia: la derrota, el haber sido apaleado sin misericordia por aquel que fue más poderoso y despiadado que uno mismo. He ahí que lo terrible de la guerra no es la guerra, sino su justicia.
Ay, qué terrible es la caída en el mundo del boxeo… Es como estar colgando de un paracaídas perforado… al agarrarlo con las manos, solo sientes un alivio ilusorio y, en realidad, es lo mismo que soltarlo…
Porque eso y no otra cosa, es la justicia.
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